sábado, 27 de julio de 2013

Arepas al Caujil.

Son las cinco de la tarde, el astro rey deja entrelazar sus naranjos resplandores a través del follaje de la arboleda del patio, sus penumbras extendidas sobre el suelo manifiestan el espectro de una procesión cartuja en semana santa, en los espacios de mi añosa morada, hay un murmullo de recónditos silencios estremeciendo mis sentidos, allende el marco del ventanal, la tierra seca recibe del agua el sustento vital diario, desprendiendo sus aromas de raíces ancestrales. Toda esa sinfonía de colores, sensaciones y aromas envuelve mi mirada sentado desde el corredor y sobre la mesa unas frutas plásticas, cortan mi inspiración, de aquel pasmoso escenario.

El marco de la puerta del patio sirve de encuadre al imaginario visual del fucsia y claroscuro atardecer, sus dos alas abiertas de par en par dejan pasar la brisa sur de alguna lejana tempestad, atizando la candela de las brazas sobre el anafre donde mamá las esparce para colocar la parrilla y asar nuestra cena de este día.
Sobre la mesa, la masa de maíz entre las manos de mi madre, toma su tradicional forma de Luna llena, luego las pasa por agua hervida y deja reposar sobre una limpia toalla de cocina, da gusto escuchar el chachachá del proceso de aplanamiento de la arepa y luego el ritual de su redondeo cuando mamá levanta el meñique y con su dedo índice le hace su curvo contorno; es entonces cuando me pide que vaya hasta el recodo donde está el árbol de Caujil, que desde la vecina casa del fondo deja caer sus frondosas ramas a nuestro patio, que arranque unas seis hojas de las mejores, así las tomé, de las mas verdecitas ya su forma de corazón facilita su destino, son de una textura gruesa y en sus nervaduras encierra el aroma sutil de su fruto, conocido en otras tierras como Merey y también como Marañon.    

Mamá frota con aceite la hoja de Caujil y fija sobre ella la arepa y las va colocando sobre el Anafre para así ampararlas del directo calor de las cernidas brazas, quedando asadas las arepas bien doraditas y como valor añadido un aroma sin igual, proporcionado por la sustancia vegetal de la hoja de Caujil, sacrificada al intenso calor de la brasa incandescente, humeando con su aroma y cual incienso, el ambiente de la estancia familiar.

             
A la espera de la cena, con mi libro Arco Iris memorizando la tarea del siguiente día, desde el umbral de la puerta del corredor, escucho la voz de mamá llamando a cenar, a la hora del crepúsculo en la ultima hora vespertina, sobre la mesa del comedor dispuestas dos arepas sobre el Peltre, su infaltable taza de café con leche a su lado y en el centro de la mesa, la amarilla mantequilla marca Alfa aquilataba sus crestas de suero, para embadurnar con el cuchillo la abierta arepa humeante así sabroseada con el marabinisimo lácteo.

Allá en la distancia del tiempo, en ese añorado lugar, existe aún la presencia de nuestros arcanos, deambulando indiferentes ante la presencia de otras vidas presentes; en sueños percibo aromas, veo los sitios por los que un día caminé, amé, sonreí y lloré; allí estas tu, mi amadísima madre, como escondida entre las paredes de la vieja casa, tus afanes diarios delatan tu presencia enigmática en fulgurantes segundos de quimérica recordación y te desvaneces, con la misma facilidad con la que me sales al encuentro.

Por entre los aleros de la ventana de mi habitación, se escapa mi alma, dejando en el tiempo la vieja casa de mi niñez, desde lo alto, los copos de la verde arboleda a cuya sombra tantas veces me extasíe, me saludan, despidiéndose al rítmico vaivén de la brisa norte; no, no, no hay espacios, ni tiempo ni distancias, solo recuerdos y este estrecho instante de existencia.    

JLReyesMontiel.  

sábado, 20 de julio de 2013

La Pulperia de Rubén Alvarado.

Pulperias Marabinas
Entre la Gallera de la avenida Santa Rita y Bella Vista al margen de una cañada, a una cuadra de “El Cristo” la casa residencia de mi abuela Mamá Carmela, se encontraba la pulpería del señor Rubén Alvarado, persona de circunspecto proceder, austero, y singularmente familiar y conversador; sentados en sus mecedoras de mimbre él y su inseparable esposa, atendiendo su humilde establecimiento, donde se vendían chucherías, golosinas, refrescos, café, algunos víveres y una que otra fruta de temporada.

Iba al señor Alvarado, vestido con sus blancas guayaberas y pantalones Kaki, fumando unos largos y gruesos tabacos, mientras atendía al público o cuando muy de vez en cuando se le veía conduciendo su Jeep Willys de color verde, con su techo encerado de lona,  emanando a su paso el fino aroma de las añejadas hojas de sus Tabacos.

Grato fue conocer al señor Rubén, con su voz sonora y grave, alta y clara, sus níveos cabellos, su prominenet bigote y su hidalga presencia llenando el espacio de su humilde negocio, cuando conversaba y echaba sus historias mientras uno se refrescaba el calor del día paladeando el contenido de alguna gaseosa bien fría, acompañada de su respectiva Galleta de Huevo, una Pasta, Paledoña o Ponquesito.

Una vez me contó el señor Rubén sobre un púgil marabino de fuerte puño, primo hermano suyo, que a más de uno noqueó entre las cuerdas, llamado Daniel Alvarado, quién era un Estibador  del Puerto de Maracaibo, muy popular dada su fuerza extraordinaria, era capaz de levantar al hombro varios sacos de fique con granos sin que se le doblaran las rodillas y según partía un Coco de un solo  golpe al piso, ganándose el apodo de “El Caballo”.  

A finales del año 1921, se inicia el  boxeo profesional en esta ciudad y traen de los Estados Unidos a un púgil de apellido Swanberg  y a un argentino de apellido Passeiro,  junto a otros boxeadores de menor valia; montando un espectáculo boxístico  en el teatro Variedades. Pero “El Caballo” no tenía entrenamiento ni conocimientos de técnicas  de boxeo, pues nunca se había subido a un cuadrilátero, pero dada su descomunal fuerza, se pensó que podía tumbar al importado Swanberg, para ello acordaron un encuentro boxístico entre el zuliano y el estadounidense.

Un aficionado amateur del boxeo, Aniceto López enseñó a “El Caballo” algunos trucos de ataque y de defensa; acordada como fue la pelea, se designaron los jueces el señor Esteban Ramón París y el Dr. Héctor Quintero. El teatro Variedades se llenó totalmente, pero el público asistente quedó con los ojos claros y sin vista ya que la pelea no tocó campana ni del primer round, terminó con “El Caballo” tumbado de largo a largo en las cuerdas del cuadrilátero y el estadounidense rumbo al hospital, pues solo dos golpes decidieron la pelea: Uno propinado por Swanberg contra el  mentón de “El Caballo” y otro golpe brutal que descargó éste sobre el estómago de su contrincante extranjero, cuando el “musiú”  mejoró, se fue hasta la Isla de Curazao ruta a su país, donde falleció como consecuencia del contundente golpe que le asestó "El Caballo" destrozándole el hígado al infortunado Swanberg.

El señor Rubén Alvarado, además de comerciante, era un connotado conocedor de las técnicas del masaje corporal, aplicando cremas mentoladas medicadas, Vickvaporud, Bálsamo Alesida o Iodex, a más de uno alivió y sanó enderezando huesos quebrados, torceduras musculares, tendones y demás dolencias artríticas y musculares.

MI hermana Sara fue una de sus incautas pacientes, pues el señor Alvarado aplicaba su masaje entre la animada conversación y su buen humor, de modo de distraer al adolorido mientras encontraba el momento propicio para desconcierto de la persona, enderezar el hueso roto llevándolo a su lugar, quedando solo el eco del grito del resignado pero ya aliviado masajeado, luego colocaba los respectivos vendajes y entablillado, en una época en la cual los practicantes, masajistas y dependientes de farmacia, ante una emergencia, bien sabían delegar la consulta de un galeno universitario.  

Por allá en el año 1987, una fuerte tempestad, ocasionó que la lluvia y la cañada aledaña se llevaron el local, enseres y mercancías del popular negocio y desapareció entre las sombras de aquella aciaga madrugada y las enfurecidas aguas del caudal de la aledaña cañada, no quedo sino el sitio en el frente de la casa de los Alvarado, donde se levantaba sobre un enlosado la tradicional pulpería de Rubén Alvarado.

Al poco tiempo murió el entonces ya anciano señor Rubén Alvarado y luego le siguió su señora esposa, amigos entrañables de la familia Montiel Fuenmayor, en especial de la abuela centenaria Mamá Carmela, de mamá, Tío Dimas y Tía Espíritu, durante muchos años sus cercanos vecinos, desde la casa de “El Cristo” en la entonces avenida Santa Rita hoy No. 8 con calle 66 de Maracaibo.


José Luis Reyes Montiel.