sábado, 10 de febrero de 2018

Mis zapatos ortopédicos.

Por el año 1965 padecía de intensos dolores en los pies y como era gordito causaban cierta dificulta al caminar, la razón mis pies carecían de su arco respectivo; mamá y papá decidieron llevarme al legendario Hogar Clínica San Rafael cuya especialidad es traumatología y ortopedia, papá nos dejaba bien temprano en la mañana y salíamos mamá y yo al mediodía de regreso a nuestra casa de la calle Venezuela en los carros de Bella Vista; recuerdo claramente la gran cantidad de pacientes que eran atendidos en ese centro de salud de los Hermanos de San Juan de Dios, llamaba mi atención su hábito de color blanco con una capucha detrás de su cuello y un grueso cinturón de cuero del cual se desprendía un extremo hacia abajo hasta un poco por debajo de sus rodillas terciado de su lado derecho, mientras caminaban con su paso el cinturón se balanceaba entre sus piernas marcando sus pasos, mientras la sotana se ondeaba al viento.

En el patio lateral se congregaban los infantes pacientes y sus mamas, sentados sobre unas bancas de granito numeradas sobre la piedra, el que iba llegando se iba sentando cuidando su puesto numerado en el orden de llegada al ser llamado por el altavoz para ser atendidos por los galenos.

Una vez realizados las radiografías y estudios clínicos, el medico ordenaba al taller de ortopedia de la clínica la elaboración del calzado adecuado para corregir los pies planos, dicho taller era atendido por uno de los hermanos de la congregación muy atento y cariñoso, con su mentón cubierto por una espesa barba negra y con su enrevesado dialecto castizo, nos echaba bromas y personalmente tomaba con sus manos las medidas de mis pies con una cinta de medir y sobre una hoja en blanco circunscribía con un lápiz sobre el papel la planta de cada pie.

En la sala de citas llamó  mi atención una enorme pecera, cuyos peces de colores cautivaban la mirada y atención de los muchachos, dejando a un lado la inquietud característica de la infancia, mientras sus mamás entre ellas la mía, tomaba cita para el control médico y seguimiento de mis pies planos.

En esos tiempos había recluta militar y la gente me decía -tenéis los pies planos te salvaste de la recluta, dale gracias a Dios muchacho- recuerdo que los jóvenes al llegar a la edad militar de sus 18 años se abstenían de salir durante las batidas de reclutamiento realizados por las entonces denominadas Fuerzas Armadas Policiales (FAP) recuerdo vestían de uniforme azul correaje blanco, cascos blancos y eran llamados los medias blancas porque sobre sus calzados ostentaban una polainas de cuero de color blanco, el caso era que rolo en mano esperaban a los incautos a las salidas de los cines que por esos tiempos eran muy concurridos por ser una de las distracciones del momento en compañía de amigos y muchachas.

A la salida del Hogar Clínica San Rafael mama solía visitar a mi tía Trina en su casa aledaña a dicho centro de salud, era ya una costumbre hacerlo, a mí me gustaba mucho visitarla pues tenía una manera tan suave de conversación y refranes a montón igual que su esposo tío Manuel, así como las primas Ana Aurora de fluida y amena tertulia, las ocurrencias del primo Antonio, mientras la prima Aura sentada en su máquina de coser remendaba o hacia ropa por encargo.

En el año de 1970 mamá me regalo una pieza elaborada en barro tallado y cocido al horno, trátese de la bota que exhibo al margen del presente relato, dicha pieza la conservo como un recuerdo inestimable de aquellos lindos años de sana y pura convivencia y regocijo familiar, como olvidar esos días tan claros, despejados y hermosos, llenos de inocencia y felicidad, muy a pesar de los condicionamientos económicos por la partida inesperada de mi padre Pascual Reyes Albornoz, pero que gozoso viví con la austeridad con la que hoy asumo el paso de los años y las nuevas circunstancias que inconsecuentes nos asechan y perturban nuestro día a día. Bendito sea Dios, bendito su Santo Nombre, Bendito Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre.

JLReyesM.