domingo, 21 de septiembre de 2014

El Tango es vida o la vida es un tango.

Maestro Astor Piazzola
fiel interprete del tango en su  Bandoneón.
Un aspecto del tango como género musical es su carácter pasional, dramático y existencial, las letras de sus canciones son vivencias del hombre común, de la gente en la calle, en el melodrama  diario, en los buenos momentos van aparejados los malos también, es como una secuencia de la fatalidad humana, es una escena permanente entre la tristeza y la felicidad.

Para mi el tango es una música entrañable, así me lo mostró mi madre en sus tantos buenos momentos de grata conversanción sobre Gardel y escuchando sus canciones, ella eterna fanática de su canto, hilaba los recuerdos de  juventud desde su silla mientras discernía sobre las letras de sus canciones y me aconsejaba, verdaderas clases presenciales para vivir, diría ahora, apoyada en los diversos temas gardelianos.

Charles Romuald Gardes  - Carlos Gardel
Nació en la ciudad de Toulouse Francia.
Alguien dijo, debe ser un filósofo, que la vida es dialéctica existencial, risa y llanto, alegría y tristeza, odio y amor, guerra y paz, de acuerdo; pero si hablamos de la dialéctica existencial, y mientras existimos cada segundo de la vida, si el tango es vida, concluimos que el tango también tiene su propia dialéctica en virtud de ser una expresión de la presencia humana.

El tango como género musical no podría haber existido sin el drama humano, y como tal es una representación en su contenido del hombre y de la  mujer de estas últimas dos centurias, por eso su baile es tan erótico y sensual, y sus letras son tan trágicas.

Pero el tango también tiene un aspecto nacionalista, pero no exiguo de mentes estrechas, el tango es continental, es clásicamente suramericano, ojo no sudamericano, suramericano, para todos nuestros hermanos meridionales, un pretexto para sentirnos unidos en un género musical que dejo de ser argentino para convertirse en la expresión de un continente en su momento histórico y  cuando más falta hizo para mantener la cohesión nacional de Latinoamérica.

El niño Gardes.
El tango en los años 1930, fue la expresión musical del momento que preservo la identidad de nuestros pueblos hispano americanos, el zorzal criollo Carlos Gardel fue el prototipo del hombre latinoamericano cuando sobre nuestro continente se cernían las garras del totalitarismo europeo, por una parte y por la otra, del expansionismo norteamericano.

Tal cual lo hizo el bolero en los años 1940-1950, y la salsa en los años 1960-1970, gracias a Dios nuestros pueblos han generado sus propias expresiones musicales de sentir, percibir, gozar y porque no llorar su existencia; entonces la vida es un bolero y también es salsa y guaracha.

Un loco dijo, -olvídate del tango que ya Gardel murió- yo pienso que sí, aunque resguardando los nuevos valores del tango argentino y son muy buenos, solo por nombrar uno Astor Piazzola y su bandoneón; el tango cohesionó la idiosincrasia latinoamericana, nos dio un escenario y un ritmo para marcar todo la primera mitad del siglo XX, con sus férreas dictaduras, luego vendrían nuevos escenarios menos represivos aunque más disimulados, pero al fin opresivos.

Mientras el tiempo pasa, y así las modas y sus autores, la muerte se llevó a Gardel, como a tantos otros, pero no se llevó ni su canto ni el contenido de sus mensajes, quedaron en las millares de grabaciones y ahora con su digitalización eternizados para toda la humanidad, como una muestra de un momento de su espacio y de su tiempo, con una narrativa musical propia de nuestro ser latinoamericano.



José Luis Reyes Montiel.

domingo, 14 de septiembre de 2014

La Escuelita de la maestra Nelva.

En la calle 70 antes llamada “El Chimborazo” con la avenida 14 del sector Tierra Negra de Maracaibo, estaba la Escuela “Los Angelitos” en todo el centro de la cuadra de casas, hacia su extremo Este esta la esquina del Abastos Quintero, cuyo cuento del señor Gabriel ya les comenté.

Papá, mamá, Sara y yo, nos residenciamos en ese sector en el año 1965, entre la calle 69A y la avenida 13, en la casa que otrora fuese un Hato y que a mediados de los años 1940 papá lo alquiló para actividades comerciales, depósito y estacionamiento de camiones, luego ya para la década de los años 1950 y primera mitad del los años 1960, la casa por poseer un amplio terreno fue arrendado para oficinas y deposito del Ministerio de Obras Públicas (MOP) de la administración central.

Típica ventana marabina con
su postigo abierto y balaustrada de protección.  
Para esos años, en esa misma esquina y formando parte del inmueble se encontraba una tienda o abastos, alquilado por papá al señor Jorge Segundo Sánchez Ferrer, mi tío político casado con mi Tía Mercedes Montiel Fuenmayor, detrás de la tienda estaba una casita residencia de “tío Segundo y tía Mercedes” como le conocíamos en la familia.

Caprichos del tiempo y de la dialéctica existencial, Geramel el hijo de mis tíos mí primo, se crío en esa tienda, como su dependiente, ayudando a su padre mi tío “Segundo” en los quehaceres del negocio, acomodando gaseosas y cervezas en la refrigeradora, surtiendo de víveres y mercancías el local y atendiendo a la clientela, aprendiendo el oficio de comerciante que le valió ser en el futuro propietario de la Distribuidora GERSAN, C.A. una de las firmas mas reconocidas en el occidente venezolano, durante sus buenos tiempos de los años 1970, 1980 , 1990 y 2000, cuatro décadas de trabajo en el ramo de repuestos automotrices. Geramel Sánchez Montiel, con la distancia de los años, quién es mi suegro hoy día, padre de mi esposa Mercedes Sánchez Ochoa, madre de mis hijos Carmen Mercedes, Elías José y Ezequiel Simón Reyes Sánchez.

Parroquia Olegario Villalobos, al cual pertenece el sector Tierra Negra,
hasta los años 1940 Maracaibo como urbe llegaba a la esquina de la calle 5 de Julio
con la avenida Las Delicias, donde estaba la estación de servicios "El Control"
sitio donde se tomaba el autobús vía Santa Cruz de Mara y San Rafael del Moján.

En la tramoya de este cuento, el sector Tierra Negra, así curiosamente denominado, luego de ser una barriada popular se levanto como sector residencial con amplísimas calles y avenidas; recuerdo que para el momento de nuestra llegada (1965), aún se conservaba un asentamiento guajiro con sus casitas de tablas, se encontraba en la esquina diagonal a nuestra casa, ahí la matrona wayuu señora Natalia, la china Natalia como le llamaban, amiga de mi padre, criaba chivos y sembraba yuca y plátanos, recuerdo que papá solía comprarle carne salada de carnero la cual llamaban “cecina” que mamá le preparaba en Coco, acompañada con Arroz blanco al ajo y su respectivo e infaltable plátano maduro.

Esquina llamada “El Control” entre las actual calle 77 (5 de Julio) y avenida 15 (Las Delicias) ahí se encontraba una vieja estación de servicio de gasolina y expendedora de víveres, hielo, refrescos y licores, entre otras mercaderías, esta foto es más reciente hacía 1960, pero antes era el extremo más al norte de Maracaibo, luego todo era monte, una trilla que llegaba hasta los hatos en los suburbios de la ciudad.

Pasando la calle vivían la Jorobada, María la Tuerta y las Cabras Viejas, populares vecinas del sector siempre atentas al entrar y salir de los vecinos colindantes, hacía la avenida 13 estaba la moderna quinta de “Las Martínez” y antes de ésta la casa de Apolonia Sánchez Montiel de Olivares, hija de tío Segundo y tía Mercedes, y al lado la casa de los Olivares Nava, el señor Eugenio, y sus hijos Minerva, “Reyito” y el otro que no me acuerdo.

Otro personaje del sector, era el primo Jairo Rodríguez, al menos eso decía éramos nosotros de él, pues invocaba su parentesco no muy claro por la rama familiar de los Reyes, Jairo era hijo de la señora Josefina Nava, que vivía en una casa rodeada de enormes matas de Níspero y Mangos, el primo Jairo Rodríguez, sin duda todo un intelectual, conversaba con propiedad, uno de esos bachilleres bien formados de la vieja guardia, además de ejecutar con soltura el piano, interpretando a grandes maestros de la música clásica, yo personalmente siendo niño disfrute de su conversación y especialmente de sus veladas al piano pues cuando empezaba no encontraba fin, uno de esos personajes marabinos al abrigo de su honradez con una amplia cultura, vestía siempre con su pantalón oscuro, correa al cinto, camisa blanca manga larga con sus yuntas de oro y su corbata elegantemente ceñida con un pisa corbata de oro. Murió joven, al delirio de su epilepsia.

En ese bucólico ambiente, terminé de pasar mi infancia y primeros años juveniles, ya no estaban las chozas wayuu, y en su lugar se construyeron viviendas unifamiliares, y los nombres de las avenidas y calles del sector cambiaron sus históricos nombres por una impersonal nomenclatura, solo quedó en el recuerdo la popular avenida Campo Elías, como la avenida 11 que empieza en la entrada de Cecilio Acosta (Calle 67) y termina en la calle 79 (Dr. Quintero Luzardo) pasando por la calle 78 (Dr. Portillo).

En aquellos soleados pero frescos días de 1.966, llego el momento de comenzar mi conocimiento de las letras y aprender a leer, instante terrible para todo infante al separarse del regazo familiar, simplemente yo no quería ir a la escuela, estaba rebelde, a tal extremo que cuando papá me dejó en la escuelita de la maestra Nelva, barajusté corriendo detrás del carro de papá gritando como loco y llorando, papá querendón me llevo de regreso a casa, pero mamá se compuso con la maestra Nelva, y me tocaron mi punto débil, en la escuelita preparaban unos polos de Quley (Kool-Aid) ese día mamá conversaba con la maestra Nelva mientras yo consumía el saborizado helado, mientras escuchaba desde un viejo y enorme radio de madera el éxito del momento, Mi Limón Limonero en la voz del negro Henry Stephen (1.966), sentado en una poltrona de la sala de la escuelita, cuando terminé busqué a mamá, no estaba por todo el lugar, y ante la muchachada no tuve alternativa sino quedarme quietecito y echarle pichón al asunto este de la escuela, sus letras y sus dictados.

Yo era muy gordito, luego haciendo deporte en la Universidad perdí muchos kilos y ahora estoy otra vez muy gordito, el caso fue entonces, también había el llamado bulling escolar, algunos carajitos no todos, se burlaban de mi, hasta que un buen día para mí, muy mal día para ellos, les eche una lavativa durante el recreo, en el fondo del patio de la escuelita estaba tirado un tronco seco, debajo del cual se anidaban todo tipo de bicho rastrero, entonces rete a los entrometidos y abusadores carajitos llevándolos hasta el sitio, como yo desde niño siempre fui fuerte les dije -a que no pueden levantar ese tronco- nadie pudo, entonces yo de antemano y con alevosía lo removí y la cucarachamentazón que estaba escondida debajo del tronco salio aleteando por millares, espantando a los malosos carajitos que ya me tenían frito con su mamazón de gallo, esos chamos no se metieron mas conmigo.

Paladeando los polos de Quley de la escuelita de la maestra Nelva, a la mano del cuaderno Caribe, mi lápiz Mongol y una tablilla de madera donde mamá me escribió las vocales y las consonantes, pasó aquel año de escuelita, cuando aprendí las primeras letras, lo más difícil fue aprender a leer y escribir, todo lo demás se aprende pensando.

José Luis Reyes Montiel.