sábado, 5 de enero de 2019

La añeja elocuencia.

Frontis del actual edificio El Pilar
en Maracaibo.

De una reciente conversación, recordé a varios personajes de la Maracaibo no tan lejana del pasado siglo XX, por supuesto yo no soy tan adentrado en años, si he pasado la barrera de los 50 pero les estoy narrando un relato de entre los años 1979, 1980 y 1981, siendo estudiante de LUZ, cuando trabajé en calidad de Escribiente Supernumerario en la Oficina Subalterna del Segundo Circuito de Registro de Maracaibo.

Entonces funcionaban las tres oficinas de Registro Público en el otrora edificio del antiguo Colegio El Pilar mejorado en sus bienhechurías y convertido en el Centro Comercial El Pilar, también estaba situada en su segundo nivel, al cual se accedía por escaleras mecánicas, una fuente de soda, restaurante y cafetería muy concurrida, sitio de reunión de abogados, gestores y particulares; hoy día funciona en ese edificio el UNIR.

Yo asistía a mis clases a la Universidad del Zulia en el horario matutino, apenas iniciaba mis estudios de Derecho y por entonces uno tenía que cursar un período de Estudios Generales en la llamada Facultad Experimental de Ciencias, donde cursaban los noveles bachilleres un ciclo de materias humanísticas y científicas para su mejor preparación académica, algunos comentaban que se trataba de hacer un filtro de ingreso de aspirantes, otros argumentaban que era para lavarnos el cerebro pues se nos hablaba mucho de filosofía marxista, y por irónico que parezca, hoy día la Universidad del Zulia se encuentra inmerecidamente desposeída y a su suerte.

Área central del otrora CC El Pilar
hoy sede del UNIR.
De ese tiempo de empleado supernumerario en dicha oficina de registro, conocí a muy gratas personas, por demás encantadoras, entre las damas a las señoras Críspula de Morán, Vidaura Guerra de Añez y la señora Robertina, tal cual eran conocidas y eran nombradas con respeto y gallardía en el ámbito registral por su larga trayectoria de trabajo en dicha oficina de registro.

También conocí a un legendario personaje que sin ser abogado era muy entendido en Derecho, conocedor sobre asuntos de trámites documentales por ante las oficinas de Registros y Notarías de la época, se trata del señor Antonio Hernández; e igualmente tuve la suerte de conocer al señor Recaredo Fuenmayor, diligente gestor y presentante documental decano del ámbito registral y notarial.

Hoy día descansan todos como cuerpos celestes en la Gloría de Dios, al igual que otras gratas y recordadas personas como Leonel Rubio (funcionario de registro) y tanta otra gente buena y trabajadora, cuyas caras se me hacen presentes pero que mi menoría trata de ubicar sus nombres pero solo se hacen presentes sus rostros sonrientes como fantasmas diciéndome José Luis aquí estoy yo y yo y yo, llenándome de gozo extremo  mostrándome cada uno su sonrisa en el espacio cósmico de mi mente; tuve un breve arrebato disculpen, y como olvidarlos si desde que llegaba a la oficina de registro a mi labor, después de mis clases en la universidad, me encontraba con aquellas personas de fino arraigo de nuestra genuina Zulianidad, tan puras y dedicadas a su trabajo diario, con la mística que le otorgaban sus años de desempeño en sus función como servidores públicos que eran.

Las señoras Críspula, Vidaura y Robertina, sentadas en su sitial de honor ante sus escritorios de madera, cualquier duda era por ellas despejado con la dedicación de un maestro y la certeza del discípulo de obtener el conocimiento eximio de sus experiencias aquilatadas con sus años de labor.

En señor Antonio Hernández era famoso por sus excentricidades como práctico en el ejercicio del derecho, en tiempos en los cuales la solemnidad de los actos jurídicos era parte de su validez, el señor Hernández siempre bien trajeado con su corbata perfectamente cruzada y su paltó de colores azul, negro o gris, muy formal y elocuente, en cada acto de otorgamiento documental leía en alta y clara voz, como debe ser y según la ley, el contenido de la escritura objeto de firma y ante las partes contratantes.

Y como notorio redactor el señor Antonio Hernández, siendo en esos años manuscritos los documentos en papel sellado timbrado, siempre iniciaba el “Yo” con una inimicísima letra capital que abarcaba de arriba hasta abajo el folio, como señal inequívoca de su redacción por parte del señor Hernández pues eran visados por abogados de su confianza.

Por eso les comento a los jóvenes abogados que cuando se encuentren con una antigua data documental y en original con una inmensa Y del “Yo” enorme iniciando la escritura, puede estar seguros que es de la redacción del señor Hernández, y que tienen ante si no solo una parte de la historia registral de nuestra ciudad sino también una muestra de excelente redacción jurídica.

JLReyesMontiel.

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