viernes, 27 de diciembre de 2013

Caminos.

Cerrando este año, les traigo un anécdota, un cuento algo más reciente, era el año 2003  en ocasión de mi viaje a la ciudad de Caracas, con la finalidad de asistir a un encuentro de Derecho Tributario auspiciado por la Asociación de Derecho Tributario en la Universidad Central de Venezuela, afortunadamente fui seleccionado como funcionario fiscal para asistir a la actividad académica, disponiendo del apoyo logístico de mis superiores para trasladarme hasta la capital de la República.

Avión DC-9 de nuestra otrora linea aérea bandera,
adquirida por Iberia, despidieron a todos sus empleados
Viasa quebró financieramente
 y su flota de aviones abandonada a la ruina.
El traslado fue vía aérea, por supuesto para mí no fue nada halagador, todo lo contrario, temo a las alturas y mi aerofobia es patética, quizás consecuencia aterradora de mis recuerdos del fatal accidente aéreo del año 1969 cuando un DC-9 de Viasa alzando vuelo del aeropuerto de Grano de Oro se estrelló en la Urbanización La Trinidad y parte de la barriada de Ziruma de Maracaibo; ese Domingo en la mañana mamá, Sara y yo de visita en la casa de mi primo Joseito, muy cerca de La Trinidad  fuimos testigos de excepción del estruendo y posterior llamarada del accidente aéreo, que causó muchos decesos y personas heridas con quemaduras de gravedad.

Es el caso, que para relajar tensiones antes de levantar vuelo, me encargo de tomar vuelo previo personal con unos traguitos de escoses, hecho esto me creo un Ícaro y soy capaz de tomar vuelo en el mismísimo parapente de Leonardo da Vinci, por supuesto al regreso hice lo propio también, cumplida la exitosa jornada del curso de actualización Tributaria en la UCV, de regreso a Maracaibo al llegar al aeropuerto de Maiquetía, lo primero que hice fue localizar una fuente de soda, y sentadito en la barra me lance unos traguitos,  in situ mientras yo cataba a Baco, un señor entrado en años me mira y me pregunta ¿Tu eres maracucho? Cosa que no me extraño pues a nosotros “los maracaiberos” nos distinguen hasta en Finlandia, y eso que cuando salgo de mi amado terruño trato de hablar lo más neutral posible nuestro castizo idioma, pero que va en cualquier momento se nos sale “El Saladillo” o “El Empedrao” y queda uno develado como hijo de esta tierra del Sol amada, como le cantó el poeta Rafael María Baralt.

Ciertamente, al señor yo le respondí con otra pregunta ¿Cómo sabe Usted que yo soy Marabino?  El señor sonreído  me dijo  -por la forma como mezclas el whisky con el hielo, con el dedo índice de tu mano-,  -¡coño!-  pensé  -¡que vaina esta!-  a lo que no quedó otra que echarnos a carcajadas  el desconocido compañero de barra y yo, -no te preocupes yo también soy maracucho- me dijo,  y apoyado como fui le exprese -a bueno Tigre! los burros de un mismo pelo cuando se ven se saludan-  le dije y riéndonos continuamos en nuestra etílica cata.

Baco y sus amigos.

Entre tragos él se presentó, pero el bullicio del público en la barra, apenas me dejó escuchar su último apellido “fulano perencejo Montiel” imagínense otro Montiel y aquí en Maiquetía saliendo de regreso a mi Maracaibo querido y con un paisano, no señores la cosa se puso mejor!, seguimos con la rochelita y entre palito y palito, yo me presenté y le conversé de donde era y de que parte de Maracaibo, al rato, el señor me preguntó ya intrigado, -¿Tú en realidad no me reconoces? –no señor ¿acaso es gaitero?- le respondí, me dijo -no amigo de las ex grandes ligas del béisbol del Zulia y Venezuela, -caramba, disculpa- le dije -pero aunque es poco común, soy marabino pero no soy fanático del béisbol pero si sigo sus incidencias, ¿dime quién eres?-  el hombre muy decentemente me repitió su nombre LUIS APARICIO MONTIEL, ¡carajo! Me levante del sillín de la barra y nuevamente pero esta vez con un apretón de manos le afirme –mis respetos y reconocimiento, disculpe el desaire, mi falta de apreciación, a un valor del salón de la fama, que ha enaltecido el gentilicio Zuliano- Luis Aparicio no sabía que era Montiel su apellido materno-  el hombre muy humildemente, me dijo  –tranquilo no te preocupes, me gusta andar de incognito, y aprecio de verdad que en el fondo me conoces y valorizas nuestra Zulianidad, eso es lo que en verdad necesitamos para nuestro país.

Luis Aparicio siguió su camino a la ciudad de Barquisimeto en el Estado Lara, y yo mi camino de regreso a la Maracaibo eterna, en mi Zulia amada.  Dos vidas que se encontraron, se echaron unos tragos de whisky en un lugar determinado de nuestra geografía patria, y continuaron sus caminos, yo solo pensaba en pleno vuelo de regreso, no me van a creer en Maracaibo que me tomé unos tragos en compañía de Luis Aparicio Montiel.



JLReyesMontiel.




viernes, 6 de diciembre de 2013

La silla de Don Felipe.

Hoy las sillas de ruedas son un gran apoyo para muchas personas que de ellas se valen para desplazarse de un lugar a otro, facilitando sus labores diarias bien sea en su trabajo o en el hogar, sobre todo las de última generación son todo una novedad tecnológica que algunas hasta disponen de automoción, otras diseñadas para deportistas, otras con dispositivos que facilitan labores de oficina, entre otras ventajas de maniobrabilidad.

Recuerdo, hace unos años atrás, en aquellos lindos días que mi abuela mamá Carmela nos acompañó con su presencia en nuestra casa, una familia amiga envió, para el uso de la abuela querendona, un artefacto de madera que con sus dos ruedas funcionaba como silla de ruedas, pero por la parafernalia de sus mecanismos y lo complicado de su uso no resultó ser sino un   artilugio en su momento.

Total, la abuela nunca acepto trasladarse en la susodicha silla, ella caminaba para allá y para acá valiéndose de alguna persona y muy especialmente por mi madrinita mi difunta Tía Espíritu, con tal la colocaran sentadita en un lugar fresco, en su silla de Mimbre, pasaba el día feliz cantando y contando, canciones y cuentos de su querido hato “San Luis”.

A veces, la abuela deliraba en su vejez, ya con sus cien años, era comprensible sus visiones y fantasías, sobre todo cuando según ella, muy atribulada, mandaba -saquen esos cochinos del corredor- otras veces el tema era con las cabras que no habían encerrado en el corral del hato, o sobre todo cuando veía a seres queridos difuntos las llamaba por su nombre y en silencio susurraba con ellas, pues madrinita la regañaba y le decía –pero mamá si Pancho tiene más de treinta años de muerto- en fin, vivir con la abuela fue sin duda una de mis más bellas experiencias.  

La silla de Don Felipe, como la llamaban mamá y mi Tía “Negra” mi madrina Tía Espíritu, pernotaba entonces en el patio bajo la mata de Mango del ala derecha de mi casa, allí se quedó la silla, sola, triste y apesadumbrada, al mirarla, sobre todo en las horas de las seis de la tarde cuando las sombras de la noche cobijaban la estancia, una sensación de que alguien te miraba desde el lugar de la entristecida silla, entre los resplandores de la Luna al abrigo de las ramas del frondoso Mango.

El artesano que la construyó, puso lo mejor de su arte en la deslucida silla muy a pesar del innovador diseño para su momento, no era sino para pararle el pelo al más cuerdo, era toda de madera lo cual la hacía ruidosa, con el espaldar alto más arriba de los hombros, tenía en la parte de su asiento un fino tejido de eneas, igual que en el respaldo, y abajo remataba en unas tablas de madera flexionadas con bisagras para colocar las piernas que permitía desplazarlas hacia arriba y hacia abajo, a comodidad del usuario, pero que colocándoles arriba daba la impresión que el mismísimo German Monsther era el que estaba sentado en ella.

La silla de Don Felipe, sin embargo,  tuvo sus buenos momentos, cuando la muchachada, los primos, visitaban a la abuela en nuestra casa, parte de la diversión a escondidas por su puesto de mamá y madrinita, era pasearnos en la silla aprovechando el amplio patio de la casa, nos dábamos colitas, hasta que los mayores se daban cuenta y regañados colocábamos la silla en su lugar.

Así la silla de Don Felipe, se quedó como ausente durante algún tiempo bajo el árbol de Mago que estaba en el ala derecha del patio de mi casa, muy tristemente, decantando horas, minutos, segundos de soles y lunas, entretejiendo quizás sus recuerdos, pues desde el lugar donde ella se encontraba una energía emergía de su contorno, como si la presencia de su antiguo dueño te mirara.

En efecto, aquella silla era la que uso en su vejez e incapacitado para caminar, quién fuera fundador de la cervecería Regional en el Zulia, Don Felipe Amado, amigo de “papá Luis” mi difunto abuelo Luis Montiel Villalobos.

JLReyesMontiel.




    

sábado, 30 de noviembre de 2013

Los Mangos picaos.

La granja de Ángel Ciro Villalobos, esposo de mi prima Agueda Montiel Ferrer de Villalobos, quedaba un poco mas cercana a la carretera de Santa Cruz vía a El Mojan, la granja de Carmen Cecilia su hermana, cuyo cuento ya relate, estaba mucho mas adentro de la trilla vía principal del sector Gigante Verde del viejo Distrito hoy Municipio Mara del Estado Zulia.

Ángel Ciro y Agueda, de aquellas parejas casadas de verdad, es decir, para toda una vida, bello ejemplo de amor conyugal, a los hijos y el respeto de éstos a sus padres, es un valor constante y digno ejemplo a seguir; Agueda y Ángel Ciro, constituyeron una muestra de esa vida llena de simplicidad, humildad y a la vez de una nobleza tan grande como la honradez que los caracterizó.

Los domingos de agosto, aprovechando las vacaciones escolares, solíamos mamá, mi hermana Sara y yo, visitar aquellos parientes de Mara, desde Maracaibo el bus de Campo Mara, nos transportaba hasta la entrada del lugar agrícola denominado Gigante Verde, donde una trilla de arena nos conducía hasta la casa de campo de los Villalobos Montiel, además de Agueda, sus hijos que mas tratamos en juegos y conversaciones fueron Ángel Ciro, Gelvys y Sergio.

Entre los elevados árboles de Mango y los Nísperos por encima de éstos se dejaban ver apenas el techo de la casa de Agueda, una vez en el umbral de su puerta, los abrazos y el saludo afectuoso de Agueda no se hacía esperar; así fue también su hermana Aída Montiel de Ordóñez, como olvidarla pronto le haré su reseña, también conversadora contumaz, difícilmente te dejaba una palomita para el dialogo, pero de una fluida y bien desarrollada conversación.

Esos fines de semana, discurrían entre el paseo por el campo, los juegos infantiles entre el ramaje de los árboles que como grandes sombrillas caían desde su tronco hasta el suelo arenoso conservando toda la frescura y humedad del ambiente, mis zapatos unas botas ortopédicas para mis pies planos, se llenaban de arena y atascándose entre los surcos del arado ya listo para la siembra, maíz, yuca, melones, patillas, guayabas, guanábanas, entre otros frutales que los circundaba de tales cocales, mangos y nísperos, abrevados por las aguas de un pozo desde el cual se llenaba un enorme tanque de agua el cual discurría el vital liquido mediante un acueducto por canales de agua abiertos en la tierra fértil cuyos frutos son mas grandes a los comúnmente producidos en otras regiones, por eso se distingue este rico Municipio Mara, por la riqueza y productividad agrícola de su tierra.

Precisamente, el tanque de agua, también servía a los primos como piscina, pero por su profundidad yo prefería bañarme en el acueducto más pequeño, que de aquel recibía sus aguas para su distribución en el sembradío.

Pero, siempre hay un pero, el tanque de agua estaba rodeado de sapos y en el interior de los mismos, se desarrollaban sus renacuajos, a Sara mi hermana le daban grima por no decir terror los sapos, sacándole siempre el cuerpo a las invitaciones de los primos a bañarse en la alberca, tratando de disimular su asco por los pobres e inofensivos batracios, hasta ser descubierta esta debilidad por los primos.

Para colmo, en la granja no solo se producían frutas, también se recolectaban por cantidades los abundantes Sapos, almacenando a los fragosos animalitos en latas de las que se usaban para la manteca y el aceite comestible y destinarlos a su venta a la Universidad del Zulia, las facultades de ciencias y agronomía utilizaban a los acuáticos seres en sus proyectos de investigación. 

El caso fue, que ella prefería estar alejada de las aguas por la presencia de los echados, húmedos y feos anfibios, un buen día, la bellaquería de los primos no podía dejar pasar la oportunidad de darle un susto a su prima Sarita, ésta traía una bolsa de Mangos desde la huerta entre sus brazos, Sara al grupo de primos y demás familiares ahí reunidos les dijo -traigo unos mangos picaos para la casa-; resulta que la gente del campo es muy celosa con sus frutas, solo es permisible a los forasteros tomar las frutas ya caídas de las matas, pues las maduradas en el árbol eran reservadas para la cosecha y su venta, y eso es razonable, sin embargo, Agueda nunca se despedía de su tía Carmen, sin darle su racimo de yuca, plátanos, topochos y sus frutas frescas.  

Recuerdo al difunto Gelvis el primacho, que tiempo después se hizo herrero y gaitero residenciado en Maracaibo, sacando con el machete la Yuca para su tía Carmen, primero trozaba las ramas y luego desde su tronco aflojaba con el machete la arena para halar con sus manos las raíces que luego sacudía para esparcir la arenisca pegada, estas raíces del árbol de la Yuca es en sí su parte comestible.

Entonces, Sara mi hermana llega con su bolsa de Mangos… –traigo unos manguitos picaos para la casa- y por mera casualidad pienso o con toda la mala intención, los primos tumban al suelo una lata llena de sapos, éstos saltaron entre las piernas de Sara, a lo cual instantáneamente lanza un grito aterrador! dejando caer la bolsa de Mangos al piso, entre los espavientos de Sara y sus gritos, el reguero de grandes, duritos y hermosotes Mangos discurrían por el piso entre la sapamentazón y las piernas de los presentes, causando la broma una risa incontenible entre los primos, mientras que la aterrada Sarita, blanca como un papel, casi perdía el sentido por el susto. 


José Luis Reyes Montiel.   

sábado, 23 de noviembre de 2013

“La mordida del Sapo”

…a mi primo Antonio Briñez Montiel

El fin de semana pasado, aprovechando las festividades de la Chiquinquirá, visite en su lecho de enfermo al primo Antonio Briñez Montiel,  me dijo conmovedoramente pero con la serenidad de una nube que surca el cielo  -te esperaba para despedirme de ti- ese es el primo Antonio.

Antonio, uno entre los tantos primos conversadores, no desaprovecha una oportunidad familiar para intercambiar opiniones y dialogar con la gente, esto lo hace ser muy apreciado por propios y extraños, tiene esa particularidad de caer bien a primera vista, manteniendo siempre su palabra franca y llana, con una gesticulación de su mirada y cejas que lo caracterizan.

A su encuentro, desde mis tiempos de estudiante, recordamos nuestras andanzas cuando aún adolescente y él hombre maduro, llenó con sus consejos y cuentos de la vida, aquella ausencia tan necesaria de la figura paterna, pues mi padre falleció el año 1967; apenas llegué al umbral de la puerta de su habitación soltó la misma sonrisa de oreja a oreja de siempre, muy a pesar de su convalecencia el ánimo figuro en su estado y reincorporado apenas logro superar su efisema pulmonar, consecuencia del alto consumo de tabaco, Antonio mientras conversaba inhalaba bocanadas de humo de cigarrillos.

Así y conversando de todo, hablamos sobre Cabimas, Antonio se residenció muchos años en aquella ciudad de la costa oriental del Lago, ya que siendo sobrino de Monseñor Guillermo Briñez Valbuena, obispo de Cabimas para esa época, trabajaba en su casa parroquial, llegando a conocer cada rincón de esa población y muy especialmente a su gente, en el auto MG de Amalia su hermana, siendo temas de largos cuentos y chistes que Antonio atesora de esos tiempos.  

Llegamos de ese modo, al tema de la Maracaibo de ayer, y me contó que por las inmediaciones del extinto Mercado de Los Buchones, en la desaparecida calle La Marina, en la esquina de dicha calle existía en ese entonces un local de venta de comida denominado “La Esquina de la Marina” donde almorzaban los comensales trabajadores entre otros comerciantes de la zona,  diagonal a dicho local de comida, precisamente estaba el taller de zapatería y residencia del famoso repentista Zuliano Antonio Briñez, pues sino lo sabían, el poeta de vivo verso, tenía por oficio elaborar calzados a la medida y de zapatero remendón.

Cuenta Antonio,  que su retío Antonio Briñez, ya viejo cuando lo conoció su papá Manuel Briñez Valbuena, tenía la virtud de conversar en verso, a cada palabra o conversación, pregunta que se le hacía el respondía con un verso tozudo y sardónico, lleno de un fino humor negro, que los distinguía.

El caso fue, que un poco antes de la esquina de La Marina, donde estaba el viejo restaurante, se encontraba una secreta casa de citas donde las profesionales del más antiguo de los oficios ofrecían las delicias de Afrodita a sus clientes, entre ellos uno de aquellos comensales del restaurante, un gordo y rico comerciante del mercado, que solía de vez en cuando después de almuerzo visitarlas, hasta que uno de esos días, al parecer al lujurioso señor, le falló su corazón y de un solo mamonazo cayó muerto el hombre.

Imagínense, en la provincial Maracaibo de la época, lo que implicaba el escándalo de una noticia como esa, donde los chismes de la gente iban de puerta en puerta como reguero de pólvora; al infartado comerciante, lo sacaron ya muerto de la casa de citas y su voluminoso cuerpo no era precisamente algo disimulado para evitar los comentarios y diretes de los curiosos, quienes lo trasladaron por toda la calle La Marina hasta el local de su negocio allí mismo en el Mercado de Los Buchones.

Fue así como la noticia llego a la zapatería del versado Antonio Briñez, en la voz de uno de tantos curiosos quién le preguntó al poeta, -¿supo lo que le pasó a las putas?-  y sin demora el astuto Briñez le respondió así:

“Nadie sabe en La Esquina
lo duro que muerde un Sapo
una mujer con su papo
mató a un hombre en La Marina”

José Luis Reyes Montiel.
Avenida de Las Industrias llamada La Marina, Maracaibo.


  

sábado, 2 de noviembre de 2013

Los Cujies de la avenida Universidad.

Por el año 1972, vivíamos con la abuela querendona en ”EL Cristo” y para ir a clases, la ruta obligada de mi transporte escolar era toda la avenida Universidad, el señor Rafael Rueda su conductor trasladaba a los muchachos desde nuestros hogares hasta el Colegio San Vicente de Paúl.

En las adyacencias de la Facultad de Ciencias, otrora aeropuerto Grano de Oro, un poco mas acá desde la entrada del comando de comunicaciones del ejercito hasta el elevado de la avenida Guajira, se extendía la isla central de la avenida Universidad totalmente inculta y despejada, sin un solo arbolito, dejando ver el suelo barroso y los cascajos de Piedra de Ojo, piedra empleada en la construcción de la vivienda típica Maracaibera, muy dada en el subsuelo sedimentario de nuestra ciudad; por entonces, las principales avenidas de Maracaibo se encontraban totalmente desforestadas, sus plazas abandonadas, muy pocas eran las que conservaban su arboleda y grama para ornato de la ciudad, Maracaibo, la deslucida y triste, la cenicienta de Venezuela de aquellos años setenta.

Por gracia de Dios, yo vi con mis propios ojos, como un buen día, un grupo de soldados de la guarnición de la II División del Ejército, acantonada en ese tiempo en el comando adyacente a LUZ, seguramente bajo las ordenes de algún doliente oficial del ejercito, se dedicó a sembrar una veintena de arbolitos de Cují en aquella árida isla central de la avenida Universidad, recuerdo como desde la ventana de mi autobús, a diario seguía el progreso de la siembra de los Cujicitos, débiles y larguiruchos, apenas sostenidos por un arco de palos que los soldados disponían para su soporte, de modo de robustecer sus troncos y apartarlos una vez logrado prender los arbolitos de Cují.

Aquellos arbolitos de Cují, sembrados por aquellos jóvenes reclutas, bajo las órdenes de un héroe de nuestro ejercito; y digo héroe, sin temor a equivocarme, porque quién disponga la siembre de un árbol ya de por sí es un benefactor y quién disponga la siembra de varios árboles en una época en la que muy pocos se motivaban hacerlo y mucho menos de Cují es todo un soldado de la madre naturaleza.

En efecto, aquellos arbolitos de Cuji enclenques, echaron sus raíces entre la tierra agreste del la isla central de la avenida Universidad, soportando por su condición xerófila las inclemencias de la sequía y el Sol Marabino, crecieron, se hicieron árboles y hoy día constituyen todo un ecosistema en el lugar, donde no solo se ha desarrollado la grama, sino otras especies de árboles y arbustos ornamentales mas delicados y que requieren la sombra de aquellos hoy frondosos Cujíes para su desarrollo.

Las nuevas generaciones, han entendido la importante tarea de sembrar y conservar la vegetación, plantar un árbol es cultivar la vida, porque de ellos nos viene, los árboles nos dan totalmente gratis el vital oxigeno con su proceso de fotosíntesis de la energía solar, convirtiendo el anhídrido carbónico en vida, y eso es necesario repetirlo hasta la saciedad, así como late nuestro corazón, así como respiramos sin pensarlo.

Cuando pasen por la avenida Universidad entre la pasarela de la avenida Guajira y LUZ en Grano de Oro, no olviden echarle una mirada a los Cujíes de su isla central, y agradecerle aquellos nobles soldados y aquel héroe anónimo oficial o comandante de tropa, que gentilmente nos regalo a los Maracaiberos ese hermoso oasis de verdor y naturaleza nuestra, representado por nuestros ancestrales Cujies, que delicadamente favoreció ya en administraciones del gobierno regional mas recientes, sembrar otras especies vegetales a su sombra y desarrollar todo un jardín para alegría y disfrute, de los que ha diario traficamos en nuestros autos la ciudad de Maracaibo.

sábado, 19 de octubre de 2013

El Laberinto.

Siguiendo la temática de las canciones infantiles, comentamos la breve pero dramática historia de “La Canción de La Higuera” desde las aulas del Colegio San Vicente de Paúl, ahora hago reminiscencia de otras canciones y expresiones que el tiempo no ha logrado borrar de mi memoria.

MamáCarmela la abuela querendona, solía cantar en sus embelesos de ancianidad, ya en sus cien años, quizás alguna antiquísima jocosa canción, cuya letra decía mas o menos así –el araguato y rucu y rucu, el araguato y rucu y rucu, y el araguato de Doña Manuela masca tabaco y no tiene muelas, y rucu y rucu, bis- si alguien podría sugerir un segundo sentido a esta letra, tal cual, como la letra de la también antigua gaita La cabra mocha de Josefita Camacho, el caso es que son sin duda resultado de la creación popular.

Otra cosa era la forma como la abuela, llamaba a sus hijos, primero deletreaba -H.I.J.O. M.I.O.-… y luego increpaba -hijo mío- igual lo hacía para las hijas, -H.I.J.A. M.I.A… hija mía- sin dejar de mencionar como llamaba a los gatos, les decía -busurruñao- lo curioso era que el gato respondía a su llamado.

Por cierto, Mariíta Briñez de Bravo y su esposo Ángel Ramón Bravo, tuvieron una grande descendencia, los Bravo Briñez; Ángel Ramón, hombre del campo, cazador aficionado, tenía un fundo agropecuario por allá en las inmediaciones de los ríos Cachiri y Socuy, lugar que denominaban El Laberinto, una de sus hijas Sabina, tratada por sus primos como Sabinita, adoraba a su abuela MamáCarmela, y se había propuesto llevarla de paseo para el fundo de su papá Ángel Ramón, para pasar un fin de semana de campo.

Aquel sábado, bien temprano llegó Sabinita hasta nuestra casa en la 69A con avenida 13 de Maracaibo, en un carro Buick grandote muy fuerte, de color negro  con techo blanco y full niquelado, mamá, Sara y yo nos situamos en los puestos traseros del carro, tía Espíritu y MamáCarmela, en los puestos delanteros, por supuesto Sabinita había dicho a MamáCarmela me la ponen a mi lado.

Tomamos la avenida Delicias vía La Concepción, y desde la carretera monte y monte de lado a lado, era la Maracaibo que apenas llegaba hasta el supermercado Borjas de la Urbanización El Naranjal; en el camino la abuela querendona, comenzó un su afán –-H.I.J.A. hija mía- ¿ya vamos a llegar? Le contestaba Sabinita -ya vamos a llegar MamáCarmela no te preocupéis- al rato –-H.I.J.A. hija mía- ¿ya vamos a llegar? Sabinita -ya vamos a llegar MamáCarmela- , al rato –-H.I.J.A. hija mía- ¿ya llegamos? Y así durante todo el camino.

Ya cercanos al fundo, la abuela se quedaba  -H.I. H.I. H.I.- entonces yo le recordaba -H.I.J.A..M.I.J.A. hija mía-, y continuo con su retahíla por un tiempo más, hasta que el pánico cundió entre los atónitos pasajeros, al pesado Buick, se le fueron los frenos y la prima Sabinita, dándole pedal a los frenos y nada, barrancón hacia abajo, la trilla de arena roja, por la arcilla abundante en la zona, impedía mas aún frenar el carro, gracias a la pericia de Sabinita cruzaba a la derecha y cruzaba a la izquierda hasta enclavarse en un guarda fuego del camino y una madre de estantillo de madera, logró detener el vehículo; después del susto, los primos nos abordaron en el camión de Ángel Ramón hasta la casa del fundo, y echando bromas a Sabina le decían –Sabinita hubieras sacado el pie para frenar el carro- como dicen después de un susto un gusto.


Al día siguiente nos bañamos en la aguas del río, para mí fue una grata experiencia, mi primer contacto con un río y el vegetal ambiente de la selva adentro, pues para la época, esa zona estaba bien apartada de la ciudad de Maracaibo, y le habían colocado un merecido y buen nombre “El Laberinto” pues otra definición no lo hubiese caracterizado mejor. En las noches el señor Ángel Ramón, a la luz de lámparas de Kerosén y entre el sonido de los grillos y zapitos del monte, rodeado de su prole y entre ellos yo, escuchamos sus cuentos de camino y leyendas de fantasmas y aparecidos que se veían alrededor, especialmente cuando las brujas a media noche buscaban a los niños para robárselos y comérselos en sopa, aquello fue realmente aterrador, pues aquella noche me venció el sueño muy a pesar de escuchar los pasos de las brujas en el techo de zinc de la casa de habitación de aquel tan apartado fundo familiar, en un verdadero laberinto de selva y ríos. 

sábado, 12 de octubre de 2013

Nuestra Hispanidad.

Hoy es 12 de Octubre, antes día de la raza, hoy de la resistencia indígena, en España día de fiesta nacional, hasta hace algunos años llamado día de la hispanidad cuando el Rey Juan Carlos y su primer ministro Zapatero, izando la gualda y roja enseña española, fueron abucheados por el público asistente en el paseo de la Castellana en Madrid; ese día incluso hubo un desencuentro pues nuestro tricolor nacional fue un singular ausente entre las enseñas nacionales de los países de Hispano América.

En Venezuela, recuerdo los primeros días de Colegio por ser Octubre, cuando niño, una de las primeras tareas era pintar las tres naves de Colon, la Pinta, la Niña y la Santa María, celebrando el día de la raza, y se departía del descubrimiento de América; y cuando se nos enseñaba el significado de los colores del tricolor nacional, el azul representaba el mar que nos separaba de la madre patria España, hoy todo ha cambiado se discute, como cosa que nunca se ha dejado de cuestionar sobre el genocidio de los españoles y el exterminio de muchas etnias originarias del continente; y por esa razón se argumenta que se debe conmemorar es el día de la resistencia indigna.

En Caracas un 12 de octubre desmotaron el monumento a Colón, unos motorizados hicieron caer su estatua a lo largo y desde lo alto de las escalinatas de la emblemática plaza, ¿Acaso más Bolivarianos que Bolívar? Nuestro Libertador Simón Bolívar, al país que a espada y sangre levantó en la constituyente de 1819, denominó “Colombia” en honor al Almirante del mar océano Cristóbal Colón, como quedamos entonces, ¿Porqué ahora? Será que nuestros antepasados sentían sus vínculos de sangre mas allegados que los nuestros a la tradición hispánica, ya lo había dicho Francisco de Miranda "Bochinche, bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche".

Asimismo, y será acaso algunos de la península, mas por engreimiento, desconcociéndose así mismos como el pueblo mas mestizado de Europa, nos llaman a los suramericanos "sudacas" cuando fueron nuestros pueblos quienes mas han asimilado emigrantes españoles y conservaron relaciones comerciales en tiempos franquistas, después de la segunda guerra mundial, cuando toda Europa le dió la espalda por el asunto del nazismo y sus vínculos la falange española.

Existe desde antiguo una leyenda negra y una leyenda blanca, según la primera todo lo que vino de España fue opresión, pillaje, muerte y saqueo; según la segunda, no todo fue depredación, fue un proceso de conquista con una marcada asimilación cultural y racial, pues a diferencia de los anglosajones, los españoles se mezclaron con nuestras nativas promoviendo el mestizaje, definiendo el tipo del venezolano actual y al cual nos debemos en nuestra civilización, tradiciones y cultura.

No todo los que vinieron fueron pillos, luego se establecieron de la península ibérica gente honrada y trabajadora, labradores del campo y artesanos, colonizando y fundando nuestros primeros asentamientos urbanos, Coro, el Tocuyo, Carora, Altagracia, Maracaibo, Mérida, Caracas, Cumana, entre otros pueblos y ciudades coloniales.

Maracaibo Plano de 1529
Maracaibo fue una de esas ciudades, por demás, fundada tres veces además de la fundación de Alonso Pacheco (1569), la incursión de Alonso de Ojeda en 1499, le dió nombre a nuestro país, cuando viendo nuestro Lago y sus palafitos Américo Vespucio lo comparo con Venecia dándole el diminutivo despectivo de Venezuela; la primera expedición que divisó a nuestra ciudad fuel la del encomenderó alemán Ambrosio Alfinger (1529), quién en su afán del oro llego diezmando nativos y pillando toda riqueza a su paso; más adelante nos llegarían de España colonos andaluces, catalanes y vascos, enriqueciendo cultural y económicamente con su trabajo nuestra ciudad.

De la región Española de Castilla  es nuestro idioma castellano, cuya gramática fue enriquecida por un Venezolano, Don Andrés Bello, por cierto un Zuliano Rafael María Baralt, fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española; de España es nuestra fe Católica, de España son muchas de nuestras costumbres y tradiciones, mucho del arte culinario es de raíces españolas, estar en un pueblo nuestro y nuestra misma ciudad de Maracaibo, tienen mucho de España, sus casas, el rojo de sus tejas, el blanco de la cal de sus paredes coloniales, sus puertas y ventanas, mucho se ha perdido desgraciadamente en nuestro país, por el tiempo y el desarraigo transculturizador y alienante de los medios audiovisuales de este mundo globalizado, y una modernización inconmovible frente a lo antiguo, aunado a un urbanismo inmisericorde con lo viejo, pero allí están esos viejos vestigios urbanos de los que una vez fuimos y llevamos en nuestra ciudad, de esas nuestras raíces españolas más queridas y ancestrales.

Celebremos este día como el de la Hispanidad, sin complejos, sin rebuscar argumentos que más daño hacen que beneficios a nuestra idiosincrasia e identidad, a nuestra definición de nación, sustentada en profundas raíces en un proceso de mestizaje enriquecedor multicultural y fundamentada en una sociedad actual con fuentes propias ancestrales y españolas.

José Luis Reyes Montiel

  

viernes, 4 de octubre de 2013

La canción de la Higuera.

Higos maduros.
Contándoles sobre frutos secos y raros, en estas pesadumbrozas tardes de marzo esperando los días santos de la pasión de Jesucristo, recordé una canción que la señorita Nelly nos hacía cantar en aquellas soleadas tardes de clase en el Colegio, porque antes teníamos clases mañana y tarde también, por si no lo sabían.

Fue en las aulas del colegio San Vicente de Paúl, por los años 1968-1969, la maestra Nelly Báez, nos dio una tarea, construir un Sonajero de chapas de refrescos, consistía en una tablita más o menos de seis por treinta centímetros, sobre la cual se colocaban clavadas las chapas, bien aplastadas con un martillo, se perforaban en el centro previamente con un clavo grueso, luego se disponían en tres grupos de dos chapas clavadas a lo largo del madero y listo, al golpearles entre las manos producían un sonido semejante a la Pandereta.

Muchas fueron las canciones infantiles que nos enseñó la señorita Nelly, como le decíamos a nuestra maestra, con todo aquel pundonor y respeto, entre ellas aquella del -Payasito de donde saliste tú-, que me resultaba muy ridícula, pero una  en especial, la recuerdo muy frecuentemente, sobre todo en aquella hora de la tarde cuando a su paso enseñoreado, la señorita Nelly entre los pupitres y el bullicio de los muchachos, nos tarareaba en su Sonajero para que nosotros repitiéramos su ritmo y pudiéramos cantar todos juntos.

El padre Enrique, también nos ponía a cantar, él canciones religiosas de todo género, entre ellas el Himno de nuestra Señora de Chiquinquirá, y como olvidar el vibrator sonoro de la señorita María de Jesús “Jesusita” Martínez, cantándonos Brisas del Zulia, por cierto Jesusita era hermana del gaitero mayor de Santa Lucia Moisés Martínez, que Dios los tenga en su gloria.

Qué lindo fueron esos años de quinto grado, no puedo dejar de mencionar a Elbita, así como otros excelentes maestros Ada González, Nancy Lugo, Mario de la Rosa, el padre Luis Moreno, fueron baluartes del colegio de esos buenos tiempos, personas que dejaron esa sensación de parentesco universal entre el preceptor y su aprendiz.


Todas esas canciones quedaron grabadas en nuestra médula cerebral para toda la vida, y es imposible olvidarlas, por lo menos esa ha sido mi experiencia, y muy especialmente con aquella canción tema de estas reflexiones, la canción de la Higuera, ¿que cuenta?, pues… una madrastra celosa por la presencia entre sus hijos de su hijastro, lo manda a realizar duros trabajos y tareas de la casa, el niño hambriento arranca un maduro Higo del árbol para comérselo, los hermanitos lo acusan con su mamá y ésta le da una tunda que le hace enfermar y muere, la madrastra decide enterrarlo debajo del árbol de la Higuera, a los días los niños retozando entre el follaje de la Higuera arrancan algunas de sus hojas y escuchan salir entre las ramas y hojas de la Higuera esta canción: -Hermanito por ser mi hermanito, no me ales mi cabellito, que mi madrastra me ha castigado por un Higo que he cortado-.

José Luis Reyes Montiel.    

domingo, 29 de septiembre de 2013

Mi primer día de Octubre.

Pascual Reyes Albornoz
Sombría esta la casa, están cerradas sus puertas  y ventanas, un silencio recóndito inunda sus espacios.

En la sala permanece el pedestal donde se sustentó el ataúd, cuatro Cirios apagados simulan una guardia en su taciturna presencia, entre las sombras del atardecer fantasmales ausencias desgarran mi inocencia a tirones descarnados.

Sombría esta la casa cerradas sus puertas y ventanas están. Un mutismo de formas a la vista se alza mirada sobre las nubes que remontan el lluvioso cenit en las tonalidades cenizas de la tarde, es una peregrina procesión de difusos claroscuros arrebatados a la tenue luz solar que agoniza.

Una visión desde el corredor hacia el patio me llevan de la mano en sus pasos, su ausencia, es un silencioso espacio el horcón a la puerta del corredor, sobre él ¿Quién recostará su Escabel?
 
El viento rasga mi alma musitando penitentes nostalgias por entre las hojas de los árboles. Ella sola, absolutamente sola, es una estrella mustia de pena y dolor en el cenit de la tarde que languidece ante la oscuridad de la noche.

Toda en sombras, toda mutismo y formas, tejados y paredes, patio y enlosados, es el luto debido e incomprensible, absurda imposición a la escenificación de un dolor que solo al sentimiento verdadero aflige, sereno e incauto descargo mi soledad hojeando un viejo devocionario en sus piadosas ilustraciones, marcando un destino en la pueril inocencia e ingenua vivencia.

Están cerradas puertas, ventanas, el corredor lleno de luces hace algún tiempo es ahora un camino sombrío que me conducía de la mano a mi nuevo destino, todo cambio porque la casa muy sombría quedó y tu no estás para refugiarme en tre tus brazos.

JLReyesMontiel







sábado, 21 de septiembre de 2013

La Advocación.

Lleva en su derecha los
santos escapularios y en la izquierda
unos grillos.
Este próximo martes 24 de septiembre es día de Nuestra Señora de las Mercedes, advocación mariana que nace en España y se difundió por todo el Mundo, dentro de nuestra iglesia católica es la patrona de los presos y perseguidos por causa de la justicia.

Mamá en su pequeño retablo que tenía en casa, la Virgen de las Mercedes compartía sitio junto a la Virgen del Carmen, la Virgen de Lourdes y por supuesto Nuestra Señora de la Chiquinquirá; el resto era ocupado por El Arcángel San Rafael, San Gerardo y el Sagrado Corazón de Jesús al centro.

Sobre ese conjunto de litografías una en particular conservo con singular devoción, a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, valiosa reliquia que data del oratorio del Hato San Luis y que poseo colocado en el comedor de mi casa, como testigo silente de toda la historia familiar de los Montiel Fuenmayor.  

Su origen se remonta por allá en el año 1218, cuando la Santísima Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco, recomendándole que fundara una comunidad religiosa dedicada a auxiliar a los cautivos que eran llevados a sitios lejanos, dedicada a la merced (que significa obras de misericordia); su misión era la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes.  Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos; su espiritualidad se fundamentada en Jesús el liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen, la Madre liberadora e ideal de la persona libre. Los antiguos mercedarios eran caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora. Por eso la honraron como Madre de la Merced o Virgen Redentora. Para mayor información sigue este enlace www.aciprensa.com/blog/.


Los mercedarios se comprometen con un cuarto voto, añadido a los tradicionales de pobreza, obediencia y castidad de las demás órdenes, a liberar a otros más débiles en la fe, aunque su vida peligre por ello.
En nuestra ciudad de Maracaibo existe desde hace muchos años, un templo parroquial dedicado a la veneración de Nuestra Señora de las Mercedes, en la intersección de las avenidas Bella Vista y Universidad se levanta desde finales del siglo XIX, una iglesia con su campanario central, característica arquitectónica que aún conserva en todo su entorno oval al frente hacía la universidad el templo y al fondo la escuela primaria Colegio Las Mercedes.

Vista de la iglesia actualmente.
Mis primeros amigos los conocí en ese Colegio, Derlando Ruiz Tello y Carlos Oberto Pocaterra, luego nos reencontramos en el Colegio San Vicente de Paúl, pues las monjitas Mercedarias solo admitían la educación mixta hasta el primer grado de educación primaria; recuerdo muy especialmente por haber sido mis maestras, a la hermana Nieves, una blanca española de fino acento y claro castellano, y a la maestra Irma una alta y delgada Maracaibera muy cariñosa.

En esos tiempos era común el castigo como parte de los métodos de enseñanza y educación, y yo era algo malito, por no decir jodedor, los castigos mas serios eran en una primera instancia quedarse sin receso en el salón de clases y si la gravedad del asunto lo ameritaba te enviaban preso a la capilla interna del Colegio en oración y meditando del mal comportamiento frente al altar, de ambas fui objeto de condena en virtud de mi comportamiento.

Me quedé sin receso dos veces, una por halarle el pupitre al momento de sentarse a un compañerito,  flaco y larguirucho de nombre David, el muchacho cayó sentado de nalgas en el piso y se largo a llorar, yo me eche a reír a carcajada limpia, por lo cual me castigaron a estar sin receso aquella mañana.

La segunda vez que me quedé sin receso, fue por una niña de nombre Sandra; parte de la disciplina del colegio, al hacer formación antes de entrar a clases y después de izar la bandera nacional y cantar nuestro Himno Nacional “Gloria al Bravo Pueblo” se rezaba un Padrenuestro, Salve y Gloria; luego al entrar al salón de clases, nos quedamos parados esperando la entrada de la maestra, ella nos daba los Buenos días y nosotros debíamos contestarle al unísono en alta y clara voz -buenos días, señorita-, luego te quedabas parado hasta que ella nos dijera -siéntense- ya para ese momento, la compañerita Sandra se hizo pipi miándose hasta el piso, yo que estaba detrás vi correr entre sus piernas los chorros de orina y muchacho al fin eche a reír y eso fue suficiente para quedarme sin recreo. Por cierto, la hermana Nieves le preguntó: Sandra! ¿Qué te pasó? -hermana Nieves tenía miedo de interrumpir y por eso no pedí permiso para ir al baño- total era asunto de disciplina, así fue formada mi generación.

Llegó el día de realizar la primera comunión, había que preparse catecismo en mano para recibir a Cristo en la Sagrada Eucaristía, en cuanto a oraciones ya estaba entrenado por mamá, facilitándome su aprendizaje; sobre la doctrina cristiana, algunas charlas llegamos a recibir del Padre Farias y las monjitas secundaban su dirección, para tales actividades nos internaron a medio régimen todo el día en el colegio, sin poder ir a casa hasta la tarde, por lo cual teníamos que almorzar en el comedor del colegio junto con las monjitas; de esos días son muchos los momentos bonitos y recuerdos escolares de infancia.

Así que, el momento estelar era la hora del almuerzo, cumplida la jornada diaria, llegaba la hora de reparar energía y con el apetito típico de un buen Reyes, eso era impretermitible; uno por supuesto se ponía muy contento y era motivo de alegría entre el grupo escolar, por lo cual la indisciplina hacía de lo suyo; fue el caso, que echando varilla como todo muchacho, al final del almuerzo, la monjita repartía el postre de ese día desde un gran bool de vidrio, una rica gelatina, estaba tan firme y bien hecha la roja gelatina que al rasgar la porción con la cuchara sonaba al sacar la porción que colocaba sobre el platito de postre de los infantes comensales, al pasar por mi sitio, yo venía sonando con mi boca el efecto de la gelatina al desprenderse del envase de vidrio, a lo que la monjita llamó mi atención pero no se me ocurrió otra cosa, sino repetirle la chercha, como consecuencia del chupazo vino el oportuno castigo -a la capilla a orar- me indicó la hermana.

En todo colegio católico que se respete, hay siempre un oratorio interno, a modo de pequeña capilla con altar, estrados y escaños, rodeado de las estampas del vía crucis; el del colegio Las Mercedes, se encontraba en el último piso del edificio del colegio, muy aislado y solitario, por lo que había un recóndito silencio, tan silencioso que me retumbaban los oídos, una vez instalado en el lugar y sentadito en el primer escaño frente al altar uno debía quedarse allí, apercibido de rezar y reflexionar sobre la mala conducta asumida y haciendo enmienda de no volver a comportarse de ese modo.

La hermana, para consolarme al momento de dejarme en la capilla solito, me dijo que en el Sagrario del Altar estaba Jesucristo, que no me preocupara que Él me haría compañía, así las horas pasaron y en la tarde, ya para marchar a casa, abren la puerta del oratorio y me despierta la monjita, dormido a lo largo y ancho del escaño, entonces la monjita me pregunta ¿en qué pensó toda la tarde? y yo le respondí con otra pregunta  –Hermana Nieves- ¿Cómo cabe Jesús en una caja tan chiquita?.

José Luis Reyes Montiel.        

sábado, 14 de septiembre de 2013

El primo que se salvó de la recluta.

Ejército de Venezuela
institucionalizado por el Benemérito
General Juan Vicente Gómez
Papá Luis, nuestro patriarcal abuelo, de pila baustismal José Luis Montiel Villalobos, en los predios de sus amigos y relacionados mejor concido como Don Luis Montiel, dedicó su profesión a las labores del campo y uno de sus atributos y características más destacados fue su disciplina, su autoridad, el respeto bien ganado de sus hijos, nietos y demás desedientes en el tiempo; no es nada fácil la vida del campesino, exige constancia y sobre todo mucho pero mucho trabajo, labrar la tierra y sacarle el sustrato mineral en la rica pulpa de sus frutos, es todo un proceso, además del cuidado en la cría de los animales sean aves, ganado mayor o menor, más las actividades propias domésticas, hacían el día a día de aquellos hatos “Cabeza de Toro”, “Canchancha”, “San Jacinto” (mejor conocido como El Hatico), “Ricaurte”, “Monte Claro”, “Mi Delirio”, “San Luis” (el de papá Luis) entre otros hatos, que resguardaban el norte de la ciudad de Maracaibo de finales de siglo XIX y comienzos del siglo XX.

¿Cómo se posesionó papá Luis del añejo Hato?, en aquellos años era tradición en derecho, otorgarle una dote al contrayente en nupcias para el buen futuro de bodas de la joven a esposarse, la prometida en estos casos provenían de acomodadas familias terratenientes, era una formalidad en derecho civil, que el pater familiae entregaba en plena propiedad y posesión  al joven comprometido la dote, constante de extensiones de tierra y animales, para su labor, siendo el trabajo el único aporte del contrayente.

Así fue como, Don Pedro Fuenmayor, padre putativo de mamá Carmela, pues realmente era su abuelo paterno, nuestro bisabuelo “Papá Perucho” como lo llamaba mamá, le cedió por escritura parte de mayor extensión de los terrenos del Hato “Monte Claro” lugar donde papá Luis fundó el Hato San Luis acompañado de su esposa mamá Carmela y levantó su familia, con sus diez hijos, los tíos Montiel Fuenmayor.

Hay que considerar que entonces como ahora, el matrimonio es para toda una vida, hasta que la muerte los separe, según nuestra fe católica, pero con la diferencia que en aquellos tiempos si se cumplía los postulados cristianos, hoy en desuso como tantas otras tradiciones y costumbres, como la bendición, afortunadamente yo levanté a mis hijos bajo esta costumbre, al despedirse, al llegar a casa, al irse a dormir, al momento de un abrazo, el consabido requerimiento: -Papá la bendición- con la oportuna respuesta del padre, de la madre, del tío, del abuelo: -Dios te bendiga, que cosa más grande y bella, petitorio y bendición, prólogo de toda tarea diaria, pan nuestro de cada día, sin cuyos auspicios al hombre le resultaría mayor la fatiga de sus faenas diarias en el trabajo, la familia, las relaciones conyugales y en su entorno social.

La bendición es un acto piadoso de purificación, un acto de fe, dando un buen deseo en quien se emite o sobre lo que se emite, así era costumbre bendecir la mesa sobre la cual se colocaban los alimentos del día, y se rezaba una breve oración, el padrenuestro, salve y gloria, papá Luis y mamá Carmela así lo practicaban, así como la devoción del Santo Rosario en familia  todos los días a la seis de la tarde.

La bendición es un acto de reconocimiento y de bienaventuranza, reconocimiento a quién se la pedimos, como un acto de subordinación a la jerarquía familiar, del hijo al padre, del padre al abuelo, del nieto al abuelo, dando respeto y honra a nuestros mayores; tambien es un acto de bienaventuranza, pues quién bendice decreta sobre o a quién lo pronuncia, lo bueno por venir, la felicidad, la bonanza, la fortuna, la dicha, la beatitud y la prosperidad, sobre el bendecido.

Ese respeto y subordinación, era la columna vertebral sobre la cual se sustentaba el orden en el entorno familiar del Hato San Luis, cuya cabeza estaba conformada por papá Luis, seguido de su señora la abuela eterna mamá Carmela, y en una cadena jerárquica de tíos a sobrinos y nietos, teniendo cada miembro de la familia sus tareas asignadas en el quehacer diario del hato, el caso de tía Espíritu, a ella le correspondía la cocina, era la chef de la casa, mamá tenía asignada la limpieza y la costura, y así mismo compartían las faenas del campo los varones de la casa, entre hijos, nietos, sobrinos, todos un clan familiar, unidos y contestes.

José Luis Montiel Villalobos
(Papá Luis) 

Ahora bien, les voy a contar el anécdota familiar que me contó el difunto primo Rafael José Salas Sánchez, trátase que en el hato San Luis, como antes dije, todos los bástagos descendientes, bajo la autoridad de papá Luis o mamá Carmela, se le asignaba sus tareas diarias, y cuando era hora de descanso pedían un voluntario, por ejemplo para buscar hachones  para el fogón, y estaban reunidos en el corredor del hato descansando, se solicitaba a voces ¿quién es voluntario para ír a buscar los hachones? Entonces salía adelante, siempre raudo y atento, mi primo hermano Nicolas, hijo de tío Nicomedes, obediente como ninguno de los nietos de papá Luis.

El asunto que les narraré fue un hecho real, sino que lo niegue el primo Nicolás Montiel Ferrer, hijo de tío Nicomedes y de tía Graciela, uno de los nietos de papá Luis que bastante echó pala en San Luis; en aquellos tiempos, estaba vigente la llamada recluta para cumplir el servicio militar, con la edad de 18 años todo joven era requerido en las calles de las ciudades venezolanas, sometido y reclutado, lo cual resultaba muy severo, sobre todo en aquellos tiempos del gobierno del General Juan Vicente Gómez, con la institucionalización del Ejército venezolano, prestar el servicio militar era sinónimo de orden, disciplina y duro entrenamiento al personal reclutado para soldado, en uno de aquellos operativos del contigente a incorporar al ejército de jovenes civiles, fue reclutado el primo hermano Nicolás.

Al joven Nicolás, lo agarró la recluta caminando por el centro de Maracaibo, lejos de San Luis, al siguiente día, hasta pelado a coco estaba y su nombre inscrito en la lista del sargento, en eso llega un oficial con grado de capitán, el sargento adopta posición firme y saluda con el ademán a la frente, el capitán, mira el personal reclutado que eran muchos, le pide la lista al sargento, la mira y se dirige al grupo de reclutas -quiero diez voluntarios para la Guarnición de San Juan de los Morros, Nicolás se acuerda de su abuelo papá Luis, y habituado a las órdenes, fue de los primeros al salir al frente de voluntario, el capitán, le ordena al grupo de voluntarios -váyanse para sus casas, -los otros de atrás, vayan hacer formación, se van conmigo.

José Luis Reyes Montiel.

sábado, 31 de agosto de 2013

El circunspecto señor Valdez.

Otros vecinos de singular recordación, en la casa de la 69A con la avenida 13, fueron los Valdez, nombre éste ficticio, pues este cuento y sus resultas quieren resguardar la memoria de estas gentiles personas que alguna vez conocí y trate, en aquella otrora casa de mis sueños de infancia.

En efecto el Sr Marcos Valdez era un cubano muy alto y flaco, de finos y largos mostachos al estilo del cantante mexicano Jorge Negrete, vestía siempre una camisa o guayabera blanca siempre de mangas largas y sus pantalones anchos, zapatos negros lustrados, muy circunspecto el hombre y de un humor apacible y bajo tono de conversación pero muy rápido, como todo buen cubano habanero, pues el Sr Valdez decía que era de aquella ciudad de afamados poetas y cantores del verso, del  son y del bolero.

Dedicase en Maracaibo, el señor Valdez mediante una empresa MARVAL, C.A. ha todo tipo de operación mercantil y compra venta de mercancías, tenía una extraordinaria capacidad como ejecutivo en ventas, desde artefactos eléctricos hasta concentrados de frutas y mermeladas, recuerdo como consumían mermeladas de frutas y conservas de pulpa de guayabas, mango, parchita, guanábana, en potes de 1 Kg. venia envasado el producto. Por supuesto, nosotros recibíamos nuestra ración mensual de aquellos gustosos concentrados por gentileza de la señora Valdez.

La señora  Magdalena, su esposa, era bajita, gordita y de rizados cabellos negros; muy estrafalaria y bullanguera, se diría que fácilmente hubiese pasado por maracucha, si su agudo timbre de voz no la denunciara como española, pero de las islas canarias, muy buena persona eso sí y en eso de hacer favores, no había que pedirle dos veces, la señora Magdalena era todo darse, si llegabas a la hora del almuerzo te colocaba sitio en su mesa y si te ibas sin comer era para ella un desprecio.

Un día de juegos y televisión, llamó mi atención un silbido constante que salía de la cocina, en efecto una olla a presión, emanaba el vapor concentrado en su interior sancochando las caraotas, la señora Magdalena colocaba las caraotas con abundante agua, ají misterioso,  pimentón, la parte blanca del cebollín, cebolla, ajo, sal y pimienta, acompañadas con un jugoso hueso de puerco, para darle más gusto; una vez transcurridos 20 minuticos, dejaba en reposo la olla con el seguro abierto despidiendo el vapor, las caraotas con suficiente caldo las reservaba así bien calientes, aparte  en una paila sobre el fuego le echaba aceite salteando ligeramente el arroz con algo de sal a su gusto, una vez salteado agregaba con un cucharon colocador  las caraotas y su caldo aparte por tazas de acuerdo al número de tazas de arroz, si agregó tres (3) tazas de arroz le agregaba seis (6) tazas de caldo puro de caraotas, el resultado, sabroso y sustancioso, tremendo arroz, ellos lo comían como planto principal, y  llamaban el arroz así preparado, ennegrecido por el caldo de las caraotas y revuelto con este nutritivo grano “Congrí”, actualmente suelo prepararlo para ocasiones y lo acompaño con un buen plátano relleno con mantequilla y queso madurado rallado y a la lona primo.

La señora Magdalena, tenía un dicho muy español, le decía con frecuencia a mamá –coño señora Carmen a la palabra hay que darle fuerza no me joda, coño-  pues la insolencia era su defecto más destacado.

Tenían dos hijos, Marquitos y Merylen, mis amigos vecinos de esa época, jugamos cuanta diversión era común entre los jóvenes de esos tiempos, año 1968; especialmente Merylen, era contemporánea conmigo, pues Marquitos era algo mayor a mi edad, y aunque compartimos algunos juegos ya se perfilaba en su pubertad escuchando las "20 Favoritas" de radio Reloj, todas las tardes a eso de las seis, nos colocábamos sobre la baranda de su casa a escuchar canciones de moda en su pequeño receptor a baterías, recuerdo el radiecito estaba protegido en piel de cuero, y sobre salía su antena para una mejor recepción, allí escuche éxitos como el Amor es Azul con Paul Muriat y Michelle con los Beatles entre otros, eran mis favoritas.

Merylen y yo, hicimos un hueco a través del muro colindante, desgastando uno de sus viejos ladrillos de arcilla, nos dimos una señal de alerta para llamarnos entre sí  - Gua! Gua! Gua!- y planificar hacer las tareas y luego jugar. A mamá no le resultaba muy agradable mis juegos con aquella niña solitaria, pues me decía  -yo le doy permiso de ir a jugar, pero nada de estar jugando Ud. con muñecas-  hoy entiendo su preocupación y la comparto plenamente, y así eduque a mis hijos adoptando el rol que le corresponde de género.

Tenía Merylen unos inmensos ojos color café claro, rodeados por sus negras pestañas, rizados cabellos negros, nariz bien formada llena de pecas, finos labios y una mancha o lunar peludo en forma de ovalo sobre uno de sus brazos, que ella trataba siempre de ocultar, aunque no era grande no pasaba de entre el codo y la mitad del antebrazo. 

Entre Merylen y yo, nació una profunda amistad convertida en ilusión platónica, deshojando flores de una planta de jardín, crecia muy abundante, llamada Chipe sembradas por mamá en el enlosado de mi añeja casa, daban innumerables florecillas de aislados pétalos, centralizados en un tubito del cual se fijaban a la planta y que eran en su mayoría de color blanco y violeta. Nunca antes ni después de esos días, en mi niñez había compartido tanto, con mi flamante amiga para ya y para acá, corriendo e inventando juegos entre los árboles y las plantas del patio de mis casa.

Una mañana, el hueco del muro se quedó solito para siempre, nuestro acordado llamado de alerta ya no fue más objeto de encuentros de risas y juegos infantiles, Marquitos y su pubertad quedaron reflejados en la batea que tumbo, al lanzarse desde el techo en su inventado paracaídas, para caer de nalgas sobre el pavimento; la señora Magdalena hoy la recuerdo cariñosamente cada vez que preparó “Congrí”. Pues, el señor Valdez se fue con toda su familia y enseres, tan súbito como dolorosa fue aquella partida sin adiós, ni hasta mañana.   

Algunos meses después, sonaban el candado del portón de mi casa, un señor alto y delgado vestía camisa blanca con una enorme corbata negra, de larga cerviz, movía su manzana de Adán al ritmo de sus palabras, solicitaba alguna información sobre el señor Valdez a lo cual mamá no sabía que decirle, pues tampoco sabíamos nada en absoluto, así diariamente un sinnúmero de cobradores de diversas empresas relacionadas con el escurridizo vecino cubano, llamaban a nuestra puerta buscando al señor Valdez tratando de dar con su paradero. 

JLReyesM.





 

sábado, 10 de agosto de 2013

La señora Josefita.

El Guarapo de la
señora Josefita.
Por aquel tiempo, cuando mamá Carmela y tía Espíritu se establecieron en mi casa de la calle 69A con la avenida 13 de Maracaibo, para mí fue una de las mejores temporadas, la presencia de la abuela despejó la soledad de la reciente muerte de papá.

Por ese entonces, se mudaron unos vecinos viejitos en la casa de al lado, recuerdo que eran naturales de La Cañada, decía mamá, de la población de Potreritos, la señora de nombre Josefita y el señor Rafael, apellidados Urdaneta, esposos de vieja data, eran acompañados por su hijo la zurrapa como ellos decían, un joven muy blanco de intenso pelo negro, alto y musculoso, recuerdo que manejaba un Renault de los que tenían el motor en la parte trasera del vehículo.

Vivian además con los viejitos Urdaneta y su hijo, una bella muchacha estudiante nieta de la señora Josefita y un caballero, sobrino del señor Rafael, que era empleado petrolero de profesión buzo, muy decente y callado.

En las tardes al regresar del Colegio, después de estudiar y hacer la tarea, yo iba a ver El Zorro en la televisión en casa de la señora Josefita, porque la de nosotros se había dañado y no se encontraban los repuestos para nuestro viejo televisor Philips, por supuesto que yo le pedía permiso; mientras veía El Zorro la señora Josefita me ofrecía una merienda, generalmente galletas con refresco, el asunto es el modo en que ella me ofrecía la merienda, pues ella me decía, -queréis guarapo- figurándome un sabroso guarapo de Limón con Panela, por lo cual le dije   –si- el caso es que se apareció con una Coca-Cola.

Los fines de semana, conocedora como era la señora Josefita de mi gusto por los espaguetis cuando los hacia solía llamarme –José Luis, hoy hice espaguetis- y me servía sus espaguetis en una taza mondonguera lo que más bien era un asopado de fideos con carne, los tales espaguetis era más bien un fidegua de pasta con carne, el resultado al fin y al cabo  era el mismo, resuelto quedaba con los espaguetis de la señora Josefita.

El señor Rafael también tenía sus excentricidades, gustaba de mascar Chimón y donde caminaba marcaba su paso con los estupros de su vicio, lo que ocasionaba serios encontronazos entre los caracteres de los seniles vecinos, amenazándose mutuamente de irse un día de éstos, pero sin resolver dejarse en definitiva.

En las noches, tocaba el turno a mi tía Espíritu, para ver la telenovela Esmeralda, con José Bardina y Lupita Ferrer, a las 9 pm era la cita para compartir la telenovela, pero la señora Josefita veía también la de Radio Caracas, con Marina Baura y  Raúl Amundaray; de tal manera que entre propaganda y propaganda, la señora Josefita cambiaba de canal pa’ ya y pa’ ca, de canal a canal, menos mal que en los sintonizadores de la época eran canales vecinos, apenas un separador entre uno y otro, facilitando la audiencia de ambas novelas.


Un buen día, los viejitos Urdaneta se marcharon a casa de una hija en Maracaibo, algo cercana a la nuestra, diagonal al Colegio San Vicente de Paúl, yo seguí viendo y saludando a la señora Josefita a la salida del Colegio, tiempo después murió el señor Rafael y luego la señora Josefita, y quedo el mensaje de aceptación y compresión y sobretodo el amor de estas personas, que destilaron entre ellos y sobre quienes los trataron.

sábado, 27 de julio de 2013

Arepas al Caujil.

Son las cinco de la tarde, el astro rey deja entrelazar sus naranjos resplandores a través del follaje de la arboleda del patio, sus penumbras extendidas sobre el suelo manifiestan el espectro de una procesión cartuja en semana santa, en los espacios de mi añosa morada, hay un murmullo de recónditos silencios estremeciendo mis sentidos, allende el marco del ventanal, la tierra seca recibe del agua el sustento vital diario, desprendiendo sus aromas de raíces ancestrales. Toda esa sinfonía de colores, sensaciones y aromas envuelve mi mirada sentado desde el corredor y sobre la mesa unas frutas plásticas, cortan mi inspiración, de aquel pasmoso escenario.

El marco de la puerta del patio sirve de encuadre al imaginario visual del fucsia y claroscuro atardecer, sus dos alas abiertas de par en par dejan pasar la brisa sur de alguna lejana tempestad, atizando la candela de las brazas sobre el anafre donde mamá las esparce para colocar la parrilla y azar nuestra cena de este día.

Sobre la mesa, la masa de maíz entre las manos de mi madre, toma su tradicional forma de Luna llena, luego las pasa por agua hervida y deja reposar sobre una limpia toalla de cocina, da gusto escuchar el chachachá del proceso de aplanamiento de la arepa y luego el ritual de su redondeo cuando mamá levanta el meñique y con su dedo índice le hace su curvo contorno; es entonces cuando me pide que vaya hasta el recodo donde está el árbol de Caujil, que desde la vecina casa del fondo deja caer sus frondosas ramas a nuestro patio, que arranque unas seis hojas de las mejores, así las tomé, de las mas verdecitas ya su forma de corazón facilita su destino, son de una textura gruesa y en sus nervaduras encierra el aroma sutil de su fruto, conocido en otras tierras como Merey y también como Marañon.    

Mamá frota con aceite la hoja de Caujil y fija sobre ella la arepa y las va colocando sobre el Anafre para así ampararlas del directo calor de las cernidas brazas, quedando asadas las arepas bien doraditas y como valor añadido un aroma sin igual, proporcionado por la sustancia vegetal de la hoja de Caujil, sacrificada al intenso calor de la brasa incandescente, humeando con su aroma y cual incienso, el ambiente de la estancia familiar.

             
A la espera de la cena, con mi libro Arco Iris memorizando la tarea del siguiente día, desde el umbral de la puerta del corredor, escucho la voz de mamá llamando a cenar, a la hora del crepúsculo en la ultima hora vespertina, sobre la mesa del comedor dispuestas dos arepas sobre el Peltre, su infaltable taza de café con leche a su lado y en el centro de la mesa, la amarilla mantequilla marca Alfa aquilataba sus crestas de suero, para embadurnar con el cuchillo la abierta arepa humeante así sabroseada con el marabinisimo lácteo.

Allá en la distancia del tiempo, en ese añorado lugar, existe aún la presencia de nuestros arcanos, deambulando indiferentes ante la presencia de otras vidas presentes; en sueños percibo aromas, veo los sitios por los que un día caminé, amé, sonreí y lloré; allí estas tu, mi amadísima madre, como escondida entre las paredes de la vieja casa, tus afanes diarios delatan tu presencia enigmática en fulgurantes segundos de quimérica recordación y te desvaneces, con la misma facilidad con la que me sales al encuentro.

Por entre los aleros de la ventana de mi habitación, se escapa mi alma, dejando en el tiempo la vieja casa de mi niñez, desde lo alto, los copos de la verde arboleda a cuya sombra tantas veces me extasíe, me saludan, despidiéndose al rítmico vaivén de la brisa norte; no, no, no hay espacios, ni tiempo ni distancias, solo recuerdos y este estrecho instante de existencia.    

JLReyesMontiel.