viernes, 17 de marzo de 2023

Florecitas de Chipe.

De la Maracaibo de mi infancia, de aquellas deliciosamente frescas mañanitas al despertarme y a través de la gran ventana, me emocionaba la luminaria del alba inundando todos los lugares del recinto de la habitación, donde dormíamos cuando carajitos mi hermana Sara en su cama y yo desde mi Hamaca, colgada por los Mecates desde las Alcayatas, sostenida por sus abiertas Cabulleras, abrían el acogedor blanco lienzo de mi Hamaca.

De un brinco, despegaba al levantarme, al rito mañanero para orinar, lavarme la cara, la boca y cepillarme los dientes en el único lavamanos de la antañona casa, situado a un lado de la puerta de dos alas del comedor, frente a ella y de seguidas, pasando un ancho corredor un arco prominente de acceso, daba a la puerta principal de la sala, en un único atajo y al paso desde la sala hasta la cocina, estaba la puerta del patio de la casa, donde árboles de Mango, Limón, Cayenas, Berberías, Carmelitas, Trinitarias, entre otras plantas de Jardín, sembrados más recientemente, adornaban las sombras de otros viejos árboles de la familiar estancia, aquel formidable Almendrón sostenido por su avezado tronco y un enorme Caucho con sus ramas cubriendo el Camellón, dando su sombra al visitante desde el portón de entrada a la puerta de la sala en el frente de la casa, y hacia el fondo, un veterano árbol, que mamá llamaba árbol de Ratón, como coronando el patio trasero, demarcando con su presencia, los límites del terreno entre nuestro patio cultivado y el Solar, donde el invierno con sus lluvias, coloreaba de amarillas florecillas resaltadas y fulgurantes  en contraste al verde intenso de los Abrojos desparramados como feliz verdolaga en toda su espesura, guarneciendo la humedad de la arena, donde Hormigas y Machorros ocultaban sus agujeros de madrigueras, y el rocío mañanero impregnaba mis pies y tobillos al caminar.  

Del árbol de Ratón, contaré las veces cuando sus hojas aromáticas y medicinales, bañaron nuestros cuerpos, limpiando la viruela y el sarampión de nuestra piel, cicatrizando sus llagas con el milagroso jugo de sus hojas hervidas, vertidas de la cabeza a los pies.   

¿Cómo evitar la seducción de su sombra? Con la brisa mañanera recostado al tronco rugoso del Ratón que sostenía mi espalda, mirando desde él la puerta trasera de la casa que daba al patio, en su estratégica posesión entre el Solar y el patio sembrado de plantas, un vistazo al ala izquierda y derecha de los patios laterales de la antañona casona, es una sugestiva visión que aún me acosa, desde los días más hermosos y felices de mi vida.

Y en el frente de la casa y a la hora del atardecer, iba al encuentro de los vientos alisios del norte, sentado sobre la improvisada banqueta apoyada en el tronco del Caucho, yo carajito, casi oculto entre sus ramas cargadas de anchas hojas, tímido miraba a los transeúntes pasar frente a mi casa.


Camellón de la casa, sombreado y al cobijo de las ramas del gentil árbol de su frontis, en sus jardineras mis inocentes amores, rodeados por las fucsias florecitas de Chipe y al encuentro de su presencia, era ella una niña hija de desterrados inmigrantes vecinos nuestros, los dos sentados juntos y entre los Chipes, contamos tantas veces el desgajo las sutiles florecillas fucsias, me quieres no me quieres y como solo tienen cinco pétalos, siempre terminaban en me quieres y tan solo una mirada prometedora nos regalamos.

Entre las nervaduras de sus raíces y el ensortijado tallo del árbol de la casa, quedó sepultada mi infancia, adornada por el rumor de los acordes taciturnos del viento de la tarde, iluminada por la alborada de la tarde, feliz, arbóreo, con el apetito sobreseído de una taza de café con leche y pan tostado con mantequilla, Café de nuestro suelo, Pan de europeos fueros y mantequilla Alfa.

¿Cómo olvidarte primorosa infancia? Si me da por llorar de gozo en el alma cada vez que te recuerdo, bajo la sombra de un frondoso árbol, sonando sus hojas al paso de la brisa susurrante, ante el Sol y a la cara de un amanecer fulgurante, o en las tardes y al anochecer de cada día, en sus momentos de encuentros fugases, alientos de vivencias añoradas, abrigando aún mi alma inquieta la agitación del varonil ímpetu, en éste mi corazón cansado.

JLReyesMontiel.