viernes, 18 de octubre de 2024

La mirada de la naturaleza.

En cada tarde, de éste mi ocaso, regreso tomado de la mano de mi madre a mi niñez, sigiloso para no despertarla de su siesta, huía de la penumbra de su habitación, no vez que en aquellos tiempos a la hora de la siesta, las ventanas de las habitaciones se cerraban, para impedir el paso a la luz inclemente del Sol al mediodía, garantizando un sueño más profundo y abrazador, entonces yo calladito, me dejaba llegar apostado sobre las baldosas del piso hasta la habitación contigua y solitaria, alumbrado por los inertes rayos de luz solar, en su paso por entre las hendijas de las cerradas ventanas, proyectadas en haces de luz,  suspendidas en el espacio de esa otra habitación, reflejos de las minúsculas partículas del polvo, flotando líquidamente  en la atmosfera insustancial de la habitación de mi difunto padre.

Hay algo entre aquellas luces y sombras de recónditas presencias, algo referido, triste y nostálgico por la brevedad del tiempo compartido con mi padre, apenas surgía despertando del inconsciente de los primeros años de infancia, haciendo más corta su presencia en la lucidez de mi pensamiento.

Más allá de entre los muros por los corredores y habitaciones de nuestra casa añeja, estaba el soleado patio, colmado de árboles y plantas, esperando su turno después de la hora de la siesta, su encuentro al afán frenético de mi inquieta niñez, averiguándolo todo en el frágil vuelo de una Mariposa, la sórdida resonancia de las Cigarras aferradas a los troncos de los árboles, el paso perfecto y armónico de las Hormigas hasta sus agujeros montañosos, quedando alucinado mirando aquí y más allá, mientras al desvanecimiento del Sol,  la oscurana daba su bienvenida al paso expedito de pequeños Murciélagos, apenas visibles en su vertiginoso vuelo,  dando sus espectrales aletas una misteriosa bienvenida a la noche.

De aquel letargo, me despierta la voz de mi madre, llegó la hora del baño diario para la cena, después, otra vez iba influido por la querencia del virtuoso patio de mi casa añeja, donde cielo y tierra juntaban todas las maravillas del Universo, como un crisol de vivencias y visiones de naturaleza latente a mi intuición, mirando al cielo, tendido sobre el suelo en el centro del patio, el paso de las nubes por el viento, surcaban de norte a sur el cenit oscuro salpicado de estrellas, y cuando estaba la Luna grande y poderosa, enfocando sus luces sobre el suelo, alumbrando con su penumbra todos los lugares, un sortilegio de sombras adornaban el patio, era la luz de la Luna transitando por entre el follaje de las plantas y los árboles, proyectando en delirante agitación sus siluetas sobre la arena, por la brisa de la noche.

Imagen referencial de una Iguana bebe, es decir,
una Iguanita mirándote fijamente.

Fue una madrugada, cuando desperté muy temprano aún al amparo de la oscurana de la noche anterior, para conocer el fenómeno del sueño nocturno transcurrido de aquella noche al siguiente día, conociéndome para redescubrirme yo mismo en mi ingenuo espacio y tiempo,  quería ver salir el Sol con su aurora, que tantas veces mi madre me contó, alegría de la mañana y paz en el corazón, deslumbrado por el milagro de la vida, en el fondo del solar del patio y sobre las ramas del aún pequeño árbol de Acacia, unas soñolientas Iguanitas, disimuladas por sobre el verde profundo de las hojas en su mágico camuflaje, me sorprenden, al notar por mi presencia su temerosa mirada, inmóviles quedaron, como yo extasiado con su compañía

JL Reyes Montiel. 







             

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