domingo, 30 de marzo de 2014

Las espinas del Rosal.

Hace cuarenta y siete años atrás, una niña y yo jugueteando entre las matas de rosas sembradas por mamá en el frente de la casa, la niña me enseñaba como insertarme las espinas del tallo entre la epidermis de las puntas de los dedos, nos colocamos una espina por dedo tanto ella como yo, y mientras algunas sangraban otras pasaban entre la cutícula de la piel sin daño alguno, ensayamos una y otra vez la modesta tortura de sacrificar nuestros dedos a la inserción de las espinas de las rosas.

La niña cuyo nombre atesoro, hija de una señora canaria y un caballero cubano, radicados en Maracaibo durante un tiempo, muy recién fallecido papá, razón por la cual para mí fue una bendición la compañía de mi delgada amiga de rizos negros e inmensos ojos castaños.

En el muro colindante entre nuestras casas, perforamos un bloque, por donde nos comunicamos mediante un ¡gua gua! como llamado,  para conversar, disponer tiempo para las tareas escolares y programar juegos; pero un día la familia vecina se fue, buscando otros horizontes, como buenos emigrantes que eran, cual río que busca su cauce; con los días, en la ausencia de mi buena amiga, seguí jugando el febril artificio de las espinas de las rosas, pero a diferencia de entonces, en mi soledad, lloraba.

Las espinas de las rosas, me recordaron despues la corona de espinas de Jesús en la cruz, probé insertarlas en mi frente, pero allí si dolieron y sangraron, no había cutícula que protegiera la piel, como en el truco de colocarlas en los dedos.

En mi juventud aprendí del juego infantil de las espinas punzadas en la yema de los dedos,  que los amores son como un ramillete de rosas, son bellas y perfumadas, pero en sus tallos tienen punzantes espinas, que si no sabes sortearlas te harán mucho daño.

La vida misma también tiene punzantes espinas, las dificultades, gente que te aprecia y otras no tanto, la incertidumbre de lo que no puedes cambiar, pero como el buen acero, el carácter se forma asumiendo los conflictos, los obstáculos, que otros en sus asechanzas nos colocan y también las circunstancias fortuitas que no podemos prever, pero que son el día a día de nuestro trabajo y vida familiar.

Ahora sucumbo y soy presa de los recuerdos, al abrigo de su presencia, papá me arrulla para dormirme, acostado a su lado en su hamaca, me canta una vieja canción …-fui a coger una rosa en el copo de un rosal  las espinas me gritaron pobre ciego ¿a dónde vas?-... omissis, desde otra dimensión, mamá riega sus rosas en el frente de la casa, sentado en la mesa del comedor hago la tarea escolar, desde el patio llega un olor a tierra y raíces, la brisa entra por el portal de la sala y las grandes ventanas gesticulan con sus postigos al viento pasando entre ellas murmurando ausencias lejanas, ¿dónde estás mi pequeña amiga? Te recuerdo comiendo pan tostado con mantequilla  en la improvisada hoguera, unos palitos secos querosén, un fósforo y encendíamos la llamarada, de la Alacena sustrajimos una papeleta de sopa Maggi hervida sobre las brasas, está lista y servida en laticas de diablitos sobre una piedra.

Me invitas entonces a ver tele en tu casa, inventas jugar al médico, buscas las jeringas desechables que recolectamos después de su uso,  y en el imaginario de la consulta te acuestas sobre la mesa de planchar cual camilla, te pelas las nalgas para que yo te inyecte, mis manos las tocan, la respiración aumenta, una sensación agradable inunda mi pecho rebozando al corazón, aumenta mi respiración, incontenible; le puse la inyección con la jeringa sin aguja, le subí el bikinsito y salí corriendo a casa. 

Las espinas del rosal, sus rosas multicolores que encantadoras son que aroma tan agradable emanan, pero cuidado al correr entre ellas, te seducen y te pueden pinchar las espinas de su tallo, -así es la vida-  recitan los poetas y  cantan los cantantes y cantores de todos los tiempos, pero el hombre, varón o varona, hecho a imagen de Dios, pero humano al fin, no ha dejado de vivir su existencia, mientras perdure la humanidad sobre este planeta su presencia será siempre una eterna paradoja, como las espinas de un rosal.


José Luis Reyes Montiel.





domingo, 23 de marzo de 2014

Los Compadres.

Por Los Cortijos, un poco más allá de San Francisco en la carretera vía a Perijá, se encontraba la posesión agrícola de la familia Vergel, muy amigos de mi padre Pascual Reyes Albornoz, recuerdo como los sábados en la noche papá nos invitaba –mañana vamos para casa del compadre Vergel- mamá disponía lo necesario y salíamos desde nuestra casa en la barriada de El Saladillo por toda la calle Venezuela hacia el sector El Transito rumbo al suroeste de Maracaibo.

Los Vergel, una familia trabajadora del campo, el señor Vergel y señora la comadre Angélica, anfitriones de nuestras visitas al tesonero hato de los Vergel, en tiempos del éxodo campesino a la ciudad, su tradición familiar se imponía en el trabajo del campo y cría de animales mayores y menores, para el consumo familiar y para su comercialización en los mercados, recuerdo sus barbacoas sembradas de cebollín también conocida como cebolla en rama o cebolla de verdeo, los ajís misteriosos, el verdor y olor del cilantro, perejil y ajo porro.

El cultivo en barbacoas es una técnica que consiste en elaborar una empalizada o mesa de madera sostenida por cuatro horcones o postes de madera, entablada alrededor para contener arena como un enorme matero,  la arena es preparada para dicho cultivo, limpia de piedras, cernida y lavada de toda impureza, para ser abonada y sembrar finalmente toda especie de verduras, sembradas de ese modo se protege el cultivo de agentes patógenos y plagas, y animales rastreros que puedan dañar el cultivo.

Por supuesto no podía faltar como en todo buen hato, un jagüey, una veintena de vacas para su engorde y consumo interno de leche, y muchas cabras y carneros, y demás forrajes, en un terreno bendecido por Dios, rodeado de frondosos árboles frutales entre otros silvestres, un verdadero paraíso de naturaleza y amor familiar.

Temprano en la mañana de aquel domingo, al llegar al hato de los Vergel, después de tomarse el cafecito de bienvenida, preparado y colado por las manos de la comadre Angélica, papá encargaba a los muchachos de la casa le sacrificaran un carnero para asarlo a la brasa, mientras colgaba su hamaca entre las ramas de un gigantesco Matapalo situado en las adyacencias del frente de la casa, debajo del cual estacionaba su automóvil Cadillac 1956,  los hijos del señor Vergel le colocaban una banqueta al lado de la hamaca para el whisky, un taburete y una mesa por si se quería sentar.

Con unos amigos así ¿quién se siente desatendido? Papá pasaba su día feliz y tranquilo en ese ambiente de buena amistad y vida campechana, lejos del ruido y del tránsito de una Maracaibo que apenas iniciaba los albores de tiempos más azarosos, cuando papá decía -toma la ruta por donde hay menos carros- …hoy es el caso que por donde quiera hay colas y embotellamientos de carros, cosas del urbanismo humano y su cosmopolitismo.

Seleccionado el carnero, su destino era terminar colgado de las patas traseras con un mecate de una de las ramas del tupido Matapalo donde se le apuñalaba la vena del pescuezo dejándolo desangrar entre espasmos hasta morir, su sangre se colectaba en un envase de peltre, eso era para el sancocho de chanfaina, caldo de sangre coagulada hecha cuadritos con verduras cuyo gusto no me pregunten pues nunca me la tomé, hoy pagaría por un plato de ese sancocho para atesorar su gusto, pero muchacho al fin, observar los espasmos del animal berreando su muerte guindado del árbol a cualquiera dejaría sin mucho apetito.

Destripado el carnero se cortaba en piezas, costillas, chuletas, lomo y piernas, se salpimentaba y sazonaba con orégano del monte y ajo, se colocaba a la parrilla sobre leña en brasas, mientras papá conversaba con su compadre Vergel entre whisky y cuentos, los hijos del compadre cernían las brasas atizando la candela para dorar parejo la rica carne del rumiante animal.

Llegado  el momento del almuerzo familiar y a la sombra del Matapalo, los señores Vergel, papá, mamá, Sara y yo, compartimos la mesa a la sombra del Matapalo, los demás al mesón del comedor de la casa a comer, ni modo de sentarnos todos juntos, era una familia numerosa; de entrada el sendo plato de la dichosa Chanfaina, la cual como en el dominó yo decía -paso-, luego por fin, -manos al asado- de carnero con su contorno de Yuca recién cortada de la huerta acompañada con queso de las vaquitas del hato y el respectivo guarapo de Limón con Panela, señores delicia del campo zuliano, epicentro de un modo de vida necesaria y que tenemos que retomar.

Después de la comelona, papá reposaba en su hamaca, para refrescarse le pedía a uno de los hijos del señor Vergel echaran hielo picado sobre su cuerpo y costadas, así se quedaba dormido hasta la tardecita cuando regresamos a la casa de la calle Venezuela, ahí entre la escuela Libertador y la placita Hermagoras Chávez, un poco más acá de la Basílica de San juan de Dios, hogar de nuestra señora de la Chiquinquirá.


José Luis Reyes Montiel.