sábado, 6 de abril de 2024

Lorenza mirando desde la enramada.

Lorenza

El patio de mi casa “La Milagrosa” fue siempre mi refugio, mi microcosmos de paz y armonía, mi lugar predilecto a todos los sitios de un mundo, mi espacio vital y mi consuelo a la convulsiva diatriba del mundo y sobre todo de la progresiva decadencia nacional de mi país.

Nunca faltaron en mi patio, los pajaritos, los peces, un gato y un perro, en el se acogieron Agaporniz, australianos, loros, pericos y periquitos en sus jaulas, peces en su pecera, estuvieron mis perros Canelón y Bernardo, y Laika Gorbachov, mis gatos Julio Cesar, Trajano, Clodomiro, Aristarco y Lorenza.

Una mañana, después de un largo mes de encierro clínico, decidí no volver a tener jaulas y pájaros encerrados, liberé las pocas aves que aún poseía y decidí arrumar las jaulas y regalarlas.

Durante esos días de hospitalización, aún en condiciones clínicas, mi apego a la libertad es tal, que sufrí demasiado no disponer de mis espacios y mi voluntad de salir de aquellas cuatro paredes de la habitación donde me encontraba, además de padecer la tortura de estar enchufado a diario, con unas mangueritas de medicamentos intravenosos, conectadas con agujas, llamadas mariposas, a cuanta venita y arteria me descubrieran las señoras enfermeras, por demás desconsoladoramente a cuenta gotas, desde el surtidor colocado en un bastidor un poco más arriba del tope de la cama.

Y la intención por formulación médica, era tenerme recluido no sé por cuánto tiempo más, a lo cual, ya contando el mes y con mi alta médica, al ponerme en conocimiento de la medida hospitalaria, me alcé con la rebeldía en voz necesaria, exigiendo mi alta, con el propósito irrevocable de escaparme de aquel recinto clínico, si fuera necesario, caso de no darme de alta. Ya antes, le había pedido a mi hijo Elías, viniera en la camioneta por mí y mis corotos, y Mercedes me tenía lista la maleta.

Logrado mi objetivo, ya de alta dando gracias a Dios, el resto del tratamiento lo realicé en mi casa, siempre conectado a la tortura de las mangueritas y su aguja “mariposa” pero en mi cama, en mi cuarto de habitación y por supuesto en mi casa. Algo que nunca entenderé, porque según el control clínico el suministro del fulano suero antibiótico, por supuesta orden médica, lo regulaban lentamente por el perolito de la botella, gota a gota en cada aplicación, eran tres veces al día y tres durante la noche, hasta que decidí despedir a la enfermera de la clínica que ofreció sus servicios para atenderme en casa, y acordé contratar una enfermera graduada, amiga de la esposa de mi hijo Elías, ésta de modo muy profesional, me explicó que no hacía falta colocar el suministro del medicamente tan lentamente, acortando significativamente cada aplicación de tres horas a quine minuticos.

No sé cuál mano peluda estuvo detrás de aquella tortura, pero me lo imagino, de una doctora que fue vecina mía, que formaba parte del directorio medico de aquel recinto clínico. Uno en ésta vida pasa por todas y cada una de las facetas existenciales, y sabemos muy bien que no siempre la empatía nos es precisamente favorable, cuando asumes no dejarte fuñir de nadie. Sin embargo, aquel inesperado mes de hospitalización, se debió a un “sospechoso” agente bacteriano, que, según mi médico de atención, adquirí en el quirófano.

El médico de atención, no fue el especialista que me operó, eso solo Dios lo sabe, su nombre y apellido, su identidad me la reservo, menos señalar la clínica donde me atendieron y estuve hospitalizado, el tiempo cura las heridas emocionales y el daño moral, que muy bien pude demandar, pero, conociendo como abogado, las injusticias de un pronunciamiento judicial a favor del galeno y sobre todo del nefasto centro de salud, que tampoco fue donde estuve hospitalizado, pues éste no contaba con el instrumental quirúrgico necesario para atender mi caso, siendo trasladado hasta otra clínica para realizar mi operación, fue en ese quirófano donde contraje la bacteria que me afectó al borde la pelona.  

Gracias a Dios por su providencia infinita, no hay mal que por bien no venga, durante ese mes de hospitalización, perdí cien kilos, significativa ventaja para mi salud, comencé después de mi recuperación una tarea mañanera de progresivas caminatas y ejercicio físico, reconstituyéndome significativamente, para milagrosamente, llegar a mi edad de sesenta años, con un peso acorde de mis años de infancia y juventud, tal como se lo pedí a nuestro Señor Jesucristo Unigénito del Padre, que, con el Espíritu Santo, es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Lorenza mirando desde la enramada del patio, es un vistazo a todos aquellos bonitos años, cuando reunidos en el patio de La Milagrosa, en familiar ronda, compartimos momentos solaces de buena música, mis infaltables birrias, con chapuzones en la piscina, correrías infantiles de mis hijos, la compañía de mi esposa, madre y suegro, los sancochos y asados a la brasa a la hora del almuerzo y después a la lona, sobre mi hamaca al reposo de la tarde de cada Domingo.











JLReyesMontiel.          



martes, 12 de marzo de 2024

Mi Totuma Cervecera.

Mi Totuma Cervecera

Por aquel año 1981, con mis 21 años, residía en una casa situada en la calle 103 de la Pomona, paralela a la 102 vía principal de la Pomona hasta interceptar la Circunvalación Uno de la ciudad de Maracaibo, esa casa la adquirió mi madre a nombre de mi hermana Sara y éste narrador, por documento suscrito por una hija del señor Juan Ávila (QEPD), el emblemático sector caracterizado por su popularidad, estaba rodeado en sus adyacencias entre las avenidas 102 y Haticos por Arriba, por el Cine Lido, el Café Imperial, la Farmacia La Pomona y las famosas Tostadas Lido de Salvador el italiano y sus arepas Tumba Ranchos.

Al fondo de mi casa estaba el Hato de la familia Ávila y colindante con nuestro muro medianero, se hallaba un frondoso árbol de Tapara, con su tronco agreste, el verdor profundo de sus hojas y sus frutos guindando como guirnaldas, caían desde sus rústicas y postradas ramificaciones como testículos de Toro.

Yo desde antes conocía las matas de Tapara, en una vieja casona de la calle Ciencias de Maracaibo, llamó mi curiosidad el Taparo que sombreaba el tercero y último patio interior de aquella antigua casa, cuyo largo corredor conducía por su enlosado desde la sala, pasando por el comedor, la cocina y el excusado, a un primer patio, de éste a las dos primeras habitaciones, caminando por un camellón se accedía a un segundo patio donde otro portal abría paso a otras dos habitaciones y finalmente, el último camellón terminaba en una tercera y única habitación, que la familia León habitantes de dicha casona, usaba para guardar chécheres.

Siendo un carajito adicto a las cosas viejas y antiguas, me deleite husmeando los baúles, toneles de grueso cartón con tapas de metal, un viejo y altísimo escaparate, una Vitrola, un viejo Radio destapado que permitía observar sus válvulas electrónicas, una cocina de hierro puro forjado, lámparas, planchas antiguas, entre otras tantas otras cosas que hizo mi imaginación volar, alentada por las sombras y el susurro del viento que se colaba entre las hendijas de los postigos de las cerradas ventanas y la abierta puerta que daba al último y cuarto patio.

En ese patio, solitario y sombreado por un Taparo, conocí por primera vez las Taparas, pero estás eran redonditas, como bambalinas, mirándolas detenidamente hasta que un frío flemático erizó mis brazos y cabellos, persuadiéndome de alguna extraña presencia, salí esmollejao del lugar.

De regreso a casa, le comenté a mamá del árbol del fondo y la sombría impresión de su solitaria presencia en aquel último traspatio de la casona de la familia León, advirtiéndome que dejará de estar revisando casas ajenas; explicándome que ese viejo árbol era un Taparo y de sus frutos, que de ellos se elaboraban las Totumas, en sus diversas formas y usos domésticos.

Sorpresa para mí muchos años después, tener de vecino un Taparo en el fondo de mi casa de La Pomona, conversando con mi madre, ella me explicó la manera de como preparaban las Taparas para hacer Totumas en el Hato “San Luis” para ello se tomaban las mejores Taparas en su forma propia y tamaño para elaborar cucharas, vasijas, platos, pocillos y hasta vasos, luego de hacerles el corte preciso del objeto deseado, se le extraía con una cuchara todo el contenido de su pulpa.

Y como era Agosto y estaba de vacaciones universitarias, tomé una Tapara a mi gusto y forma, la abrí con el corte adecuado, por el borde superior para unirselo con pegamento en su base y hacerme un vaso a modo de Jarra, permitiendo su sustentación; su pulpa resultó ser algo viscosa y fibrosa, con innumerables semillas, siendo de color blanquecino se oxidó rápidamente al contacto con el aire, oscureciéndose, tiñendo de negro mis manos y al descuido, uno se manchaba la ropa.

Así elaboré artesanalmente mi Jarra Cervecera, fui sacando toda su glutinosa y enrarecida pulpa, hasta dejarla bien a la altura y al ras de la corteza del Taparo, tal como me enseñó mamá, lavándola con agua repetidamente y sacándole todo el negruzco contenido, una vez bien limpia se coloca una buena temporada al Sol, para endurecer la corteza así expuesta, hasta perder el verde original y adquirir su típico color de fina madera convertida en Totuma, del corte que le hice en su parte superior, igual la conservé para la parte inferior para hacerle de sustentación a mi Jarra Cervecera, quedando tal y como la dibujé; por cierto, toda bebida y comida sabe mejor en Totuma, respecto de la Cerveza, incomparable.

Ya les conté como hacerse una Totuma, todo depende de conseguirse la forma del fruto de Tapara apropiado, para hacerse desde una tacita para servirse un cafecito cordial, hasta una Jarra Cervecera como la que me hice y disfruté por muchos años, hasta que por accidente me senté sobre ella paloteado.

JLReyesMontiel.








 

viernes, 26 de enero de 2024

El Zorrocloco.

Palabras de palabras que uno ingenua y aparentemente inventa, sin embargo, por algo ancestral de nuestro inconsciente colectivo emergen espontáneas, desconociendo el hecho cierto de su existencia, es el caso de la expresión “Zorrocloco” la cual empleo para algo hediondo o que mal huele, como las habitaciones mucho tiempo cerradas o descuidadas en su limpieza, también para los calzados mal olientes de pies mal aseados.

Sorpresa la mía, cuando cibernavegando dícese el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Zorrocloco 1. Nombre masculino coloquial. Hombre tardo en sus acciones y que parece bobo, pero que no se descuida en su utilidad y provecho. 2. Nombre masculino coloquial. Gesto exagerado y fingido de afecto.

Es decir, un Zorrocloco es un rolo e’vivo que se hace el pendejo, por una parte y por la otra, un Zorrocloco es el gesto de aprecio de un muérgano hipócrita, así llanamente sin mayores descripciones, nada tiene que ver semánticamente con el mal uso que yo le brindaba a esa palabra, quizás de alguna manera la relacionaba con el Zorrillo o Mapurite nuestro, que al verse amenazado lanza por su parte trasera un líquido nauseabundo e irritante, proveniente de una glándula hormonal que la naturaleza le proporcionó para defensa de sus depredadores.


Mapurite de Venezuela

A todo evento seguiré empleando el dicho zorrocloco, es más disimulado expresarlo de ese modo que decirle a una persona te hieden los pies, o huele mal tu habitación; en una ocasión un vecino abrió la puerta de su apartamento y me saltó decir -puro zorrocloco, el amigo me miró preguntando ¿Zorro qué? -No nada que ver… Le contesté.

Cuando se trata de familiares si les digo -Tenéis las patas puro zorrocloco, y se echan a reír, de tal modo todos contentos con el asunto del zorrocloco y en eso queda todo, tratándose la gente su problema de sus patas hediondas.

Recuerden que es éste un relato informal, y en el uso del lenguaje trato de ser lo más coloquialmente posible, entendiendo que no son patas sino pies, pues patas tienen los animales, pero, éste es un Libro de Apuntes familiar, y también de voces y modismo criollos e hispanos, y muy lejos de refinamientos y complejos dialécticos, pues me encanta el uso de ese bendecido Castellano nuestro y Maracaibero, enriquecido por todos los dialectos regionales que la madre España con su español oficial nos ha regalado, que junto a los modismos propios provenientes de toda América, le han proporcionado al Mundo Hispano hablante su amplio registro en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

Por cierto, el refranero de mis tíos viejos de antes, que no se escapa a la ocurrencia oportuna de la frase jocosa, dícese: “Mapurite sabe a quién pea” queriendo aconsejar que uno debe saber dónde y cómo comportarse en determinadas situaciones sociales.

Ajo, además desintóxica, regula la tensión sanguinea
y facilita la circulación de la sangre al limpiar nuestras 
arterias y venas de grasa acumulada en sus paredes.

Hay también sentencias nobles y ceñudas, como aquella referente al “Ajo” y su incómodo olor: “Como el Ajo puede de la muerte salvar, su hediondo aliento convendrá soportar, y no como algún sabio su virtud desdeñar”. Nadie puede desestimar los méritos medicinales del valioso vegetal, propio del género Allium que, al lado de la Cebolla, el Cebollín de Verdeo y el Puerro o Ajo Porro como lo conocemos en el Zulia, igualmente inhalan sus fuertes alientos y humores a quién bien los consume, pero también consagran sus fuentes naturales de sanación a nuestra salud.

JL Reyes Montiel.








sábado, 20 de enero de 2024

La Amistad.

"Punto de fuga" acceso
Colegio San Vicente de Paúl
(Foto JLReyesM).
En ocasiones nos disgustamos con algún amigo, eso es normal, quizás en un momento dado mal interpretamos un comentario, un gesto, una broma, en fin, muchas veces nuestra sensibilidad nos sojuzga el pensamiento y le seguimos el juego al inconsciente remoto de nuestros complejos más sutiles y complicaciones personales.

Lo cierto es que sucede con frecuencia, hasta decidimos apartarnos, por una prudencia mal entendida, del trato con ese viejo amigo, dejando una dolorosa estela de sentimientos en ese sendero del tiempo y del espacio que significó en nuestra infancia y juventud, porque a decir de auténticas amistades, se forjan en ese crisol inextinguible de nuestros años compartidos.

He tenido amigos; y cuando digo amigos hago uso del correcto empleo inclusivo de nuestra semántica castellana, apartándome del modo aquel de amigas y amigos; digo que he tenido amigos, cultivados desde los albores escolares, entonces la maestra nos pedía juntar los pupitres en alguna tarea grupal compartida, surgía en ese instante una espontánea empatía que unía a los compañeros hasta del otro extremo del aula, comprendiendo la amistad como una chispa divina de encuentro y fascinación en el hablar y sentir del grupo, respecto del resto del salón de clases.

Sin embargo, el grado escolar y sección del aula nos identificaba, ante los otros alumnos del colegio, y pertenecer a esa institución educativa, también nos distinguía de los estudiantes de los otros colegios, y ser estudiantes nos unía frente y ante la sociedad de época, sobre todo en el alma mater universitario.

El asunto es la amistad fraguada en aquellas aulas de clases, una amistad consolidada en las pruebas que el día a día nos va proporcionando, y hasta el Sol de hoy, saber encontrarse en una mirada y el saludo fraterno, saber que estamos bien de salud y en consonancia con nuestra paz y armonía existencial, eso es empatía, eso es la amistad verdadera.

También podemos tener una buena amistad, al margen de la necesaria escolaridad estudiantil, la nacida en torno de un encuentro circunstancial, sea compañero de trabajo, vecino, un amigo donde la vida nos concede el privilegio de conocer esa singular persona en su sentir y pensar, encargándose el transcurso de los años en demostrarte la valía de esa amistad en los momentos de extrema crisis y necesidad, surgen como ángeles en el sendero de tu vida, para darte luz, apoyo incondicional y valorarte en tu justa medida personal, que te digo, percibir esa sensación de protección y abrigo es invalorablemente única y maravillosa.

Y en efecto, esas amistades se manifiestan sinceras y auténticas, cuando después del mal entendido, querella o nuestra imprudente actitud, las buscas para decirle aquí estoy amigo mío, ofreciéndote mi mano en éstos tiempos de tanta resequedad humana, donde tenemos que reencontrarnos más que nunca, porque nos hace falta un poco de aquellos buenos tiempos, un poco de la inocencia de nuestra infancia, un poco de la pasión de nuestra juventud, un poco de la nobleza y honestidad perdida entre la gente, de nuestra credibilidad en el ser humano, de honrar el mandamiento providencial de amarnos unos a otros, como Dios nos ama, siendo capaces de perdonar, como Él nos perdona nuestras ofensas.

Tanto amó Dios al mundo, que otorgó por virtud de su sangre a su Unigénito Jesucristo, como Cordero divino para el perdón de nuestros pecados, para que podamos entender y ser capaces de querernos y acercarnos sin mayores reparos, ni condiciones, porque lo más importante es vivir, porque Dios es un Dios de vida, no de muerte, un Dios fuente de agua viva para vivir en abundancia, y vivir en paz y armonía, en resonancia con el universo y su naturaleza divina.

JLReyesMontiel.