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Frontis del actual edificio El Pilar en Maracaibo. |
De una reciente conversación, recordé a varios personajes de la
Maracaibo no tan lejana del pasado siglo XX, por supuesto yo no soy tan
adentrado en años, si he pasado la barrera de los 50 pero les estoy narrando un
relato de entre los años 1979, 1980 y 1981, siendo estudiante de LUZ, cuando
trabajé en calidad de Escribiente Supernumerario en la Oficina Subalterna del
Segundo Circuito de Registro de Maracaibo.
Entonces funcionaban las tres oficinas de Registro Público en el
otrora edificio del antiguo Colegio El Pilar mejorado en sus bienhechurías y
convertido en el Centro Comercial El Pilar, también estaba situada en su
segundo nivel, al cual se accedía por escaleras mecánicas, una fuente de soda,
restaurante y cafetería muy concurrida, sitio de reunión de abogados, gestores
y particulares; hoy día funciona en ese edificio el UNIR.
Yo asistía a mis clases a la Universidad del Zulia en el horario
matutino, apenas iniciaba mis estudios de Derecho y por entonces uno tenía que
cursar un período de Estudios Generales en la llamada Facultad Experimental de
Ciencias, donde cursaban los noveles bachilleres un ciclo de materias
humanísticas y científicas para su mejor preparación académica, algunos
comentaban que se trataba de hacer un filtro de ingreso de aspirantes, otros
argumentaban que era para lavarnos el cerebro pues se nos hablaba mucho de
filosofía marxista, y por irónico que parezca, hoy día la Universidad del Zulia
se encuentra inmerecidamente desposeída y a su suerte.
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Área central del otrora CC El Pilar hoy sede del UNIR. |
De ese tiempo de empleado supernumerario en dicha oficina de
registro, conocí a muy gratas personas, por demás encantadoras, entre las damas
a las señoras Críspula de Morán, Vidaura Guerra de Añez y la señora Robertina,
tal cual eran conocidas y eran nombradas con respeto y gallardía en el ámbito
registral por su larga trayectoria de trabajo en dicha oficina de registro.
También conocí a un legendario personaje que sin ser abogado era
muy entendido en Derecho, conocedor sobre asuntos de trámites documentales por
ante las oficinas de Registros y Notarías de la época, se trata del señor
Antonio Hernández; e igualmente tuve la suerte de conocer al señor Recaredo
Fuenmayor, diligente gestor y presentante documental decano del ámbito
registral y notarial.
Hoy día descansan todos como cuerpos celestes en la Gloría de
Dios, al igual que otras gratas y recordadas personas como Leonel Rubio
(funcionario de registro) y tanta otra gente buena y trabajadora, cuyas caras
se me hacen presentes pero que mi menoría trata de ubicar sus nombres pero solo
se hacen presentes sus rostros sonrientes como fantasmas diciéndome José Luis aquí
estoy yo y yo y yo, llenándome de gozo extremo mostrándome cada uno su sonrisa en el espacio
cósmico de mi mente; tuve un breve arrebato disculpen, y como olvidarlos si
desde que llegaba a la oficina de registro a mi labor, después de mis clases en
la universidad, me encontraba con aquellas personas de fino arraigo de nuestra
genuina Zulianidad, tan puras y dedicadas a su trabajo diario, con la mística
que le otorgaban sus años de desempeño en sus función como servidores públicos
que eran.
Las señoras Críspula, Vidaura y Robertina, sentadas en su sitial
de honor ante sus escritorios de madera, cualquier duda era por ellas despejado
con la dedicación de un maestro y la certeza del discípulo de obtener el conocimiento
eximio de sus experiencias aquilatadas con sus años de labor.
En señor Antonio Hernández era famoso por sus excentricidades como
práctico en el ejercicio del derecho, en tiempos en los cuales la solemnidad de
los actos jurídicos era parte de su validez, el señor Hernández siempre bien
trajeado con su corbata perfectamente cruzada y su paltó de colores azul, negro
o gris, muy formal y elocuente, en cada acto de otorgamiento documental leía en
alta y clara voz, como debe ser y según la ley, el contenido de la escritura
objeto de firma y ante las partes contratantes.
Y como notorio redactor el señor Antonio Hernández, siendo en esos
años manuscritos los documentos en papel sellado timbrado, siempre iniciaba el
“Yo” con una inimicísima letra capital que abarcaba de arriba hasta abajo el
folio, como señal inequívoca de su redacción por parte del señor Hernández pues
eran visados por abogados de su confianza.
Por eso les comento a los jóvenes abogados que cuando se
encuentren con una antigua data documental y en original con una inmensa Y del “Yo”
enorme iniciando la escritura, puede estar seguros que es de la redacción del
señor Hernández, y que tienen ante si no solo una parte de la historia
registral de nuestra ciudad sino también una muestra de excelente redacción
jurídica.
JLReyesMontiel.
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