jueves, 2 de junio de 2016

No leas esta carta.

1872-1947
Cuentista, ensayista y periodista.
Un mensaje de necesario contenido y muy actual, es el que nos muestra en esta redacción estilo carta, el intelectual venezolano Pedro Emilio Coll, dirigido a esa juventud siempre habida de cambios y en busca de la verdad y la regeneración del hombre y de las ideas, cuando sus ideales y sueños de estudiante se atoran en la realidad del ejercicio profesional y en su cotidiana existencia, quedando en las aulas aquellas juveniles inquietudes alumbradas a la luz de una lampara de estudio y entre los libros de las vigilias del aprendizaje.

"Contigo hablo, joven de mi país, de mi edad, de mi raza moral. Te hablo fraternalmente porque conozco tu historía que es casi la mía. A los diez años cargado de libros pusiste los pies en la escuela. Ya tu mamá te había enseñado á deletrear y á rezar. Con igual seguridad recitabas, sin penetrar mucho ó nada del sentido de las palabras, el Padre Nuestro y los cuentos del libro primario: «Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos á nuestros deudores»...    

En la escuela el maestro te tiraba de las orejas para hacerte comprender las lecciones y hacértelas repetir de memoria; tus compañeros te iniciaban en pequeños vicios y ferocidades. Después, en el colegio, leíste á Paúl de Kock cambiastestrompis y estampillas, aprendiste á buscar en el Diccionario los terminos obsenos y estudiaste latín; del cual recuerdas la primera declinación. Entre tanto suspirabas por las mujeres de teatro y estuviste tan tristemente enamorado que de noche llorabas sobre tu almohada con un nudo de lágrimas en la garganta, copiabas versos en las páginas de tu álgebra, y aún soñabas con un idílico matrimonio.

Con el bozo naciente entraste en la Universidad y cumpliste con la tradición de ser un estudiante revoltoso y enemigo del gobierno. Silvaste á los transeúntes y á los diputados en la barra del Congreso. Tu primer artículo fue un artículo de oposición, en donde decías poco más ó menos «¡Paso á la juventud!» «¡Abajo los tiranos!»

Antes de cumplir los diez y siete años ya eras bachiller. Pasaste seis ó siete años en las aulas, medio distraído pero puntual, para ser médico, abogado ó ingeniero. Con ahogada voz leíste tu tesis y entre abrazos recibiste el título de Doctor, y seguido de amigos, que mientras tú sudabas la gota gorda se entretenían diciendo dicharachos en los corredores, destapaste algunas botellas de cerveza y oíste algunos discursos congratulatorios.

La mañana siguiente te encontró hecho un Doctor, y tú experimentabas, con melancolía, el fin de tus estudios y el comienzo de un malestar. Eras un hombre, los demás te lo aseguraban -aunque tú no te dabas cuenta exacta de ello, y entrabas en la Vida.

¡Entrabas en la Vida!... ¿Con qué bagaje? Con tu diploma sellado y firmado tu cerebro lleno de definiciones, tu memoria fatigada, raquítico de cuerpo, inhábil para la acción y con una religión vacilante ó sin religión. Como abogado novicio tenías escrúpulos de conciencia y los crímenes. Y demandas no sólo te daban asco sino que huían de tí; como médico te faltaban enfermos; como ingeniero... los albañiles bastaban para la construcción de una casa. ¿Qué hacer? Tu título te invalidaba para un oficio, y como un desesperado que espera algo te lanzaste en busca de un empleo público.

El día siguiente de las revoluciones fue un día amargo para tí ¿oh mi hermano! Los hombres en quienes habías puesto tu fe traicionaron tus ilusiones. La idea, interpretada por los políticos, se rebajaba al nivel de una vulgar ambición. En la cofusión del bien y del mal has estado á punto de ser un sectario. Sin embargo, La buscas porque tu espíritu no se ha acostumbrado á la resignación y está ansioso de verdades.

Pero mientras tales luchas se libran en tu alma, otros compañeros de más fortuna ó voluntad, te señalan como un desertor ó como un mercenario de la pitanza nacional. Y en secreto te avergüenzas de tu holganza y te ocultas ruborizado entre los que esperan su sueldo en la taquilla de la tesorería. Comprendes que tu juventud y tu inteligencia deben obrar en una dirección más libre y que tus manos lacias y pulidas deben encallecerse y empuñar la piqueta y el estandarte.

Aún es tiempo ¡Oh hermano mío! De enaltecerlos ante nosotros mismos, sin esperar que la polilla y los años caigan sobre nuestra cabeza atormentada y antes que en la silla de la oficina pública se marque la forma de nuestras espaldas

Si no te doy un método de energía es porque no lo tengo, pero quizás meditando juntos llegaremos á encontrarlo.

En mí opinión debemos reformar nuestra vida interior primero que tentar una influencia sobre los demás. Averiguar nuestras aptitudes y encauzarlas.

La valoración sincera de las creencias que debemos adoptar nos comunicará una fuerza viril. La verdad de hoy puede no ser la verdad de ayer; no temamos contradecirnos rectificando un error.

Si somos unitarios ó federales, socialistas ó anarquistas, digámoslo ó probémoslo. La mentira pudre la conciencia.

No vayamos asidos a la espada ó la levita de los hombres que no piensan como nosotros porque son de otra época.

No nos sonrojemos de prepararnos para una profesión de las calificadas de humildes; un trabajo físico es el más digno y el más sano de los Sports, a pesar de lo que contradiga la hipocresía elegante; el cerebro adquirirá su equilibrio y las ideas saldrán fuertes y lozanas cuando los brazos no permanezcan ociosos. La fuerza que empleamos en los ejercicios gimnásticos podemos emplearla en mover una máquina ó dirigir un arado. Un taller que fuera al mismo tiempo un círculo artístico, ó filosófico ó científico ¡Oh la bella y fácil utopía!.

Mil proyectos se agolpan en mi mente en estos balbuceos de energía y de regeneración pero que yo ¡Oh hermano mío! No me atrevo á enunciar bajo la mirada hostil y burlona del Hombre Práctico.

¿Será posible que muramos en la inercia, oh joven de mi país, de mi edad y de mi raza social?." 

Pedro Emilio Coll

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