sábado, 30 de agosto de 2014

¿Qué le pasó a Kabuki?

"TODOS" de 5 de julio frente a Sears Maracaibo
(Dale Click para engrandecer las fotos y detallar).
Sobre centros comerciales, fuentes de soda, cafés y restaurantes, Maracaibo fue y es una ciudad cosmopolita, con sus marcadas diferencias del ayer romántico y clásico, pero abierta, hoy  glamorosa, pero cerrada, en la nota anterior conversamos sobre esos aspectos; sin embargo la ciudad por su gente y por ser una metrópoli portuaria, nunca ha escapado a su cosmopolitismo urbano.

Hoy una variedad de comercios le compiten al glorioso ayer de la ciudad, una hegemonía arquitectónica propia, en 1977 “Costa Verde” inauguró el nuevo Mall maracaibero,  quedando las referencias constructivas de los locales abiertos del Todos (5 de Julio y Bella Vista), Villa Inés (Bella Vista), Don Matías (Calle 76 con Bella Vista), Las Mercedes (Enfrente de la iglesia del mismo nombre en Bella Vista).

Esas joyas emblemáticas de nuestra ciudad se niegan a morir en su pasado, son iconos arquitectónicos de una urbe con características tan peculiares como lo son los del hábitat marabino, por su clima y geografía, adaptados totalmente al medio, nos identifican y conectan al ciudadano con su ciudad, creando de alguna manera esas referencias que lo involucran en su pasado y lo proyectan hacia su futuro.

Edificio sede de la Sub Oil National Petroleum,
luego de Enelven y hoy de Corpoelec.
Tristemente veo como una Estación de Servicio como la American Bar, a medio demoler, padece entre mugre, ratas, perros callejeros y huele pegas, los embates del tiempo y el abandono. Otro caso es el del pequeño Centro Comercial donde estaba Café Kabuki, está rodeado de latas de zinc, esperando ¿Ser demolido o refaccionado? Cuando una oportuna remodelación, tomando en cuenta su valor como punto comercial, se deduce en mayores posibilidades comerciales que su demolición, simplemente por su vínculo con nuestra ciudad; pienso en una Estación American Bar remodelada con estacionamiento, panadería, heladería, fuentes de soda, y cambio de aceite y demás servicios automotrices, imagínense llegar y mientras lavas tu automóvil te tomas un refrigerio en medio del calor maracucho, tal cual es toda una experiencia comercial la estación de servicio "La estrella" en la calle 67 Cecilio Acosta.

El edificio de la papelería Bustamante, fue demolido hasta sus cimientos, el Cine Landia, entre otros, que hubiera sido de PDVSA La Estancia de no haberse preservado el edificio “Las Laras”. Ciudades como Roma, París, Madrid, Londres, Estambul,Buenos Aires, Montevideo, cada una de ellas conserva sus iconos cultuales propios, que al solo verlos nos da su referencia en su sitial mundial, por ejemplo Londres su torre del Reloj Big ben, Paris su Torre Ifeel, Caracas Las Torres de El Silencio, Maracaibo su Puente Rafael Urdaneta, entre otras, elementos éstos que en conjunto con otros iconos culturales constituyen el patrimonio integrador de su identidad y del arraigo de su gente con su entorno con el cual se conceptualiza en un todo civilizador.

Antigua estación de servicio "Munich" Maracaibo 1932.
La "Munich" año 2014, dignamente conservada en plena
productividad comercial, es un ejemplo de la
rentabilidad de estas joyas del pasado.
El "Todos" de 5 de julio es la última pieza inmobiliaria en escombros, este valioso edificio se encuentra semidestruidos hasta hace poco un comercio decente, ahora propicio para el alojamiento de indeseables y basura, en infracción de leyes nacionales, policiales (Código de Policía del Estado Zulia) y de la normativa municipal.

Ojala, se tomase en cuenta el valor real en el tiempo de estas edificaciones, aún perdurables por los materiales de construcción en ellas empleadas, con muchos años útiles de vida, además de preservar la memoria de nuestra ciudad tal como está representada en ese entorno arquitectónico, donde caminamos, nos reunimos con amigos y pasamos gratos encuentros y momentos,  aseguremos a la Maracaibo del mañana, su pasado, pues es sembrar la identidad regional, en su futuro y en las nuevas generaciones.

José Luis Reyes Montiel

sábado, 23 de agosto de 2014

Un café en el Villa Inés.

De la Maracaibo de las décadas prodigiosas 60, 70 y 80 quedan solo algunos vestigios de su extroversión, la ciudad ha crecido, pero hacia dentro de sí misma en islotes enconchados, entre murallas fortificadas y galpones gigantescos, a unos les llaman pomposamente “Villas” y a otros “Mall” son ahora las casas y  centros comerciales con acondicionadores de aire para crear una temperatura agradable, con rejas cual  “La Rotunda”    las unas y los otros, lo suficientemente seguros y protegidos de las calles y  avenidas principales, con un solo acceso con su respectiva garita y paso restringido con “Jirafa” cual cuartel nazi, pequeños satélites dentro de la acéfala urbe, aisladas con elevados muros electrificados, iluminados con reflectores y coronados con agudos alambres con púas tipo hojilla; paradójica y anacrónica contradicción en pleno siglo XXI superadas como fueron la cortina de hierro y el fatídico muro de Berlín.

Mientras alrededor de aquel monstruoso e inhumano escenario, crece en sus márgenes la otra ciudad, la ciudad bullanguera, la del buhonero extranjero (90%) y nativo (10%) ligera encuesta personal y presencial en la plaza Baralt, nada científica ni mucho menos académica, esa es la Maracaibo del Vallenato y sus barriadas que han invadido el área protectora de la ciudad de Maracaibo, sino hagan un paseíto más allá de San Isidro o de Okinawa, carretera adentro y trilla adentro y hacía el aeropuerto, o hacia El Marite, Dios Santo! Aquello es para párasele el pelo a quién le duela nuestra ciudad, es hasta una cuestión de seguridad y soberanía nacional, lo que está pasando en nuestra Maracaibo marginada por un real, la de este pueblo noble y en penumbras, la misma de Aguirre en su gaita.

C.C. Villa Inés debe ser declarado
patrimonio de la ciudad, evitar desaparezca
como tantos otros sitios emblemáticos de la ciudad.
Me desvié del cuento original, quede en la ciudad introvertida, hacia dentro, pues esta mañana, ayer sábado, para los que lean esto el domingo, me di un gustazo tomándome un café con mi señora y mi hija, en el centro comercial Villa Inés, último bastión de la ciudad extrovertida, es decir de aquella Maracaibo hacía fuera, la de sus casas con sus jardines y patios, la de los condominios y sus veredas, las de los centros comerciales abiertos como el “Don Matías” ahora cercado, ahí mismo en la esquina de  Bella Vista y la calle 76, la otrora estación de servicio “American Bar”, el Café “América”, el Café “Kabuki”, “Cinelandia”,  (desaparecidos), Fuente de soda “Indio Mara” (enrejado), “El Raspadito” y la Pizzería “Pic Nic” de Las Mercedes y su abierta estación de servicios, solo queda en su fondo los cepillados “El Manguito”.

El Café "América" sitio de encuentro
de los hermanos Román, Pascual y Carlos Luis Reyes Albornoz
en la esquina de Bella vista con 5 de julio Maracaibo de los 50 y mediados de los 60.
Todo hoy es muy bonito de última generación pero entre rejas y hacía dentro entre muros y paredes de concreto y ahora más que nunca no solo de espaldas sino, como decía Cantinflas, -ni ignorando- al Lago, rompimos cualquier cordón vital con nuestro estuario lacustre, el único es Lago Mall, pero un solo local, todos los demás hacia dentro, claro está la inseguridad no permite otra cosa, hay que asumirla como realidad,…me vuelvo a desviar, bueno aquella ciudad, ah! sí.


Es el “Villa Inés” un lindo ejemplo de la ciudad bucólica y gentil, humana y extrovertida, con sus abiertas cominerías que dan al estacionamiento central rodeado de locales comerciales en forma de herradura, captando toda la brisa norte y la concentra en la entrada central y su escalera que baja hasta su gran plaza central donde unos veladores invitan al comensal a sentarse y disfrutar de la fresca brisa marabina que nos llega desde las riberas del Coquivacoa, sus pisos de granito  y una estructura hecha para perdurar en el tiempo, no es un galpón como los Sambil, cual carpa de circo microcosmo encerrado emporio de mercaderías sin valor humano ni dignificante, todo lo contrario es el ambiente del “Villa Inés” que se puede mejorar sin duda, especialmente sus jardines y su fuente central, convertirla en un espléndido jardín, pero eso toca al condominio de los locales comerciales, pero el “Villa Inés” es un modelo de arquitectura comercial, dignificante y edificante, estimulante a caminar entre sus comercios, con el tamaño perfecto que no cansa y distrae; además cuenta con un teatro antes Teatro Roxy, en aparente abandono, muy aprovechable en una ciudad limitada en sus alternativas líricas, donde más de una vez la muchachada marabina se daba cita para ver la película del momento, chicles Adams, pastillas Pentron o Salvavidas en el bolsillo por si el encuentro de un fugaz beso sorprendía el momento.

José Luis Reyes Montiel.






lunes, 11 de agosto de 2014

En la casa de las Briñez.

Una calurosa tarde de julio, jugando a la sombra de los árboles de Mango, conocí en el patio de la quinta “Ana Aurora”  a los primos Esperanza y Lucas Perozo Briñez, nietos de mi Tía Trina, muy gentiles familiares míos, hoy día, de una honestidad a toda prueba, excelentes padres de familia y trabajadores. Érase una de aquellas visitas familiares, pasarse por casa de Tía Trina, María Trinidad Montiel de Briñez y su inseparable esposo Manuel Briñez Valbuena, por cierto, según el libro de apuntes de Mamá Carmela se casaron un 19 de Marzo de 1924, conjuntamente con sus hermanos Pedro Briñez Valbuena y María Lourdes Montiel Fuenmayor, pero ese será otro cuento.

Manuel Briñez Valbuena.
Iconografía cortesía de Esperanza Perozo
(Fotoshop JLReyesM)
María Trinidad Montiel de Briñez.

Ya más grandecito, visitamos nuevamente mamá y yo a los amables tíos, después de acudir a la consulta médica en el Hogar Clínica San Rafael, donde me trataban mis pies planos, pero esa tarde los primos Perozo no estaban en casa de Tía Trina, sentí una gran ausencia, ya la temporada vacacional había terminado, Lucas y Esperanza regresaron a su casa en Tamare de la costa oriental del Lago, para asistir a sus labores escolares; sin embargo, me resultaba agradable aquella visita, pues el ambiente solariego de los Briñez Montiel, su fluida y animada conversación, el cafecito acompañado de algún dulce de lechosa, piña o limonzón, dispuesto por Aura sobre la mesa, mientras Ana Aurora con su cigarrillo en la mano, discernía con mamá su tertulia  del momento.

Amalia entre los corredores del jardín central de la casa, daba su tetero a un venadito su curiosa mascota, y entre las matas de una jardinera, situada frente a la mesa del comedor, unos pececitos en su pecera retozaban dibujando compases entre las aguas cristalinas, mientras la algarabía de un Loro en su jaula en el patio trasero, llamaba la atención, donde en otra jaula una pareja de Cardenales acopetados exhibían sus colores entre macho y hembra, el macho de un rojo intenso y la hembra pálidamente parda, como si la naturaleza por destino marcara a su género el doloroso camino de ser madre.

Quinta "Ana Aurora" residencia de los Briñez Montiel, tal como la conocí y si mal no recuerdo, dibujada
en power point y paint,  del lado derecho la habitación principal del Padre Guillermo Briñez, a la izquierda la habitación de Fernando "El Periquito" y Antonio Briñez Montiel, luego la habitación de Ana Aurora, la ventana del comedor y puerta lateral hacía el comedor y corredores del jardín central, en el porche la ventana de la sala con accesos laterales a las habitaciones del frente, una puerta comunicaba a los corredores del mencionado jardín central y a la derecha luego las habitaciones de Aura y Amalia y al final las de Tío Manuel y Tía Trina.
Ey! me faltarón los Chaguaramos, las Cayenas, los Mangos, el garage y el lavadero.
Tío Manuel y Tía Trina ocupaban dos sillas mecedoras tejidas de mimbre, en su sitio de honor en el corredor hacía la cocina de la casa, desde donde seguían la conversación y se sumaban a la tertulia aportando una que otra oportuna y valiosa opinión, mientras un reloj de madera, colocado en la pared sobre el televisor, daba desde el comedor sus campanadas vespertinas con su sonido de big ben londinense, penetrando su tic tac el silencio de la sala y demás habitaciones de la distinguida morada, marcando las taciturnas horas cual franciscano convento.

En su cuarto Fernando, la zurrapa de mis tíos Briñez Montiel, reposaba recuperado de una pavorosa operación de columna, sobre su cama yacía envuelto en una chaqueta armada en flejes de acero y cuero, para mantener la correcta posición de su columna, ese fue mi primer encuentro con mi primo Fernando Briñez Montiel, vaya la impresión me causó de niño, así lo conocí o al menos así lo recuerdo de infante en ejercicio de mi uso de razón.

Estos son los hermanos Briñez Montiel, hijos del patriarca Manuel Briñez y mi tía Trina, Aura Albertina, Angela Adela, Ana Anagelina, Ana Aurora, Amalia y María las hembras, por otra parte los varones Manuel (Manolo), Enrique, Antonio José, Carlos Alberto y Fernando el Benjamín de la familia. 

Fechorías de chiquillo y el pertinente escarmiento, una tardecita de tantas, me tome la atribución indebida de jugar con un busecito de cuerda, estaba guardado entre los huecos del lavadero que daba al patio de la casa de Tía Trina, colocaba sobre el camellón el juguete y salía esmollejaito el busecito, el caso fue, que el dichoso juguete se me metió en el bolsillo del pantalón y a mí como me gustó la cosa, mala acción preconcebida, de regreso a casa lo escondí para luego hacerme el musiu  jugando con el sustraído perolito, pero que va, a mamá no se le escapaba una ni uno, al ver ella  el desconocido artilugio, inquisitivamente me preguntó hasta sacarme la verdad, mamá tenía una paleta de madera para preparar majarete, manjar blanco, delicadas y mazamorra, pues con aquella paleta mamá me sonaba por las batatas de mis piernas, y yo salía corcoveando.

Luego vino el castigo, me indicó -ahora debes colocar el juguete de donde mismo lo tomó- y así lo hice en la siguiente oportunidad de visitas en casa de los Briñez Montiel, deje el busecito de cuerda entre los huecos del lavadero en el patio trasero, ahí lo deje, sintiéndome por fin liberado de aquella desleal y mala conducta.  Ahora a la sombra de mis cincuenta y pico y medio de años, comprendo tan importante lección de vida, mi madre no me podía exigir otra conducta, sino aquella la cual mediante su ejemplo me indicó, siempre seguí sus consejos, a veces hasta en contra de mi voluntad, ahora soy y estoy gracias a ella, no ostento riqueza, porque para ella tampoco era su fin, pero si una existencia digna, tal cual sus padres, mis abuelos papá Luis y mamá Carmela la instruyeron y así le pido a Dios me dé la fortaleza e inteligencia suficiente para instruir a los míos.


José Luis Reyes Montiel.





jueves, 7 de agosto de 2014

La casa de la señora Inés.

Calle Ciencias conocido también como la calle derecha.
En plena calle Ciencias de la bucólica Maracaibo de ayer, empalmada entre las altas fachadas de la cuadra de casas, estábase la que sirvió de residencia a la señora Inés Tremón, quién fue durante años concubina de mi tío Dimas Montiel Fuenmayor.

Aquellas casas de la calle Ciencias, según recuerdo, al obsérvalas se notaban grandes diferencias respecto a las casas de la calle Venezuela, éstas resultaban de paredes más delgadas y más altas, las ventanas alargadas y estilizadas con elementos decorativos neoclásicos, la teja de sus techos era aplanada y cuadrada, ensambladas unas con otras, evidentemente de un mejor acabado; mientras aquellas, las de la calle Ciencias,  las paredes era gruesas y fuertes, algo más bajas, sus ventanales eran más sencillos y de un estilo colonial, y la teja empleada en los techos era acanalada  en forma de “U”, razón por la cual tuve la impresión de entre ambas tenían un margen temporal de existencia, la calle Ciencias era más antigua a la calle Venezuela, cuyas casas eran de data posterior.

Esas Casas Maracaiberas eran construidas con elementos naturales de nuestra zona, empleaban la Caña Brava, las cuales sustentaban  la piedra de ojo o las conchas de coco, trabadas con mortero de cal y canto mezclado con agua, cuyas bases y estructura lineal se apoyaba mediante postes de madera denominados horcones y los techos mediante varas de Mangle.

Cuando mamá iba de compras al centro de Maracaibo, decía  –mañana vamos para Maracaibo- yo sabía que se refería que salíamos temprano al viejo mercado principal, pues antes en el centro de la ciudad se adquirían todo tipo de  mercancía a menor costo, en efecto, temprano en la mañana, tomámos en la esquina de la avenida 12 con la calle 69A, el carrito que nos dejaba detrás del viejo Convento de San Francisco, allí era la primera parada, mamá entraba colocaba una moneda en un atril de velitas y encendía una, después oraba mientras yo la observaba, al terminar su oración me tomaba de la mano y continuaba la caminata atravesando la plaza Baralt, ahí estaba por supuesto la estatua del insigne Zuliano Rafael María Baralt, parafraseándolo -quién en hora malhadada y con la faz airada lo vio nacer el Lago que circunda nuestra ciudad- que cosa no. Diagonal estaban dos colosos, inmensos entonces, mi mirada se quedaba estupefacta mirando los “Atlantes” del emblemático y marabino edificio de La Botica Nueva, luego “Los Mercurios” (Dios del Comercio según los griegos) que coronaban las cornisas de los ventanales del edificio Mac Gregor,  cuyos cascos alados alimentaban mi imaginación.

Primer plano de los Atlantes del emblemático
edificio Botica Nueva de necesaria y urgente restauración.
Balcón de la Casa Mac Gregor, otrora viejo comercio de Maracaibo.
Finalmente, la meca de los establecimientos comerciales de la Maracaibo de ayer su Mercado Principal, en aquel lugar, lleno de voces y algarabía marabina, mi madre compraba queso, plátanos, arroz, espaguetis, aceite, harina de maíz, café, leche en polvo, mantequilla perijanera, azúcar, sal y paro de contar, todo se conseguía de calidad y en abundancia, y lo más importante con cien Bolos (Bs. 100,00) en el bolsillo.

Luego se dejaba pasar por la Tienda “La Modista” ahí compraba su hilo, sus botones, sus agujas, en fin para sus quehaceres como costurera, no sin antes, caminarse entre los kioscos de los buhoneros viendo baratillas, y brindarme una barquilla con helado en la panadería italiana de la esquina enfrente a la Papelería Esteva de la Plaza Baralt.

Calle Ciencias vista desde la Plaza Bolivar de Maracaibo.
Terminada la jornada, caminando de regreso a casa, solíamos visitar a la señora Inés, contubernía de mi tío Dimas, como dije en un principio, la señora muy amable y cordial, conversadora de fluido acento, compartía  su café con mamá, mientras yo deliraba, observando la vieja casona colonial donde vivía, esa casa angosta en su frente con una ventana y puerta principal, resultaba alargada hacía su fondo, tenía un patio principal y dos traspatios, separados por habitaciones independientes a los cuales se accedía por gruesas puertas de madera a dos alas, sostenidas por gruesos muros, tinglados con gruesos maderos, que mamá me dijo eran de una dura madera llamada curarire.        

Un camellón central transitaba hasta el último patio, el primero era un jardín plantado por la señora Inés, el segundo traspatio solo arena y el tercer traspatio enmontado un solar, era ocupado por una inmensa mata de Tapara algo extraña  y tenebrosa, muy poco era el rato que me permitía la contemplación del lúgubre lugar, como si un maleficio acontecimiento o algo indigno hubiese sido consumado entre los muros de aquel apartado sitio de la casa, cuya última habitación que comunicaba al susodicho patio, contenía antiguos objetos en desuso, una Victrola, una cocina toda de hierro con quemadores a carbón,  cuatro baúles con fotos viejas decorando  sus tapas interiores atestados de ropa vieja y otros objetos de uso personal, toneles de cartón con viejas revistas y libros, y unos escaparates altísimos muy barrocos, pero bien cerrados.

La señora Inés cuando le pregunté sobre esa tercera habitación, me refirió que era un depósito de objetos dejados por las familias que vivieron con anterioridad en la casa, parientes del dueño que le arrendó la casa y le señalo una cláusula de custodia de las cosas ahí guardadas.

En la casa de la señora Inés, entre el árbol de Tapara y la puerta de su tercera habitación,  rondan los espectros en ceremonial retrospectiva inmuta, de caballeros elegantemente vestidos de paltó y sombrero, y damas de traje largo, mantilla y abanicos; febril lugar, cementerio de corotos y ropa vieja, esperando el regreso de sus dueños, entre las penumbras de sus puertas al Sol del mediodía y el sigilo de sus muros, un espanto me mira desde el techo, donde se alojan las sobrecogedoras animas de quienes precedieron aquel rancio aposento familiar.


José Luis Reyes Montiel.