sábado, 19 de enero de 2019

Un Venezolano Civilizador.


Dr. José Gil Fortoul.
Dentro del séquito de intelectuales de los que se rodeó el Gral. Juan Vicente Gómez, uno guarda características muy particulares por la fuerza de su personalidad, me refiero al ilustre hijo del Estado Lara, el Barquisimetano José Gil Fortoul, pensador de la corriente positivista de Augusto Comte, es baluarte de la justificación política del modo de gobierno del Benemérito Gómez, tarea que compartió al lado de sus análogos César Zumeta, Pedro Manuel Arcaya y Laureano Vallenilla Lanz.

En el año de 1861, nace en la ciudad de los crepúsculos un 25 de noviembre, en el seno del hogar de José Espíritu Santo Gil Fortoul y de Adelaida Fortoul Sánchez, sus estudios primarios los desarrolla en El Tocuyo en el Colegio La Concordia, recibiendo su titulo de bachiller en filosofía en 1880, se traslada a Caracas para sus estudios de derecho en la Universidad Central de Venezuela obteniendo su doctorado en Ciencias Políticas en 1885.
 
Una afición del Dr. Gil Fortoul poco conocida, el hipismo.
Pero es que además Gil Fortoul se destaca como historiador, escritor, sociólogo y abogado, desempeñando igualmente cargos diplomáticos en representación de Venezuela en Francia, Alemania e Inglaterra; pero como historiador prepara y escribe su Historia Constitucional de Venezuela, por mandato y decreto del Presidente Ignacio Andrade (1898), para conmemorar la entrada del siglo XX, obra ésta que redimensiona y recoge novedosos aspectos sociológicos y políticos de la vida colonial y republicana de nuestra nacionalidad, la cual finaliza, imprime y publica en su primer tomo, en la ciudad de Berlín, Alemania en 1906.

Un incidente lo separa del poder del restaurador Cipriano Castro,  en 1907 como diplomático venezolano, recibe la orden del presidente Castro de retirarse de la II Conferencia de la Paz en La Haya, decisión ésta del Gral. Castro por oposición personal a la delegación norteamericana que promovía tratar en dicha conferencia el tema del cobro de deudas y reclamaciones por parte de súbditos de un estado a otro, Gil Fortoul trata de persuadir a Castro de lo inconveniente para Venezuela de abandonar la conferencia, dicha insubordinación a las ordenes de El Cabito causan su destitución al regresar a Venezuela en 1908.
 
Gil Fortoul rodeado de intelectuales de la talla de
Augusto Mijares, Andrés Eloy Blanco, Jose Rafael Pocaterra
entre otros Venezolanos y al centro un diplomático Argentino.
Pero, para fortuna de Gil Fortoul y producto de los avatares propios de la política venezolana, en diciembre de ese mismo año, un golpe de estado a cuya cabeza estaba el compadre de Cipriano Castro y su segundo al mando, el Gral. Juan Vicente Gómez, reintegra al cargo diplomático a José Gil Fortoul, como ministro plenipotenciario en Berlín, donde publica el segundo tomo de su Historia Constitucional de Venezuela en 1909 y prepara su regreso a Venezuela.
Un elemento característico
del Dr Gil Fortoul su visuñé
que ocultaba su preclara calvicie.

El año de 1910, recibe nuestro país a José Gil Fortoul de regreso, y es designado Senador al Congreso Nacional, destacándose como legislador reformista, en especial en materia civil referente a los derechos de la mujer y el niño, régimen matrimonial y en materia laboral referente a la regularización de los contratos de trabajo.

Siendo presidente del Consejo de Gobierno, le tocó ejercer la presidencia nacional en el año de 1913, por disposición constitucional, en vista de la separación del cargo del Gral. Gómez, quien estando al frente del ejercito nacional debió enfrentar una conspiración antigomecista, donde cayeron detenidos un centenar de venezolanos entre ellos Román Delgado Chalbaud, quienes son enviados unos a La Rotunda, otros al Castillo de Puerto Cabello y otro grupo al Castillo de San Carlos de la Barra de Maracaibo.

Casado con la ciudadana francesa
Luisa Marcadet nacida en París
de cuya unión procrearon una hija
Josefina Gil Marcadet,
pero no conseguí registros de sus fotos.
Como escritor Gil Fortoul produce Recuerdos de París, Filosofía Constitucional, Filosofía Penal, El Humo de mi Pipa, su novela Idilio, Cartas a Pascual, artículos de prensa en El Cojo Ilustrado y en El Pregonero, director de El Nuevo Diario 1931-1933, además se destacó como conferencista en la Universidad Central de Venezuela sobre temas de sociología y antropología.

Y es que Gil Fortoul además fue individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, miembro fundador de la Academia Venezolana de Ciencias Políticas, presidente de la Sociedad de Derecho Internacional, y es en ésta materia que se destaca igualmente como defensor de las fronteras nacionales en el Laudo que delimitaría las fronteras terrestres y marítimas entre Venezuela y Colombia,  sosteniendo la tesis para otorgarle a Venezuela el control total de las aguas y entorno terrestre del Golfo de Venezuela, mediante un arreglo de la frontera en la Península de La Guajira, a cambio de permitirle a Colombia la libre navegación por los ríos venezolanos, tesis que fue desestimada por la Cancillería Venezolana.


En su intensa existencia diplomática fue un trotamundos perseverante, caminante universal por lo que conoció sitios exóticos, buen amigo de las naciones donde represento nuestra nacionalidad, y para preparar su Historia de Venezuela como investigador y lector consumado, frecuento y hurgó tenazmente los archivos de Indias en Madrid España, atesorando conocimientos para la historia venezolana y de América. La muerte le sorprende en la ciudad de Caracas, el año de 1943 un 15 de junio, escribiendo su tercer tomo de la Historia Constitucional de Venezuela.

Podríamos considerar al Dr. José Gil Fortoul un venezolano civilizador en el tiempo de una Venezuela que emergía de la inestabilidad política, del caudillismo desenfrenado post -Guzmancista de finales del siglo XIX, que se coloca en el epicentro del férreo gobierno del Gral. Juan Vicente Gómez de comienzos del siglo XX, un venezolano al cual le correspondió representar a nuestro país ante otras naciones en estrados diplomáticos y foros internacionales en un momento difícil en la Europa que se disputaba la hegemonía imperial en los trágicos escenarios de la Primera Guerra Mundial, preservando para Venezuela un perfil de excelencia y dignidad nacional, .

JLReyesMontiel.







sábado, 5 de enero de 2019

La añeja elocuencia.

Frontis del actual edificio El Pilar
en Maracaibo.

De una reciente conversación, recordé a varios personajes de la Maracaibo no tan lejana del pasado siglo XX, por supuesto yo no soy tan adentrado en años, si he pasado la barrera de los 50 pero les estoy narrando un relato de entre los años 1979, 1980 y 1981, siendo estudiante de LUZ, cuando trabajé en calidad de Escribiente Supernumerario en la Oficina Subalterna del Segundo Circuito de Registro de Maracaibo.

Entonces funcionaban las tres oficinas de Registro Público en el otrora edificio del antiguo Colegio El Pilar mejorado en sus bienhechurías y convertido en el Centro Comercial El Pilar, también estaba situada en su segundo nivel, al cual se accedía por escaleras mecánicas, una fuente de soda, restaurante y cafetería muy concurrida, sitio de reunión de abogados, gestores y particulares; hoy día funciona en ese edificio el UNIR.

Yo asistía a mis clases a la Universidad del Zulia en el horario matutino, apenas iniciaba mis estudios de Derecho y por entonces uno tenía que cursar un período de Estudios Generales en la llamada Facultad Experimental de Ciencias, donde cursaban los noveles bachilleres un ciclo de materias humanísticas y científicas para su mejor preparación académica, algunos comentaban que se trataba de hacer un filtro de ingreso de aspirantes, otros argumentaban que era para lavarnos el cerebro pues se nos hablaba mucho de filosofía marxista, y por irónico que parezca, hoy día la Universidad del Zulia se encuentra inmerecidamente desposeída y a su suerte.

Área central del otrora CC El Pilar
hoy sede del UNIR.
De ese tiempo de empleado supernumerario en dicha oficina de registro, conocí a muy gratas personas, por demás encantadoras, entre las damas a las señoras Críspula de Morán, Vidaura Guerra de Añez y la señora Robertina, tal cual eran conocidas y eran nombradas con respeto y gallardía en el ámbito registral por su larga trayectoria de trabajo en dicha oficina de registro.

También conocí a un legendario personaje que sin ser abogado era muy entendido en Derecho, conocedor sobre asuntos de trámites documentales por ante las oficinas de Registros y Notarías de la época, se trata del señor Antonio Hernández; e igualmente tuve la suerte de conocer al señor Recaredo Fuenmayor, diligente gestor y presentante documental decano del ámbito registral y notarial.

Hoy día descansan todos como cuerpos celestes en la Gloría de Dios, al igual que otras gratas y recordadas personas como Leonel Rubio (funcionario de registro) y tanta otra gente buena y trabajadora, cuyas caras se me hacen presentes pero que mi menoría trata de ubicar sus nombres pero solo se hacen presentes sus rostros sonrientes como fantasmas diciéndome José Luis aquí estoy yo y yo y yo, llenándome de gozo extremo  mostrándome cada uno su sonrisa en el espacio cósmico de mi mente; tuve un breve arrebato disculpen, y como olvidarlos si desde que llegaba a la oficina de registro a mi labor, después de mis clases en la universidad, me encontraba con aquellas personas de fino arraigo de nuestra genuina Zulianidad, tan puras y dedicadas a su trabajo diario, con la mística que le otorgaban sus años de desempeño en sus función como servidores públicos que eran.

Las señoras Críspula, Vidaura y Robertina, sentadas en su sitial de honor ante sus escritorios de madera, cualquier duda era por ellas despejado con la dedicación de un maestro y la certeza del discípulo de obtener el conocimiento eximio de sus experiencias aquilatadas con sus años de labor.

En señor Antonio Hernández era famoso por sus excentricidades como práctico en el ejercicio del derecho, en tiempos en los cuales la solemnidad de los actos jurídicos era parte de su validez, el señor Hernández siempre bien trajeado con su corbata perfectamente cruzada y su paltó de colores azul, negro o gris, muy formal y elocuente, en cada acto de otorgamiento documental leía en alta y clara voz, como debe ser y según la ley, el contenido de la escritura objeto de firma y ante las partes contratantes.

Y como notorio redactor el señor Antonio Hernández, siendo en esos años manuscritos los documentos en papel sellado timbrado, siempre iniciaba el “Yo” con una inimicísima letra capital que abarcaba de arriba hasta abajo el folio, como señal inequívoca de su redacción por parte del señor Hernández pues eran visados por abogados de su confianza.

Por eso les comento a los jóvenes abogados que cuando se encuentren con una antigua data documental y en original con una inmensa Y del “Yo” enorme iniciando la escritura, puede estar seguros que es de la redacción del señor Hernández, y que tienen ante si no solo una parte de la historia registral de nuestra ciudad sino también una muestra de excelente redacción jurídica.

JLReyesMontiel.