De aquellos recorridos vacacionales en la península de Paraguaná, me quedó
el recuerdo del Hato de Doña Josefa Camejo y la visión de las ruinas del Hato
del Gral. Juan Crisóstomo Falcón, de quién devino el altivo y bravo nombre de
esa bendita tierra “falconiana”.
De aquellas casas de Hatos paraguaneros, me quedaron sus olores de veranos
guarnecidos y la alucinante presencia del silencio en sus interiores
monásticos, avivados con el rasgar de la fuerte brisa en su paso por entre sus
gruesos muros, aún conservo mi mirada hacia sus Majadas, donde el bamboleo de
los árboles de Cují sombreaban las Tunas con sus espigadas espinas amenazantes,
mientras los Cardones, en la extensión del Hato, montaban con su apariencia,
una eterna guardia en el aquel monte sagrado.
Cerro "Santa Ana" ancestral. |
Haciendo un poco de historia, desde la época española y hasta las primeras décadas del siglo XX, se construyeron en Paraguaná un modelo de casas muy identificadas con la forma de vida de la elemental economía de la región, casas que por característica común, constaba de un corredor de entrada, pero, si era de una familia “pudiente” constaban de dos corredores de entrada y algunas hasta de un decorado pórtico, infaltable en toda casa, la sala, alcoba, cocina con fogón y horno, Aljibe (para almacenar agua), una Troja (almacenar el maíz, los frijoles entre otros granos), los corrales de animales menores y mayores, aves y de chivos; adyacentes al Hato se encontraba un Jagüey (Pozón abierto para aprovechar las escasas aguas de lluvias), además del sembradío de la “Huerta" y un poco más retirado el Excusado (orificio profundo y cavado en la tierra para descargar excrecencias humanas).
Podemos definir el Hato, tanto en el estado Zulia como en el estado Falcón,
como una empresa familiar, básicamente es una unidad económica de producción
agrícola, de los sectores rurales aledaños a los suburbios de nuestras ciudades
de antaño, de las cuales dependía esencialmente aquella rudimentaria, pero,
eficiente y eficaz economía regional; cuyos excedentes de producción se
ofrecían en venta al público en los mercados de aquellas poblaciones y
ciudades.
Sobre los materiales de construcción, puede visualizarse eran obtenidos de
la misma tierra de Paraguaná, y su estructura de la madera de los árboles de
Cují, Curarire y Caujaro muy abundantes en aquellos predios de Dios, para
elaborar las varas y horcones para sostén estructural, amalgamados mediante un
amasijo de barro y paja, como sobresalían las briznas de éstas por sobre el
frisado interior de la casa, llamada por los viejos de antes, pared de
bajareque.
Con el inicio de las refinerías petroleras, los paraguaneros abandonaron su
forma de vida rural, para dedicarse a las actividades de la industria
petrolera, más cómodas y rentables, y fue precisamente a partir de ese proceso
de urbanismo citadino, que dejaron de construir y mantener aquel centenario
modelo de casas paraguaneras, y en consecuencia, sufrió igual degradación el
“Hato” como unidad productiva rural, pasando a lo que hoy día han denominado los
coterráneos “Rancho” quizás una alienación cultural, por el Rancho Texano,
avenida por la época de la presencia norteamericana petrolera.
Afortunadamente, aún existen dignas muestras de aquellas casas de los Hatos
paraguaneros, diseminados por entre sus pueblos de viejo linaje, contestes
testigos de tiempos labriegos, de dura jornada y existencia tradicional,
pasajeros de los Soles y las Lunas de Paraguaná.
Abogado JL Reyes Montiel.
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