Año 1.969, se mudó a casa tía Espíritu y abuela, hurgando entre sus chécheres hallé un librito de registro familiar. Mamá me contaba entonces historias del Hato “San Luis” y se me ocurrió hacer este blog tributo a la vieja libreta de la abuela, reuniendo fotos y demás documentos del Abuelo Don Luis Montiel, para hacer del conocimiento familiar sus orígenes y no perder la memoria de quienes nos legaron nuestra existencia.
Maestro Astor Piazzola
fiel interprete del tango en su Bandoneón.
Un aspecto del tango como género
musical es su carácter pasional, dramático y existencial, las letras de sus
canciones son vivencias del hombre común, de la gente en la calle, en el melodrama
diario, en los buenos momentos van aparejados
los malos también, es como una secuencia de la fatalidad humana, es una escena
permanente entre la tristeza y la felicidad.
Para mi el tango es una música entrañable, así me lo mostró mi madre en sus tantos buenos momentos de grata conversanción sobre Gardel y escuchando sus canciones, ella eterna fanática
de su canto, hilaba los recuerdos de juventud desde su silla mientras discernía
sobre las letras de sus canciones y me aconsejaba, verdaderas clases presenciales
para vivir, diría ahora, apoyada en los diversos temas gardelianos.
Charles Romuald Gardes - Carlos Gardel
Nació en la ciudad de Toulouse Francia.
Alguien dijo, debe ser un filósofo,
que la vida es dialéctica existencial, risa y llanto, alegría y tristeza, odio
y amor, guerra y paz, de acuerdo; pero si hablamos de la dialéctica existencial,
y mientras existimos cada segundo de la vida, si el tango es vida, concluimos
que el tango también tiene su propia dialéctica en virtud de ser una expresión
de la presencia humana.
El tango como género musical no
podría haber existido sin el drama humano, y como tal es una representación en
su contenido del hombre y de la mujer de
estas últimas dos centurias, por eso su baile es tan erótico y sensual, y sus
letras son tan trágicas.
Pero el tango también tiene un
aspecto nacionalista, pero no exiguo de mentes estrechas, el tango es
continental, es clásicamente suramericano, ojo no sudamericano, suramericano,
para todos nuestros hermanos meridionales, un pretexto para sentirnos unidos en
un género musical que dejo de ser argentino para convertirse en la expresión de
un continente en su momento histórico y cuando
más falta hizo para mantener la cohesión nacional de Latinoamérica.
El niño Gardes.
El tango en los años 1930, fue la
expresión musical del momento que preservo la identidad de nuestros pueblos
hispano americanos, el zorzal criollo Carlos Gardel fue el prototipo del hombre
latinoamericano cuando sobre nuestro continente se cernían las garras del
totalitarismo europeo, por una parte y por la otra, del expansionismo norteamericano.
Tal cual lo hizo el bolero en los
años 1940-1950, y la salsa en los años 1960-1970, gracias a Dios nuestros
pueblos han generado sus propias expresiones musicales de sentir, percibir,
gozar y porque no llorar su existencia; entonces la vida es un bolero y también
es salsa y guaracha.
Un loco dijo, -olvídate del tango
que ya Gardel murió- yo pienso que sí, aunque resguardando los nuevos valores
del tango argentino y son muy buenos, solo por nombrar uno Astor Piazzola y su
bandoneón; el tango cohesionó la idiosincrasia latinoamericana, nos dio un
escenario y un ritmo para marcar todo la primera mitad del siglo XX, con sus férreas
dictaduras, luego vendrían nuevos escenarios menos represivos aunque más disimulados, pero
al fin opresivos.
Mientras el tiempo pasa, y así
las modas y sus autores, la muerte se llevó a Gardel, como a tantos otros, pero
no se llevó ni su canto ni el contenido de sus mensajes, quedaron en las
millares de grabaciones y ahora con su digitalización eternizados para toda la
humanidad, como una muestra de un momento de su espacio y de su tiempo, con una
narrativa musical propia de nuestro ser latinoamericano.
En la calle 70 antes llamada “El
Chimborazo” con la avenida 14 del sector Tierra Negra de Maracaibo, estaba la
Escuela “Los Angelitos” en todo el centro de la cuadra de casas, hacia su
extremo Este esta la esquina del Abastos Quintero, cuyo cuento del señor
Gabriel ya les comenté.
Papá, mamá, Sara y yo, nos
residenciamos en ese sector en el año 1965, entre la calle 69A y la avenida 13,
en la casa que otrora fuese un Hato y que a mediados de los años 1940 papá lo
alquiló para actividades comerciales, depósito y estacionamiento de camiones, luego ya para la década de los
años 1950 y primera mitad del los años 1960, la casa por poseer un amplio
terreno fue arrendado para oficinas y deposito del Ministerio de Obras Públicas
(MOP) de la administración central.
Típica ventana marabina con
su postigo abierto y balaustrada de protección.
Para esos años, en esa misma
esquina y formando parte del inmueble se encontraba una tienda o abastos,
alquilado por papá al señor Jorge Segundo Sánchez Ferrer, mi tío político
casado con mi Tía Mercedes Montiel Fuenmayor, detrás de la tienda estaba una
casita residencia de “tío Segundo y tía Mercedes” como le conocíamos en la
familia.
Caprichos del tiempo y de la
dialéctica existencial, Geramel el hijo de mis tíos mí primo, se crío en esa
tienda, como su dependiente, ayudando a su padre mi tío “Segundo” en los
quehaceres del negocio, acomodando gaseosas y cervezas en la refrigeradora,
surtiendo de víveres y mercancías el local y atendiendo a la clientela,
aprendiendo el oficio de comerciante que le valió ser en el futuro propietario
de la Distribuidora GERSAN, C.A. una de las firmas mas reconocidas en el
occidente venezolano, durante sus buenos tiempos de los años 1970, 1980 , 1990
y 2000, cuatro décadas de trabajo en el ramo de repuestos automotrices. Geramel
Sánchez Montiel, con la distancia de los años, quién es mi suegro hoy día,
padre de mi esposa Mercedes Sánchez Ochoa, madre de mis hijos Carmen Mercedes,
Elías José y Ezequiel Simón Reyes Sánchez.
Parroquia Olegario Villalobos, al cual pertenece el sector Tierra Negra,
hasta los años 1940 Maracaibo como urbe llegaba a la esquina de la calle 5 de Julio
con la avenida Las Delicias, donde estaba la estación de servicios "El Control"
sitio donde se tomaba el autobús vía Santa Cruz de Mara y San Rafael del Moján.
En la tramoya de este cuento, el
sector Tierra Negra, así curiosamente denominado, luego de ser una barriada
popular se levanto como sector residencial con amplísimas calles y avenidas;
recuerdo que para el momento de nuestra llegada (1965), aún se conservaba un asentamiento guajiro
con sus casitas de tablas, se encontraba en la esquina diagonal a nuestra casa,
ahí la matrona wayuu señora Natalia, la
china Natalia como le llamaban, amiga de mi padre, criaba chivos y sembraba yuca y plátanos,
recuerdo que papá solía comprarle carne salada de carnero la cual llamaban “cecina” que mamá le preparaba en Coco,
acompañada con Arroz blanco al ajo y su respectivo e infaltable plátano maduro.
Esquina llamada “El Control” entre las actual calle 77 (5 de Julio) y avenida 15 (Las Delicias) ahí se encontraba una vieja estación de servicio de gasolina y expendedora de víveres, hielo, refrescos y licores, entre otras mercaderías, esta foto es más reciente hacía 1960, pero antes era el extremo más al norte de Maracaibo, luego todo era monte, una trilla que llegaba hasta los hatos en los suburbios de la ciudad.
Pasando la calle vivían la Jorobada, María la Tuerta y las Cabras Viejas, populares vecinas del sector siempre atentas al entrar y salir de los vecinos colindantes, hacía la avenida 13 estaba la moderna quinta de “Las Martínez”
y antes de ésta la casa de Apolonia Sánchez Montiel de Olivares, hija de tío
Segundo y tía Mercedes, y al lado la casa de los Olivares Nava, el señor
Eugenio, y sus hijos Minerva, “Reyito” y el otro que no me acuerdo.
Otro personaje del sector, era el
primo Jairo Rodríguez, al menos eso decía éramos nosotros de él, pues
invocaba su parentesco no muy claro por la rama familiar de los Reyes, Jairo
era hijo de la señora Josefina Nava, que vivía en una casa rodeada de enormes
matas de Níspero y Mangos, el primo Jairo Rodríguez, sin duda todo un
intelectual, conversaba con propiedad, uno de esos bachilleres bien formados de
la vieja guardia, además de ejecutar con soltura el piano, interpretando a
grandes maestros de la música clásica, yo personalmente siendo niño disfrute de
su conversación y especialmente de sus veladas al piano pues cuando empezaba no
encontraba fin, uno de esos personajes marabinos al abrigo de su honradez con
una amplia cultura, vestía siempre con su pantalón oscuro, correa al cinto,
camisa blanca manga larga con sus yuntas de oro y su corbata elegantemente ceñida
con un pisa corbata de oro. Murió
joven, al delirio de su epilepsia.
En ese bucólico ambiente, terminé
de pasar mi infancia y primeros años juveniles, ya no estaban las chozas wayuu,
y en su lugar se construyeron viviendas unifamiliares, y los nombres de las
avenidas y calles del sector cambiaron sus históricos nombres por una
impersonal nomenclatura, solo quedó en el recuerdo la popular avenida Campo
Elías, como la avenida 11 que empieza en la entrada de Cecilio Acosta (Calle
67) y termina en la calle 79 (Dr. Quintero Luzardo) pasando por la calle 78
(Dr. Portillo).
En aquellos soleados pero frescos
días de 1.966, llego el momento de comenzar mi conocimiento de las letras y
aprender a leer, instante terrible para todo infante al separarse del regazo
familiar, simplemente yo no quería ir a la escuela, estaba rebelde, a tal
extremo que cuando papá me dejó en la escuelita de la maestra Nelva, barajusté corriendo detrás del carro de
papá gritando como loco y llorando, papá querendón me llevo de regreso a casa, pero
mamá se compuso con la maestra Nelva, y me tocaron mi punto débil, en la
escuelita preparaban unos polos de Quley (Kool-Aid) ese
día mamá conversaba con la maestra Nelva mientras yo consumía el saborizado
helado, mientras escuchaba desde un viejo y enorme radio de madera el éxito del
momento, Mi Limón Limonero en la voz
del negro Henry Stephen (1.966), sentado en una poltrona de la sala de la
escuelita, cuando terminé busqué a mamá, no estaba por todo el lugar, y ante la
muchachada no tuve alternativa sino quedarme quietecito y echarle pichón al
asunto este de la escuela, sus letras y sus dictados.
Yo era muy gordito, luego haciendo deporte en la
Universidad perdí muchos kilos y ahora estoy otra vez muy gordito, el caso fue entonces, también
había el llamado bulling escolar, algunos carajitos no todos, se burlaban de
mi, hasta que un buen día para mí, muy mal día para ellos, les eche una lavativa durante el recreo, en el fondo del patio de
la escuelita estaba tirado un tronco seco, debajo del cual se anidaban todo
tipo de bicho rastrero, entonces rete a los entrometidos y abusadores carajitos
llevándolos hasta el sitio, como yo desde niño siempre fui fuerte les dije -a
que no pueden levantar ese tronco- nadie pudo, entonces yo de antemano y con
alevosía lo removí y la cucarachamentazón que estaba escondida debajo del
tronco salio aleteando por millares, espantando a los malosos carajitos que ya
me tenían frito con su mamazón de gallo,
esos chamos no se metieron mas conmigo.
Paladeando los polosde Quley de la escuelita
de la maestra Nelva, a la mano del cuaderno Caribe, mi lápiz Mongol y una
tablilla de madera donde mamá me escribió las vocales y las consonantes, pasó
aquel año de escuelita, cuando aprendí las primeras letras, lo más difícil fue aprender a leer y escribir, todo lo demás se aprende pensando.