jueves, 19 de abril de 2018

La Lampara de Aceite.

La mística y sencilla Lampara de Aceite.
Una simple vela cuesta unos cuantos cobres en estos días, comprando el pan de la cena vi sus precios desde el estante exhibidor, quise comprar un par de velas por el continuo corte del servicio eléctrico pero al sacar cuenta fallaba mi presupuesto y me vi ante la alternativa o compraba las velitas o el pan, decidiéndome por el pan, ya habría mas luego para las velas pensé.

Esta noche el apagón fue el mas problemático y largo de estos meses, pues al parecer trataron de restaurar el flujo eléctrico en continuas ocasiones y estuvimos sin energía eléctrica mas de lo normalmente propuesto, y las velas que tenía en casa ya convertidas en cabitos de vela duraron poco tiempo encendidas alumbrando nuestro entorno en la mesa.

Al día siguiente nuestras expectativas fueron desalentadoras, el fluido eléctrico seguía desconectado, llegó la tarde y ante la certeza de que esa noche continuaríamos en tinieblas, quise ir a comprar las susodichas velas, en eso recordé una viable solución a nuestra eminente oscurana, hacerme un par de lámparas de aceite.

En efecto, tal cual funcionaba la lámpara de Aladino, pero ésta mucho más nuestra y tradicional, aunque no precisamente mágica como aquella, pero lámpara de aceite al fin y al cabo,  rememoré la técnica de su elaboración por las manos de mi madre, me remonté 50 años atrás cuando se iba la luz en casa por el fuerte aguacero, la ventisca y ante la luminiscencia de los relámpagos y estruendos de sus truenos, para iluminarnos mamá buscaba aceite de comer, una rama de la  cruz de palma bendita, algodón y un platico de una tasa de café.

Y siguiendo el rito perfecto de mamá me elaboré, como lo hice tantas veces siendo un niño por diversión, mi par de lámparas de aceite para el esperado apagón de esta pasada noche de oscurana; su elaboración es muy sencilla, se toma la ramita de palma y con un cuchillo filoso, yo use mi navaja, seria conveniente un exacto pero no lo tenía a mano en ese momento y apele por mi navaja la cual estaba en mi mesita de noche por si las moscas vos sabéis, cortas dos secciones iguales de la hoja de palma, luego sus nervadura ese palito lateral que la sustenta, luego y con sumo cuidado rasgas unos laterales en sus extremos en una de ellas, la otra sección es para terciarla dentro de las rasgaduras de la otra y ya tienes como una (x) o cruz (+) sobre esa cruz a modo de soporte colocas una copita de algodón en forma de cono que tratas de tornear impregnado del aceite que previamente colocas sobre el platico de la tasita de café al nivel medio de aceite en cantidad, ya sustentado el conito de algodón e impregnado o embadurnado del aceite y soportado en las hojas terciadas lo colocas en el centro e interior del platico de la tasa de café y para darle candela con un fósforo o encendedor, al principio una llamativa incipiente luego se convierte en una llama luminiscente, amarilla y sustentable por horas a lo cual vas aplicando el aceite necesario que ya se va consumiendo por la llama de la sencilla lámpara.

Y es que esta lámpara de aceite elaborada con Palma Bendita también tiene sus efectos místicos cuando hay tormenta, como las moradas velas de “La Candelaria” a falta de éstas una lámpara de aceite así elaborada evita que caigan centellas en el techo de las casas y despejan el sitio de los efectos desbastadores de las tempestades, esto según costumbres y creencias de los viejos de antes, que no está de mas practicar por si una descarga eléctrica de las actuales nos atormenta.

Las cosas más sencillas son las que mas satisfacción nos proporcionan, por su funcionabilidad y simplicidad, imagino aquellas noches cuando mamá y sus hermanos alumbrados a la luz de las sencillas lámparas de aceite compartían en su morada campestre con la serenidad de todo el tiempo del mundo, con la naturalidad que da una existencia plácida que estos nuevos tiempos del internet y la electricidad nos limitan en nuevas necesidades creadas, que han sido avances de la humanidad sin duda pero menos edificantes en desarrollo cultural y como civilización, sino miremos nuestra realidad sus ingentes problemas y conflictos de la humanidad; y es que cuando se va la luz en casa dedico más tiempo para leer los libros de mi biblioteca, ayer leí un viejo libro de Mario Briceño Iragorry "Lecturas Venezolanas" lindos relatos nuestros y poemas preciosos, percibiendo la antaña y grata sensación que brinda la lectura a la luz de una lámpara de aceite.


JLReyesMontiel. 

sábado, 14 de abril de 2018

La Veda.

Mamá, Sara y yo
tal cual por esos años (1965)
detrás está el carrito de mi primo hermano
José Julian Montiel Agudelo
Al lado de mi casa estaba un local comercial de mi difunto padre Pascual Reyes Albornoz, situado en la calle Venezuela y al fondo de la Basílica de San Juan de Dios, templo escogido por la patrona de Maracaibo y el Zulia Nuestra Señora de Chiquinquirá como lugar para su devoción cristiana.

Por muchos años ese local estuvo arrendado a un señor italiano de nombre Mario, quién era el encargado del mantenimiento y servicios de la sacristía y capellanía de la catedral de Maracaibo, el italiano Mario compartía sus tareas laborales en la catedral durante el día y en las noches atendía el negocio de refresquería y venta de perros calientes en dicho local.

La refresquería tenía por nombre María Luisa nombre éste que correspondía a su pareja una señora de nacionalidad colombiana con quién había tenido dos hijas muy buenas mozas, éstas muchachas y su señora madre colaboraban con Mario en atender el prospero negocio y la gente tanto propios y visitantes de El Saladillo disfrutaban del buen gusto y calidad de los perros calientes preparados por el afamado italiano, quien se hizo celebre por sus perros calientes.

Recuerdo claramente dichos perros calientes, la calidad del pan y su contenido y como estaban preparados, Mario les colocaba salchicha y huevo, lechuga romana y tomate, salsa de tomate y una salsa a base de mayonesa aderezada por su ingenio culinario que no tenía competencia en toda Maracaibo,  ese era el secreto del italiano Mario que guardaba celosamente y del cual dependían sus ventas.

Mi hermana Sara aún adolescente y niño como era yo, en esos bonitos años de vivencias, degustamos prolijamente los perros calientes de Mario y de que manera; de noche antes de ir a dormir y después de ver televisión, enfilábamos el rumbo al vecino local de Mario, y éste con esmero nos preparaba especialmente para mi y mi hermana sendos y buenos perros calientes acompañados por refresco de colita, como toda refresquería además de gaseosas, suerte que muchacho no me gustaba por su efecto efervescente, la refresquería ofrecía además refrescos de tamarindo, parchita y colita dispuestos en un aparato o maquina en cuyos envases traslucidos se hacía girar y mantener refrigerado los jugosos líquidos.

Tal era el apetito por los ricos panes, que Papá había acordado con su arrendatario descontarse los consumos de las especies degustadas por nosotros sus hijos, Sara y yo, a tal punto que en un mes habíamos consumido todo la pensión de alquiler del referido local comercial, hecho este por el cual papá nos amonestó y tuvimos que dejar nuestra ronda comilona nocturna.

Buenos  tiempos aquellos, aún las calles de Maracaibo aledañas al fondo de la Basílica y sus alrededores guardaban el añejo fulgor de sus vecindades enmarcadas por sus enlosados y los frontis coloridos de sus casas con sus ventanales,  sus gárgolas asomadas que espetaban las aguas de los techos en tiempo de invierno, y los techos humedecidos adquirían aquellos olores de caña brava, varas y mangles  durante el resto del año, que uno percibía apenas ingresabas a alguna de aquellas viejas casa marabinas, llenas de historia familiares, alegrías y desencantos también, pero que aún así con todo lo bueno y lo malo de todo tiempo y de todas las épocas, Maracaibo era entonces floreciente y vivida, sentida y querida.

Ejemplo a seguir, también podríamos concluir, la de aquel señor de origen italiano emigrante europeo amigo de mi padre, que dedicado a su trabajo en la catedral  de Maracaibo durante el día, en sus noches vendía refrescos y perros calientes, mucha de esa gente se consustanció con los maracaiberos arraigados, formó parte de su perfil humano, junto al portugués, al español, en fin a toda aquella pléyade de emigrantes llegados al Zulia en búsqueda de una mejor existencia que en sus tierras les era negada por las circunstancias del momento, y que como hoy les es vedada a sus hijos en nuestra propia tierra.


JLReyesMontiel.

sábado, 7 de abril de 2018

Apostarse la vida.

En la avenida La Limpia estaba situado por muchos años y hasta mediados de la década de 1980 el hipódromo de Maracaibo, lugar de apuestas y encendidas competencias propiciados por propietarios de veloces corceles y sementales junto a los fanáticos del hipismo,  ahí mismito donde hoy se levanta parte de una moderna urbanización y el centro comercial Galerías Mall.

Visitado por mi persona en una oportunidad, corría el año 1981 por entonces con mis 21 años de amancebada mocedad en compañía de un personaje que mas que amigo lo que quería era investigarme pues yo procuraba a una de sus cuñadas; el caso que jamás en mi vida y a pesar de que conocía del ecuestre sitio marabino nunca y en honor a la verdad me había propuesto menos preocupado por conocerle, pues sencillamente veía en eso una perdida de tiempo, salvo por la belleza de las epónimas bestias, que fue el único aspecto que llamo mi atención cuando lo visité.

Sentado y desde las gradas viendo correr los caballos y escuchando la algarabía de los espectadores, recordé a mi madre, por un viejo cuento que alguna vez me contó sobre su grupo de amigas y amigos de juventud y compañeros de trabajo, entre ellas su amiga de toda la vida la señora Hilda Villalobos quién por muchos años fue la asistente del Dr. Silvestre Rincón Fuenmayor primo de mama.

Me contó mamá que solían su grupo de amigos ir a las carreras de caballos en el Hipódromo de Maracaibo para pasear los fines de semana y como descanso de su semana laboral en la otrora y vieja Clínica Guadalupe de  la calle Carabobo, donde mamá trabajaba al lado del consultorio del Dr Rincón pues ella era asistente de radiología del Dr Méndez Romero, por cierto hoy no existe dicha clínica, solo su vieja edificación que tiempo después no se ahora es la seda del acervo histórico regional como insomne testigo de las correrías en esa renovada calle del casco central de la ciudad.

En uno de esos paseos su amiga Hilda llamó la atención a mamá –Carmencita vos nuca apostáis a los caballos, aposta chica no seas pichirre ¿Cómo vais a ganar si nunca  apostáis?. Mamá mas por pena ajena que  por el juego apostó ese día de pago de fin de mes, debió ser en un mes de Abril por que contaba mamá que había brisa y buen Sol, el asunto fue que ganó el caballo seleccionado por mamá, –suerte de novata, le dijo su amiga Hilda, pero es que Dios premia la buena fe sin duda, y mamá se traslado a taquilla para reclamar su apuesta, luego los del grupo de amigos entre ellos Hilda procuraron a mamá –a bueno ahora la ganadora brinda, a lo que mamá dio caso omiso y los dejó on los ojos claros y sin vista.

Al llegar el lunes, Hilda echándole bromas a mamá, le dijo –Ajá Carmencita vos si sois pichirre te hiciste la loca y no nos brindaste, mamá seguía haciéndose la desentendida y termino brindándole un café a su amiga Hilda. Ese cuento me lo contó mamá una de aquellas noches, escuchando el tango "Por una Cabeza" en la voz de su ídolo Carlos Gardel, y terminó diciéndome - El dinero vale hijo y no se puede malbaratar, aún si la suerte lo pone en tu camino y menos aún si es producto de tu trabajo, el juego es juego así como se gana también se pierde y son muchos los que en una noche entre juegos y copas pierden todo por el vicio, el jugador puede terminar apostando hasta su vida.

JLReyesMontiel. 








miércoles, 4 de abril de 2018

A mi maestra Ilma.

El Libro "Angelito"
de aprendizaje para leer y escribir.
La maestra Ilma abre el libro para el dictado, sabia de antemano por la secuencia diaria de sus lecturas la que correspondía esa tarde,  un día antes mamá que me asistía deletreando las letras y en la lectura,  me preparaba a mi pedido  lo que más tarde conocí como una famosa “chuleta” en un papelito yo le decía mamá escríbeme este pedacito aquí mamá, muy astutamente llegada la hora del dictado yo sacaba mi papelito previamente concebido y escrito por mi inocente madre para plasmarlo  sobre mi cuaderno de dictados y puñeteramente entregárselo listecito a mi  también inocentona maestra Ilma el dictado del día.

Viveza criolla innata, diría ahora, que les parece el hijo de Pascual y Carmen Domitila el impúber chuletero; pero una buena tarde tuve mi frenazo por obra y gracia de la providencia infalible y para lo cual todo tiene su tiempo apropiado, les cuento que yo solía colocar muy discretamente al  susodicho papelito entre mi bulto y mi pierna derecha, el viento que soplaba mas fuerte de lo normal aquella tardecita lanzó mi “chuletica” nada mas ni nada menos hasta los pies de mi maestra Ilma donde fue a parar,  mi maestra con curiosidad y extrañada tomo con sus manos el papelito en cuestión y mientras tanto yo muy aterrado no se diera cuenta de su origen, mi estomago en fuertes retorcijones y mi acelerado pecho en profusas cavilaciones de posibles y merecidas correcciones disciplinarias y amonestaciones, se me quedó un torozón en mi garganta enmudecida y seca.

En el cuaderno de dictado no escribe nada ni una “a” ni una “o” ni por lo redondo del frenético dictado, pasmado temblándome las piernas le entregue esa tarde mi cuaderno solícito y raudo, como quién muy bien conoce de su propio dolo,  temiendo quedar por un embustero, me senté hecho el loco en mi pupitre esperando la reacción de mi linda maestra Ilma.

De mi maestra de primer grado, que como indiqué su nombre es “Ilma”  a ella la recuerdo muy dulcita y cariñosa conmigo y con todos los del salón de clases, ella era delgada muy esbelta y morena clara, con largos cabellos y ojos pardos, de cara fina muy marabina y con su voz atenuada nunca sobresaltada nos llamaba al orden sin mayores arrebatos; compartía nuestro año escolar con la hermana “Nieves” una monjita española de gruesas cejas y muy negros ojos, blanca como porcelana, pero con un geniecito nada comparable con la ternura de la maestra Ilma, recuerdo que cuando no me aprendía los números en el pizarrón me torcía las orejas hasta mi pupitre, por entonces era común y solían darse ese tipo de castigos escolares.

En el Colegio Las Mercedes estudié preparatorio y de una vez me pasaron a primer grado, pues desde aquel adverso acontecimiento relatado, aprendí a leer y escribir rápidamente, después de aquel sustazo no me quedo otra que asumir mi obligación de aprender como deletrear y leer la combinación de las letras del abecedario y su vocalización superando una de las etapas más difíciles para todo niño, aprender a leer y escribir, todo lo demás es lectura y aprendizaje propio, pero lo primero es lo primero, a mi modo de ver el principal obstáculo es dominar las letras, leer y escribir, luego el mundo del conocimiento y la verdad se pone a tus pies.

La maestra Ilma recoge los cuadernos de los muchachos entre el regazo de su brazo izquierdo y sus pechos, pasando ceremoniosamente con su elegante caminar por entre las filas de los pupitres del salón de clases hasta llegar al mío, mis ojos se detienen sobre los suyos  y la contemplo a la distancia de todos estos años, con la misma ternura de su mirada parda acaramelada y sus suaves manos sobre mi cabeza, pienso en ella e imagino su ancianidad actual, esos nuestros seres queridos que en su apacible existencia aliviaron alguna vez nuestra vida, sin siquiera figurarse estos nuevos días, en éstas otras diferentes y tan difíciles circunstancias.


JLReyesMontiel.