domingo, 24 de mayo de 2015

Los remeros del Faro.

Faro desde el malecón de Maracaibo 1930.
Maracaibo poseía en su puerto un bonito Faro, desaparecido por su desuso y mal uso como veremos más adelante, por su inutilidad en vista de las nuevas tecnologías del radar y entre otros medios radiofónicos de comunicación que facilitan el acceso al canal de navegación de nuestro lago marabino; se encontraba en toda la esquina de la ensenada de nuestro formidable Malecón y la vieja sede de la Aduana de Maracaibo.

Por cierto, entre los libros y documentos de la Biblioteca del Dr. Eduardo Matías Lossada, quién heredó a su vez la Biblioteca del Dr. Jesús Enrique Lossada, realizando mi persona una investigación para la Universidad del Zulia, entre sus escritos encontré estos versos inéditos del eminente docente zuliano: No desmayemos amigos / remeros del ideal / que pronto la blanca barca / al seguro puerto ha de llegar. Sabían entre otras cosas, que el Dr. Lossada, junto a un nutrido grupo de colegas intelectuales de Maracaibo, practicaban la hipnosis y la ciencia espirita, según el Dr. José Manuel Delgado Ocando, su exdiscípulo y biógrafo, murió días después de una experiencia espirita.

Hermosa panorámica del Muelle del Puerto de Maracaibo
destacando su desaparecido Faro guía nocturnal de nuestra costa portuaria. 
Volviendo al tema del Faro, Maracaibo tuvo entre sus sitios tenebrosos muchos espacios y rincones de la ciudad, se decían cuentos de los que a deshoras nocturnas se acercaban por las inmediaciones de las playas de nuestro otrora dulce y descontaminado lago, como que se dejaba escuchar entre el susurrar del marullo y la suave brisa, una voz no muy lejana diciendo ¡Bartolo! tráeme el cayuco… cuenta Don David Belloso Rossell en su libro, Obras Completas editado por el extinto Banco de Maracaibo, sobre aquellos días en los cuales Maracaibo aún no disfrutaba de la luz eléctrica y sus calles se alumbraban con faroles, encendidos entonces por un farolero a las seis de la tarde, pero su combustible no duraba sino algunas horas, por lo que a eso de entre 9 y 10 de la noche la ciudad quedaba a merced de la completa oscuridad de la noche, mientras los serenos se encargaban de la vigilancia de la comunidad de los noctámbulos, parranderos y vagabundos.

Playa y cocotales, con sus cayucos fondeados, caracterizaban nuestra costa lacustre.
Por el lugar que durante algún tiempo se llamó “El Bajito” donde desemboca una cañada al lago por la entonces calle Padilla, resultado de la sedimentación de la arena arrastrada por la caída de aguas de lluvias, se formó un aluvión de tierra quedando un amplio sitio de aguas de poco nivel de algunos centímetros, adoptando aquel nombre de “El Bajito” el caso era que las embarcaciones tenían que fondear a distancia de la zona para no vararse.

Las Piraguas, transportaban vía lacustre
desde Maracaibo al sur del lago, San Barbara
La ceiba y Encontrados, mercancías
y traían a la ciudad plátanos y café.
Un vecino del “Bajito” era propietario de una Piragua, transportando mercancías al sur del lago marabino, fondeando su barca cerca de su casa de habitación, conocedor de su oficio de navegante, pero que al llegar de sus viajes bajaba a tierra a beber aguardiente hasta emborracharse, una de tantas noches de farra riño con sus compañeros de bebida, resultando bastante golpeado, bajo los efectos del alcohol, se dejó llegar hasta “El Bajito” para ir a la Piragua y armarse de un cuchillo de carnicería, llegó a la orilla del fondeadero llamando a gritos a uno de sus jóvenes aprendices de marina llamado Bartolo, a quién, dejaba siempre al cuidado de la embarcación, éste estaba tan profundamente dormido, que no escucho los gritos de su patrón… -Bartolo tráeme el cayuco- lo siguió llamando cada vez más fuerte repitiendo sin cesar –Bartolo, Tráeme el cayucóoo- viendo que el tiempo pasaba y Bartolo no contestaba, se impacientó tanto que decidió tirarse al agua en su cauce cuya corriente lo arrastró, teniendo que usar de sus fuerzas para no perecer ahogado, llegó al fin a la Piragua, donde Bartolo seguía durmiendo profundamente, encontró el cuchillo que había ido a buscar y furioso con el dio muerte al dormido marino, a quien arrojo a la corriente del lago, que lo arrastró; regresando el enardecido patrón con el cayuco a tierra, manchadas sus manos con la sangre del degollado pescuezo del desdichado Bartolo. 

El pavoroso crimen fue un escándalo para la población marabina y en torno a el se hicieron conjeturas de todo tipo y alarmantes rumores de que por las noches después de apagarse los faroles del alumbrado, entre las tinieblas de la noche se dejaba escuchar el siniestro grito… -Bartolo, tráeme el cayucóoo- entre las palmeras de la playa y demás alrededores de “El Bajito”.

Orillas del lago y cocotales en su costa.
Años de miedo al sector cundió entre la población quienes ni se acercaban al lugar en esas horas de la noche, haciendo eco el fatídico grito en las oscuras noches marabinas; hasta que llegose al poder el gobernador Bernardo Tinedo Velazco, quién decidió que la policía interviniera en el asunto, desplegando todo un operativo para develar la verdad del eco pavoroso  -Bartolo, tráeme el cayucóoo- apostó botes de remos con los gendarmes y policías en los patios de las casas aledañas a la orilla de El Milagro, una vez apagados los faroles y entre la oscuridad de la noche en efecto, se dejó escuchar el grito… -Bartolo, tráeme el cayucóoo- valientemente y sin titubear salieron los uniformados al encuentro del fantasma, resultando ser unos lugareños en un cayuco  vendedores de cocos del mercado, quienes astutamente valiéndose de la leyenda del crimen del joven marinero, se acercaban hasta la costa a las sombras de la noche asegurándose de no ser vistos gritando -Bartolo, tráeme el cayucóoo- para espantar a la gente y demás vecinos de la playa y robarse los abundantes cocos.

Luego se descubrió que eran varios los dedicados al vil chantaje, viveza típica de maracuchos trasnochados, todos resultaron castigados, desapareciendo para siempre en los alrededores de “El Bajito” el fantasmagórico grito -Bartolo, tráeme el cayucóoo-.

Perdón, el tema central de nuestro cuento de hoy es el antiguo Faro de Maracaibo, les dije que nuestro Faro desapareció por su desuso y también por su mal uso, resulta que siempre han existido los desengaños amorosos, los frustrados amantes y también los cornudos, mal queridas y mal queridos, entre los comerciantes y ricos arruinados, que por no asumir tu tormento terminan cual Judas Iscariote. 

En las ciudades puerto como Maracaibo, éstos no se pelan un puente, un muelle o Faro que les permita el fatídico escenario necesario para desplegar su acto suicida; este es el caso de nuestro emblemático pero siniestro “Faro” me contó mi buen amigo y jubilado funcionario el señor Carlos José Colina Villalobos, que desde sus alturas, permitía al decidido suicida acabar de un salto con su aflicción, convirtiéndose en el sitio preferido por desengañados, cornudos y demás personajes sometidos al látigo de la deshonra y el estupor; asunto éste que condujo a las autoridades portuarias por la frecuencia de los suicidios a su demolición.

Nuestro lago sigue siendo escenario de actos suicidas de maracuchos en su hora menguada, eligiendo el Puente Gral. Rafael Urdaneta en una de sus torres altas, carro que se detiene sin aparente ni mayor causa, su pasajero solo deja el visaje en la cámara de vigilancia de su lanzamiento al vacío donde es abrasado por las aguas de un Coquivacoa ya no tan claro ni tan dulce, como el que alumbraba en su nocturnal giro el viejo Faro de Maracaibo.

José Luis Reyes Montiel.

  

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