sábado, 30 de noviembre de 2013

Los Mangos picaos.

La granja de Ángel Ciro Villalobos, esposo de mi prima Agueda Montiel Ferrer de Villalobos, quedaba un poco mas cercana a la carretera de Santa Cruz vía a El Mojan, la granja de Carmen Cecilia su hermana, cuyo cuento ya relate, estaba mucho mas adentro de la trilla vía principal del sector Gigante Verde del viejo Distrito hoy Municipio Mara del Estado Zulia.

Ángel Ciro y Agueda, de aquellas parejas casadas de verdad, es decir, para toda una vida, bello ejemplo de amor conyugal, a los hijos y el respeto de éstos a sus padres, es un valor constante y digno ejemplo a seguir; Agueda y Ángel Ciro, constituyeron una muestra de esa vida llena de simplicidad, humildad y a la vez de una nobleza tan grande como la honradez que los caracterizó.

Los domingos de agosto, aprovechando las vacaciones escolares, solíamos mamá, mi hermana Sara y yo, visitar aquellos parientes de Mara, desde Maracaibo el bus de Campo Mara, nos transportaba hasta la entrada del lugar agrícola denominado Gigante Verde, donde una trilla de arena nos conducía hasta la casa de campo de los Villalobos Montiel, además de Agueda, sus hijos que mas tratamos en juegos y conversaciones fueron Ángel Ciro, Gelvys y Sergio.

Entre los elevados árboles de Mango y los Nísperos por encima de éstos se dejaban ver apenas el techo de la casa de Agueda, una vez en el umbral de su puerta, los abrazos y el saludo afectuoso de Agueda no se hacía esperar; así fue también su hermana Aída Montiel de Ordóñez, como olvidarla pronto le haré su reseña, también conversadora contumaz, difícilmente te dejaba una palomita para el dialogo, pero de una fluida y bien desarrollada conversación.

Esos fines de semana, discurrían entre el paseo por el campo, los juegos infantiles entre el ramaje de los árboles que como grandes sombrillas caían desde su tronco hasta el suelo arenoso conservando toda la frescura y humedad del ambiente, mis zapatos unas botas ortopédicas para mis pies planos, se llenaban de arena y atascándose entre los surcos del arado ya listo para la siembra, maíz, yuca, melones, patillas, guayabas, guanábanas, entre otros frutales que los circundaba de tales cocales, mangos y nísperos, abrevados por las aguas de un pozo desde el cual se llenaba un enorme tanque de agua el cual discurría el vital liquido mediante un acueducto por canales de agua abiertos en la tierra fértil cuyos frutos son mas grandes a los comúnmente producidos en otras regiones, por eso se distingue este rico Municipio Mara, por la riqueza y productividad agrícola de su tierra.

Precisamente, el tanque de agua, también servía a los primos como piscina, pero por su profundidad yo prefería bañarme en el acueducto más pequeño, que de aquel recibía sus aguas para su distribución en el sembradío.

Pero, siempre hay un pero, el tanque de agua estaba rodeado de sapos y en el interior de los mismos, se desarrollaban sus renacuajos, a Sara mi hermana le daban grima por no decir terror los sapos, sacándole siempre el cuerpo a las invitaciones de los primos a bañarse en la alberca, tratando de disimular su asco por los pobres e inofensivos batracios, hasta ser descubierta esta debilidad por los primos.

Para colmo, en la granja no solo se producían frutas, también se recolectaban por cantidades los abundantes Sapos, almacenando a los fragosos animalitos en latas de las que se usaban para la manteca y el aceite comestible y destinarlos a su venta a la Universidad del Zulia, las facultades de ciencias y agronomía utilizaban a los acuáticos seres en sus proyectos de investigación. 

El caso fue, que ella prefería estar alejada de las aguas por la presencia de los echados, húmedos y feos anfibios, un buen día, la bellaquería de los primos no podía dejar pasar la oportunidad de darle un susto a su prima Sarita, ésta traía una bolsa de Mangos desde la huerta entre sus brazos, Sara al grupo de primos y demás familiares ahí reunidos les dijo -traigo unos mangos picaos para la casa-; resulta que la gente del campo es muy celosa con sus frutas, solo es permisible a los forasteros tomar las frutas ya caídas de las matas, pues las maduradas en el árbol eran reservadas para la cosecha y su venta, y eso es razonable, sin embargo, Agueda nunca se despedía de su tía Carmen, sin darle su racimo de yuca, plátanos, topochos y sus frutas frescas.  

Recuerdo al difunto Gelvis el primacho, que tiempo después se hizo herrero y gaitero residenciado en Maracaibo, sacando con el machete la Yuca para su tía Carmen, primero trozaba las ramas y luego desde su tronco aflojaba con el machete la arena para halar con sus manos las raíces que luego sacudía para esparcir la arenisca pegada, estas raíces del árbol de la Yuca es en sí su parte comestible.

Entonces, Sara mi hermana llega con su bolsa de Mangos… –traigo unos manguitos picaos para la casa- y por mera casualidad pienso o con toda la mala intención, los primos tumban al suelo una lata llena de sapos, éstos saltaron entre las piernas de Sara, a lo cual instantáneamente lanza un grito aterrador! dejando caer la bolsa de Mangos al piso, entre los espavientos de Sara y sus gritos, el reguero de grandes, duritos y hermosotes Mangos discurrían por el piso entre la sapamentazón y las piernas de los presentes, causando la broma una risa incontenible entre los primos, mientras que la aterrada Sarita, blanca como un papel, casi perdía el sentido por el susto. 


José Luis Reyes Montiel.   

sábado, 23 de noviembre de 2013

“La mordida del Sapo”

…a mi primo Antonio Briñez Montiel

El fin de semana pasado, aprovechando las festividades de la Chiquinquirá, visite en su lecho de enfermo al primo Antonio Briñez Montiel,  me dijo conmovedoramente pero con la serenidad de una nube que surca el cielo  -te esperaba para despedirme de ti- ese es el primo Antonio.

Antonio, uno entre los tantos primos conversadores, no desaprovecha una oportunidad familiar para intercambiar opiniones y dialogar con la gente, esto lo hace ser muy apreciado por propios y extraños, tiene esa particularidad de caer bien a primera vista, manteniendo siempre su palabra franca y llana, con una gesticulación de su mirada y cejas que lo caracterizan.

A su encuentro, desde mis tiempos de estudiante, recordamos nuestras andanzas cuando aún adolescente y él hombre maduro, llenó con sus consejos y cuentos de la vida, aquella ausencia tan necesaria de la figura paterna, pues mi padre falleció el año 1967; apenas llegué al umbral de la puerta de su habitación soltó la misma sonrisa de oreja a oreja de siempre, muy a pesar de su convalecencia el ánimo figuro en su estado y reincorporado apenas logro superar su efisema pulmonar, consecuencia del alto consumo de tabaco, Antonio mientras conversaba inhalaba bocanadas de humo de cigarrillos.

Así y conversando de todo, hablamos sobre Cabimas, Antonio se residenció muchos años en aquella ciudad de la costa oriental del Lago, ya que siendo sobrino de Monseñor Guillermo Briñez Valbuena, obispo de Cabimas para esa época, trabajaba en su casa parroquial, llegando a conocer cada rincón de esa población y muy especialmente a su gente, en el auto MG de Amalia su hermana, siendo temas de largos cuentos y chistes que Antonio atesora de esos tiempos.  

Llegamos de ese modo, al tema de la Maracaibo de ayer, y me contó que por las inmediaciones del extinto Mercado de Los Buchones, en la desaparecida calle La Marina, en la esquina de dicha calle existía en ese entonces un local de venta de comida denominado “La Esquina de la Marina” donde almorzaban los comensales trabajadores entre otros comerciantes de la zona,  diagonal a dicho local de comida, precisamente estaba el taller de zapatería y residencia del famoso repentista Zuliano Antonio Briñez, pues sino lo sabían, el poeta de vivo verso, tenía por oficio elaborar calzados a la medida y de zapatero remendón.

Cuenta Antonio,  que su retío Antonio Briñez, ya viejo cuando lo conoció su papá Manuel Briñez Valbuena, tenía la virtud de conversar en verso, a cada palabra o conversación, pregunta que se le hacía el respondía con un verso tozudo y sardónico, lleno de un fino humor negro, que los distinguía.

El caso fue, que un poco antes de la esquina de La Marina, donde estaba el viejo restaurante, se encontraba una secreta casa de citas donde las profesionales del más antiguo de los oficios ofrecían las delicias de Afrodita a sus clientes, entre ellos uno de aquellos comensales del restaurante, un gordo y rico comerciante del mercado, que solía de vez en cuando después de almuerzo visitarlas, hasta que uno de esos días, al parecer al lujurioso señor, le falló su corazón y de un solo mamonazo cayó muerto el hombre.

Imagínense, en la provincial Maracaibo de la época, lo que implicaba el escándalo de una noticia como esa, donde los chismes de la gente iban de puerta en puerta como reguero de pólvora; al infartado comerciante, lo sacaron ya muerto de la casa de citas y su voluminoso cuerpo no era precisamente algo disimulado para evitar los comentarios y diretes de los curiosos, quienes lo trasladaron por toda la calle La Marina hasta el local de su negocio allí mismo en el Mercado de Los Buchones.

Fue así como la noticia llego a la zapatería del versado Antonio Briñez, en la voz de uno de tantos curiosos quién le preguntó al poeta, -¿supo lo que le pasó a las putas?-  y sin demora el astuto Briñez le respondió así:

“Nadie sabe en La Esquina
lo duro que muerde un Sapo
una mujer con su papo
mató a un hombre en La Marina”

José Luis Reyes Montiel.
Avenida de Las Industrias llamada La Marina, Maracaibo.


  

sábado, 2 de noviembre de 2013

Los Cujies de la avenida Universidad.

Por el año 1972, vivíamos con la abuela querendona en ”EL Cristo” y para ir a clases, la ruta obligada de mi transporte escolar era toda la avenida Universidad, el señor Rafael Rueda su conductor trasladaba a los muchachos desde nuestros hogares hasta el Colegio San Vicente de Paúl.

En las adyacencias de la Facultad de Ciencias, otrora aeropuerto Grano de Oro, un poco mas acá desde la entrada del comando de comunicaciones del ejercito hasta el elevado de la avenida Guajira, se extendía la isla central de la avenida Universidad totalmente inculta y despejada, sin un solo arbolito, dejando ver el suelo barroso y los cascajos de Piedra de Ojo, piedra empleada en la construcción de la vivienda típica Maracaibera, muy dada en el subsuelo sedimentario de nuestra ciudad; por entonces, las principales avenidas de Maracaibo se encontraban totalmente desforestadas, sus plazas abandonadas, muy pocas eran las que conservaban su arboleda y grama para ornato de la ciudad, Maracaibo, la deslucida y triste, la cenicienta de Venezuela de aquellos años setenta.

Por gracia de Dios, yo vi con mis propios ojos, como un buen día, un grupo de soldados de la guarnición de la II División del Ejército, acantonada en ese tiempo en el comando adyacente a LUZ, seguramente bajo las ordenes de algún doliente oficial del ejercito, se dedicó a sembrar una veintena de arbolitos de Cují en aquella árida isla central de la avenida Universidad, recuerdo como desde la ventana de mi autobús, a diario seguía el progreso de la siembra de los Cujicitos, débiles y larguiruchos, apenas sostenidos por un arco de palos que los soldados disponían para su soporte, de modo de robustecer sus troncos y apartarlos una vez logrado prender los arbolitos de Cují.

Aquellos arbolitos de Cují, sembrados por aquellos jóvenes reclutas, bajo las órdenes de un héroe de nuestro ejercito; y digo héroe, sin temor a equivocarme, porque quién disponga la siembre de un árbol ya de por sí es un benefactor y quién disponga la siembra de varios árboles en una época en la que muy pocos se motivaban hacerlo y mucho menos de Cují es todo un soldado de la madre naturaleza.

En efecto, aquellos arbolitos de Cuji enclenques, echaron sus raíces entre la tierra agreste del la isla central de la avenida Universidad, soportando por su condición xerófila las inclemencias de la sequía y el Sol Marabino, crecieron, se hicieron árboles y hoy día constituyen todo un ecosistema en el lugar, donde no solo se ha desarrollado la grama, sino otras especies de árboles y arbustos ornamentales mas delicados y que requieren la sombra de aquellos hoy frondosos Cujíes para su desarrollo.

Las nuevas generaciones, han entendido la importante tarea de sembrar y conservar la vegetación, plantar un árbol es cultivar la vida, porque de ellos nos viene, los árboles nos dan totalmente gratis el vital oxigeno con su proceso de fotosíntesis de la energía solar, convirtiendo el anhídrido carbónico en vida, y eso es necesario repetirlo hasta la saciedad, así como late nuestro corazón, así como respiramos sin pensarlo.

Cuando pasen por la avenida Universidad entre la pasarela de la avenida Guajira y LUZ en Grano de Oro, no olviden echarle una mirada a los Cujíes de su isla central, y agradecerle aquellos nobles soldados y aquel héroe anónimo oficial o comandante de tropa, que gentilmente nos regalo a los Maracaiberos ese hermoso oasis de verdor y naturaleza nuestra, representado por nuestros ancestrales Cujies, que delicadamente favoreció ya en administraciones del gobierno regional mas recientes, sembrar otras especies vegetales a su sombra y desarrollar todo un jardín para alegría y disfrute, de los que ha diario traficamos en nuestros autos la ciudad de Maracaibo.