Entre la Gallera de
la avenida Santa Rita y Bella Vista al margen de una cañada, a una cuadra de
“El Cristo” la casa residencia de mi abuela Mamá Carmela, se encontraba la pulpería del señor Rubén Alvarado,
persona de circunspecto proceder, austero, y singularmente familiar y
conversador; sentados en sus mecedoras de mimbre
él y su inseparable esposa, atendiendo su humilde establecimiento, donde se
vendían chucherías, golosinas, refrescos, café, algunos víveres y una que otra fruta de
temporada.
Iba al señor
Alvarado, vestido con sus blancas guayaberas y pantalones Kaki, fumando unos
largos y gruesos tabacos, mientras atendía al público o cuando muy de vez en
cuando se le veía conduciendo su Jeep Willys de color verde, con su techo
encerado de lona, emanando a su paso el
fino aroma de las añejadas hojas de sus Tabacos.
Grato fue conocer al
señor Rubén, con su voz sonora y grave, alta y clara, sus níveos cabellos, su prominenet bigote y su
hidalga presencia llenando el espacio de su humilde negocio, cuando conversaba y echaba sus historias mientras uno se refrescaba el calor del día
paladeando el contenido de alguna gaseosa bien fría, acompañada de su respectiva Galleta
de Huevo, una Pasta, Paledoña o Ponquesito.
Una vez me contó el señor
Rubén sobre un púgil marabino de fuerte puño, primo hermano suyo, que a más de
uno noqueó entre las cuerdas, llamado Daniel Alvarado, quién era un Estibador del Puerto de Maracaibo, muy popular dada su
fuerza extraordinaria, era capaz de levantar al hombro varios sacos de fique con granos sin
que se le doblaran las rodillas y según partía un Coco de un solo golpe al piso, ganándose el apodo de “El Caballo”.
A finales del año 1921, se inicia el
boxeo profesional en esta ciudad y traen de los Estados Unidos a un
púgil de apellido Swanberg y a un
argentino de apellido Passeiro, junto a
otros boxeadores de menor valia; montando un espectáculo boxístico en el teatro Variedades. Pero “El Caballo” no
tenía entrenamiento ni conocimientos de técnicas de boxeo, pues nunca se había subido a un
cuadrilátero, pero dada su descomunal fuerza, se pensó que podía tumbar al
importado Swanberg, para ello acordaron un encuentro boxístico entre el zuliano
y el estadounidense.
Un aficionado amateur del boxeo, Aniceto López
enseñó a “El Caballo” algunos trucos de ataque y de defensa; acordada como fue la pelea, se
designaron los jueces el señor Esteban Ramón París y el Dr. Héctor Quintero. El teatro Variedades se llenó totalmente,
pero el público asistente quedó con los
ojos claros y sin vista ya que la pelea no tocó campana ni del primer round,
terminó con “El Caballo” tumbado de largo a largo en las cuerdas del cuadrilátero y el estadounidense rumbo al
hospital, pues solo dos golpes decidieron la pelea: Uno propinado por Swanberg
contra el mentón de “El Caballo” y otro golpe brutal que descargó éste
sobre el estómago de su contrincante extranjero, cuando el “musiú”
mejoró, se fue hasta la Isla de Curazao ruta a su país, donde falleció como
consecuencia del contundente golpe que le asestó "El Caballo" destrozándole el
hígado al infortunado Swanberg.
El señor Rubén Alvarado, además de
comerciante, era un connotado conocedor de las técnicas del masaje corporal, aplicando cremas mentoladas medicadas, Vickvaporud, Bálsamo Alesida o Iodex, a más de uno alivió y sanó enderezando huesos quebrados, torceduras musculares, tendones y demás dolencias
artríticas y musculares.
MI hermana Sara fue
una de sus incautas pacientes, pues el señor Alvarado aplicaba su masaje entre
la animada conversación y su buen humor, de modo de distraer al adolorido
mientras encontraba el momento propicio para desconcierto de la persona,
enderezar el hueso roto llevándolo a su lugar, quedando solo el eco del grito
del resignado pero ya aliviado masajeado, luego colocaba los respectivos
vendajes y entablillado, en una época en la cual los practicantes, masajistas y
dependientes de farmacia, ante una emergencia, bien sabían delegar la consulta
de un galeno universitario.
Por allá en el año
1987, una fuerte tempestad, ocasionó que la lluvia y la cañada aledaña se
llevaron el local, enseres y mercancías del popular negocio y desapareció entre
las sombras de aquella aciaga madrugada y las enfurecidas aguas del caudal de
la aledaña cañada, no quedo sino el sitio en el frente de la casa de los
Alvarado, donde se levantaba sobre un enlosado la tradicional pulpería de Rubén
Alvarado.
Al poco tiempo murió
el entonces ya anciano señor Rubén Alvarado y luego le siguió su señora esposa,
amigos entrañables de la familia Montiel Fuenmayor, en especial de la abuela
centenaria Mamá Carmela, de mamá, Tío Dimas y Tía Espíritu, durante muchos años
sus cercanos vecinos, desde la casa de “El Cristo” en la entonces avenida Santa
Rita hoy No. 8 con calle 66 de Maracaibo.
José Luis Reyes
Montiel.
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