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"Punto de fuga" acceso Colegio San Vicente de Paúl (Foto JLReyesM). |
Lo cierto es que sucede con
frecuencia, hasta decidimos apartarnos, por una prudencia mal entendida, del
trato con ese viejo amigo, dejando una dolorosa estela de sentimientos en ese
sendero del tiempo y del espacio que significó en nuestra infancia y juventud,
porque a decir de auténticas amistades, se forjan en ese crisol inextinguible de
nuestros años compartidos.
He tenido amigos; y cuando digo
amigos hago uso del correcto empleo inclusivo de nuestra semántica castellana, apartándome
del modo aquel de amigas y amigos; digo que he tenido amigos, cultivados desde
los albores escolares, entonces la maestra nos pedía juntar los pupitres en
alguna tarea grupal compartida, surgía en ese instante una espontánea empatía que
unía a los compañeros hasta del otro extremo del aula, comprendiendo la amistad
como una chispa divina de encuentro y fascinación en el hablar y sentir del
grupo, respecto del resto del salón de clases.
Sin embargo, el grado escolar y
sección del aula nos identificaba, ante los otros alumnos del colegio, y
pertenecer a esa institución educativa, también nos distinguía de los estudiantes
de los otros colegios, y ser estudiantes nos unía frente y ante la sociedad de
época, sobre todo en el alma mater universitario.
El asunto es la amistad fraguada
en aquellas aulas de clases, una amistad consolidada en las pruebas que el día
a día nos va proporcionando, y hasta el Sol de hoy, saber encontrarse en una
mirada y el saludo fraterno, saber que estamos bien de salud y en consonancia
con nuestra paz y armonía existencial, eso es empatía, eso es la amistad
verdadera.
También podemos tener una buena
amistad, al margen de la necesaria escolaridad estudiantil, la nacida en torno de
un encuentro circunstancial, sea compañero de trabajo, vecino, un amigo donde
la vida nos concede el privilegio de conocer esa singular persona en su sentir
y pensar, encargándose el transcurso de los años en demostrarte la valía de esa
amistad en los momentos de extrema crisis y necesidad, surgen como ángeles en
el sendero de tu vida, para darte luz, apoyo incondicional y valorarte en tu
justa medida personal, que te digo, percibir esa sensación de protección y
abrigo es invalorablemente única y maravillosa.
Y en efecto, esas amistades se
manifiestan sinceras y auténticas, cuando después del mal entendido, querella o
nuestra imprudente actitud, las buscas para decirle aquí estoy amigo mío, ofreciéndote
mi mano en éstos tiempos de tanta resequedad humana, donde tenemos que
reencontrarnos más que nunca, porque nos hace falta un poco de aquellos buenos
tiempos, un poco de la inocencia de nuestra infancia, un poco de la pasión de
nuestra juventud, un poco de la nobleza y honestidad perdida entre la gente, de
nuestra credibilidad en el ser humano, de honrar el mandamiento providencial de
amarnos unos a otros, como Dios nos ama, siendo capaces de perdonar, como Él
nos perdona nuestras ofensas.
Tanto amó Dios al mundo, que
otorgó por virtud de su sangre a su Unigénito Jesucristo, como Cordero divino
para el perdón de nuestros pecados, para que podamos entender y ser capaces de
querernos y acercarnos sin mayores reparos, ni condiciones, porque lo más
importante es vivir, porque Dios es un Dios de vida, no de muerte, un Dios fuente
de agua viva para vivir en abundancia, y vivir en paz y armonía, en resonancia
con el universo y su naturaleza divina.
JLReyesMontiel.
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