sábado, 16 de julio de 2016

Un día del Carmen.

Hace unos cuantos años, ni tantos tampoco, por el año 1972, erase un día como hoy festividad de la Santísima Virgen del Carmen, y tal como hoy mientras redacto estas memorias, la ocasional ventisca y lluvia se deja ver y escuchar a través de mi ventana, anunciado la llegada del invierno sobre la extensa planicie marabina, que como ayer celebraban los campesinos de los hatos aledaños a Santa Rosa de Tierra, reunidos en torno a la capilla de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

En anteriores relatos familiares les he comentado sobre nuestra casa vecina a dicha capilla, el Hatillo Villa Carmen, propiedad del abuelo Papá Luis y donde viví mis primeros años de infancia, les conté también del Hato Monte Carmelo de la familia Ferrer, sobre la señora Pauselina de su hijo el señor Alcides Ferrer y de su  yerna Carmen Ferrer, de sus numerosos hijos  Nelly, Elsa, Oswaldo, Elio y tantos otros personajes amigos de mi familia vecinos todos de Santa Rosa de Tierra, pues desde antaño cada 16 de julio era la cita del reencuentro feliz entre amigos contertulios de aquel caserío y de sus hatos circunvecinos Canchancha, San Jacinto (mejor conocido como El Hatico de la familia Acosta Fuenmayor primos de Mamá Carmela), el hato Cabeza de Toro, Ricaurte, Monte Claro y otros tantos perdidos en la madeja de los decanatos.

Fue una tarde con mis 12 años, tiempo vacacional escolar, que mamá, Sara y yo, paseando en el Hato 4 de Mayo, visitamos a Carmen Romelia sobrina de mamá, y como era día de su onomástico decidieron asistir a la festividades en Santa Rosa, entonces Ilmo, el esposo de la prima Carmen Romelia le prestó su automóvil Impala 1960 y dispuso al primo Edgar para que nos llevará a todos, en ese paseo nos montamos en ese carro Carmen Romelia, Tía Espíritu, Olga (esposa de Joseito), las primas Judith, Janeth, Lisbeth, Flor María, Edgar manejando, mamá, Sara y yo.

Estacionamos el carro en el patio derecho del Hato Monte Carmelo junto a otra gran cantidad de vehículos, pues la familia Ferrer Ferrer era muy numerosa además de sus gran cantidad de amigos y familiares, al bajarnos enseguida nos recibió con su característico saludo Nelly Ferrer, Carmeeeeeennnn Domitiiiiiiilaaa!  Pues su dialecto rápido y vernáculo de ese modo afectuoso llamaba a mamá antes de saludarla.

Luego una procesión, pero de abrazos y sonrisas entre mi Tía Espíritu y Carmen Ferrer que desde muchos años no se veían, la conversación afectísima y de tantas añoranzas y vivencias, abriéndonos paso entre el saludo de los hijos de la señora Carmen Ferrer, fuimos cada muchacho tomando su sitio en el frente del antañón y señorial Hato Monet Carmelo, mientras mi Tía Espíritu, Carmen Romelia, Olga y Mamá tertuliaban con la señora Carmen Ferrer matriarca de los Ferrer Ferrer.

Con el primer reventón de los morteros y las campanadas desde la capilla llamando a la Santa Eucaristía, la interminable charla de los ahí reunidos se dio por concluida, pues era menester alistarse para asistir a la misa que daba inicio a las festividades de Nuestra Señora del Carmen; yo que comenzaba mi adolescencia, entre rebeldías y complejos, preferí quedarme solo en el jardín del Hato de los Ferrer, entretenido con la compañía de un perro amigo y observando el jardín situado al margen derecho del hato entre arbusto de Cayena y Berbería, una jaula con Loros, y una extensa colección de cactus de todas la formas y especies, junto a rosa de diversos colores, sembradas en materos.

Las bombas de los morteros y varillas resonaban inmisericordes en mis oídos, mientras el paso de la procesión marchaba por la carretera medio asfaltada, al son de una retreta de músicos y su melodía sacra, seguida por la muchedumbre que acompaña el cortejo de la patrona de Santa Rosa de Tierra, hasta perderse de mi vista en la curva frente a la pulpería de Robinson, yo miraba el cielo azul encapotado amenazante de lluvia, cuando un feroz torbellino levantaba las cortinas de las ventanas, golpeando sus postigos y las inmensas puertas del hato de los Ferrer Ferrer.

Aquello con el furor del chubasco y el movimiento de las borrascosas nubes alrededor del cenit del cielo, parecía un sortilegio milagroso en aquel místico día, obra de nuestra señora, brava quizás, o trayéndonos contenta el agua prodigiosa desde los cielos, para reverdecer nuestros campos y refrescar la sed de nuestra ciudad; entonces los feligreses tratando de guarnecerse de la lluvia abandonan la procesión mientras los más devotos estoicos y firmes se mantienen fieles a su patrona, marchando en su compañía bajo la agreste lluvia, como santificándose de sus pecados. 

Yo, desde el frente donde estaba sentado, entre a la inmensa sala del hato Monte Carmelo, buscando refugio de la tempestad, escuchando la algarabía de la gente y sus conversaciones, algunos decían que la Virgen estaba muy brava, otros que eso era normal para esas fechas de invierno, otros que había que llevar en procesión a la Virgen más lejos, hasta Punta de Piedras y Pueblo Nuevo, en fin una serie de conjeturas avivadas como consecuencia de aquel vendaval.

Llegaron mojadas de la lluvia mi Tía Espíritu, Carmen Romelia, mamá, Sara y los demás primos, rientes y felices, echando sus cuentos de la procesión y de las personas amigas que se iban encontrando en ella, yo solo comentaba… -mamá cuando nos vamos?-.

Por fin al pasar el fuerte aguacero que duro unas dos horas, más o menos, se despiden mis mayores de la familia amiga de los Ferrer, no sin antes programar otros encuentros y tertulias, que nunca se dieron en efecto después, pasarían muchos años, cuando en otra ocasión ya con mis 21 años encima, desfilamos un 16 de julio de 1981, para entonces ya estaba levantada la moderna avenida Milagro Norte y el Cuartel de Conscriptos del Ejercito de hoy día, todavía la vieja capilla conservaba sus líneas tradicionales arquitectónicas propias de nuestra zulianidad, y la gente mantenía su don pueblerino, feliz y acogedor, bullanguero en su modo de hablar, pues el tiempo y las nuevas generaciones cambian para bien o para mal según la óptica del que lo analiza. 

Esa última ocasión fue otra vez mi Tía Espíritu y mamá, se encontraron son sus primas Ana Elisa y Adarceinda Del Villar del vecino Hatillo Villa Virginia, pero ya envejecidas prefirieron sentarse en el frente de la casita de Villa Carmen, para ver marchar la procesión desde su enlosado, teniendo como marco emblemático de su época, las dos ventanas abalaustradas y las cornisas de las tejas del hatillo Villa Carmen, cuando fueron sorprendidas por una serenata de violines, cuatros y guitaras, que viejos amigos del ancestral caserío Santa Rosa gentilmente le ofrecieron.

JLReyesM.   

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