sábado, 20 de octubre de 2018

Mi vieja Máquina de Escribir.

Así era mi mesa de estudiante
un poco más o menos, tal cual
la composición gráfica que muestro
para hacerse una idea.
Eran los años 1973-1974, cursaba entonces mi segundo año del llamado ciclo básico común en el Colegio San Vicente de Paúl, imposible olvidar a mis profesores Manuel Negrón de Biología, Isidoro Zamorin de Física, al P.P. Casamayor de Castellano, P.P. Luis Moreno de Historia del Arte, maestros de grata reminiscencia en mi memoria.

Para esa época, resultaba para nuestra generación “ciencia ficción” el mundo cibernético de hoy día, para entonces los sistemas computarizados eran enormes máquinas mantenidas con celo en los centros del poder mundial, y uno cursaba sus estudios entre libros y cuadernos, entre el colegio, la casa y las bibliotecas, leyendo e investigando, aprendiendo y analizando contenidos para comprender, luego discerniendo para redactar y hacerse entender, así se estudiaba, como Dios manda.

Mamá siempre fue meticulosa en eso de mi educación formal de escuela, y como ya estaba iniciando mi bachillerato me regaló una máquina de escribir, marca Brother Deluxe 1350, muy buenas pues eran hechas en Japón, a esa maquinita le saque muchísimo provecho, tanto así hasta adentrados los años 1997, y en mi pleno ejercicio profesional como abogado, la usé profusamente redactando cartas, contratos civiles, registros de comercio, diligencias, escritos y demandas, hasta 1995.

Esa maquinita de escribir tenía una novedosa tecla roja al margen de la barra espaciadora, que repetía el avance sin necesidad de pulsar constantemente la barra grande de en medio, y recuerdo que a mi amigo y compañero de estudios Roger Roa, muy observador y experimentador, trataba de determinar como operaba esa tecla, mientras Gerardo Salazar nuestro común amigo y compañero de clases le decía: -Ya le vais a romper la máquina a José Luis; muchachadas aquellas y risueñas que nos pasaban.

Mi primer trabajo de investigación, se trató sobre la “Evolución del Hombre” y lo hice pulsando como decíamos: -Pollito picando maíz, tecla por tecla, tac, tac, tac, tac, fue después con el uso frecuente y constante sobre el teclado que aligeré versátilmente el tiempo y modo de escribir en mi máquina; recuerdo la fresca mañana de febrero, debajo del árbol de Acacia  en el patio de mi casa, sobre la mesa Roger, Gerardo y yo, cada uno con su maquina de escribir, tomando los apuntes necesarios para nuestro trabajo de investigación.

Mamá me había regalado también una enciclopedia, que aún conservo con veneración, llamada Cientifica I y II por Stanley A. Freed y Ruth S. Freed, editada en México, D.F. por John W. Clute, S.A. 1967; y libro en mano tomé los datos necesarios para mi investigación, pulsando sobre mi máquina de escribir, calcando con papel traslucido de un “Block Caribe” algunas imágenes de mi agrado de la enciclopedia.

Aún conservo dicha enciclopedia, un tercer tomo sobre La Vida en los Mares y Océanos lo presté y desapareció, así mismito me pasó con el libro de Algebra de Baldor, y aún así de vez en cuando caigo en la trampa dócil de prestar un libro a un amigo, ratón del queso.

Sorpresa la mía, cuando saqué un 20 en mi trabajo intitulado “El Lugar del Hombre en el Reino Animal” en comparación con otros trabajos que habían presentado hasta diapositivas los compañeros de clases, el profesor Negrón dijo en pleno salón: -El mejor trabajo de investigación por su contenido es el de Reyes, algunos compañeros protestaron, y el profesor Negrón sentenció: -Reyes fue el único que formuló su planteamiento con base a la diversidad de razas humanas.

El ayer se escribe con los tipos impresos sobre el papel, desde la tinta desvanecida de una cinta que gira en torno a dos émbolos mientras tipeo en mi vieja máquina de escribir; en ella quedó resguardada por las yemas de mis dedos un pasado de sueños y esperanzas, de emociones y pasiones juveniles, ciñendo mi pensamiento, apoyándome en ella con la virtud del joven entusiasta que fui, enarbolando banderas e ideas sublimes que nunca se cumplieron.


JLReyesMontiel.






     

sábado, 6 de octubre de 2018

Prudentes para valer mas.

José Luis Montiel Villalobos
mejor conocido como Don Luis Montiel,
en sus piernas Joseito. 
La dignidad y el amor es como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende, es una actitud y un sentimiento que va pasando de padres a hijos, y eso se aprende en el seno del hogar, en una sólida y a veces severa formación pero necesaria, donde al calor de la familia unida se decantan los días y con el paso del tiempo esas firmes raíces, desde su tronco principal echan ramas y ramas de múltiples hojas rindiendo los frutos del trabajo honesto, empeñado en una constante voluntad bendecida por Dios.

Nunca antes como ahora el sentimiento familiar toca mi corazón, como algo impostergable y vital, tanta gente mía fuera, eso duele, penetra y lacera el diario vivir, y en ese marasmo de sentimientos encontrados uno se anima y contenta pensando en ellos, los que están lejos, que aunque trabajando duro pueden tener la oportunidad de vivir tal cual uno vivió su juventud y parte de esos buenos años de crecimiento de nuestros muchachos.

Y les digo a mis primos, a mis hijos, a los que están fuera y dentro de nuestra Venezuela, que mientras hay vida hay esperanza, que no obstante sea ésta una reflexión trillada es muy significativa; así como nuestros abuelos, aquellos queridos viejos se desbrozaban el pecho trabajando duro sacándole a la tierra madre el pan de cada día, y en las tardes en torno a la mesa familiar el Rosario predecía la ingesta antes de irse a dormir en las hamacas de la templaría estancia, para despertar con los Gallos al alba del siguiente día manteniendo con su férrea voluntad, constante y devota, su decidida resolución de hacer todas las cosas nuevas, como si la vida fuese una eternidad y en una eternidad verter todo el sudor y el clamor de su trabajo, con todo el tiempo del mundo en cada paso y en cada pensamiento; yo les digo a mis hijos y a mis primos, manténgase con aquella humilde y sublime actitud heredada del fundador de nuestra sanguinem domus, José Luis Montiel Villalobos.

Mi suegro Geramel Sánchez, cuando a sus 70 y pico de años recibía el cheque por la venta del último legado inmobiliario de nuestro abuelo común, me manifestó todo su orgullo por la admiración que sentía por su abuelo, que tantos años después aún percibía un provecho de su esfuerzo y labor campesina.

Ese mismo empeño y constancia, cultivados con honra y dignidad, sea ejemplo para emular los talentos y dotes de nuestro ancestro común Papá Luis, sea ese tributo sanguíneo la fuente prodigiosa e inagotable de virtud y voluntad desplegada donde quiera se encuentren, eso les exhorto a mis hijos y primos estando dentro o fuera de nuestra patria, asuman el día a día con un alto sentido de autoestima y coraje, que sean valientes y sobre todo prudentes para valer más.


JLReyesMontiel.