sábado, 17 de noviembre de 2018

La Penumbra.

Foto tomada en mi habitación.
El señor Reyes tiene un ferviente sentimiento anudado en su garganta, desde el día cuando despidió a sus hijos desde la ventana del autobús que los llevaría allende la frontera de su país, ¿Quién es el valiente que afronta la soledad con el estoicismo propio de Zenón? ¿Cuánto dominio y control, cuanta valentía al sobreponer la razón ante las circunstancias existenciales?

Talantes necesarios, aunque lacerantes y dolorosos, son éstos tiempos de soledad sola para el señor Reyes, tiempos de integra nostalgia, lejanía y separación, pleonasmos del pensamiento que desdibujan auroras y atardeceres sin el calor indispensable que se siente en el hogar cuando están juntos los corazones, y en cada mañana y en cada noche, al despertar o al irse a la cama a dormir, el indispensable Dios te Bendiga que abre paso al tiempo del día a día, en la mesa, en el almuerzo y en la cena, partiendo el pan compartido.

Para el señor Reyes las horas se decantan con sus pensamientos y mirando al infinito cielo en su plenitud mágica y sorprendente, analiza su entorno, observando a poco y fijamente las hojas de los árboles del parque, agitadas por una brisa tan sombría y abatida, como el susurro que decanta en su estela sonora a través del paisaje.

Se regresa a la casa y en su caminar, sus pasos marcan cual péndulo esos segundos de breve esparcimiento, retarda su llegada definitiva, se sienta una vez y otra vez en el sendero y por entre la arboleda que lo lleva a casa, excusando un aparente cansancio que no es, sino en el miedo al reencuentro con su sola soledad, se aferra a las suaves manos de la señora de Reyes y se estremece ante la marina visión de sus ojos, cristalizando toda su esperanza en la fe asentada en su adorada presencia.

Al llegar a casa, el señor Reyes hace sus tareas, arregla cosas, se ocupa en hacer algo y habilitar sus espacios, en ese escenario vital del hogar ponderado, lleno del amor inmenso de la señora Reyes, está el, extasiado en el marco crucial de sus días, en plenitud de añoranzas, sueños e ilusiones.

Termina sus tareas con la expectación de un niño escolar, y se las muestra con ternura a la señora Reyes para que ella le de su visto bueno, y el llenarse aún más del espíritu infinito de ella, tan puro y tan necesario para el como el agua, para lograr así calmar su sed de amores en su augusto ascetismo.

Cuanta austeridad y renuncia, cuanta necesidad del alma en adquirir los hábitos conductuales que llevan a la perfección del espíritu y a la moral universal y divina, que solo Dios ilumina con sus fuentes naturales de agua viva; el señor Reyes tiene sed, pero de un agua que no ha de beberse como se bebe la bilógica y vital de cada día calmando nuestra sed orgánica, sino aquella que fluye de la naturaleza humana en la excelsitud del encuentro con los ángeles, santos, hasta llegar a la presencia incognoscible de Dios Bendito.


Es entonces cuando el señor Reyes, encerrado en el claustro silente pero sonoro, porque el silencio el también lo escucha, cuando estando absorto en el recinto penumbroso de su habitación, abrigado en sus cavilaciones, lleno del espíritu santo, en franca armonía contemplativa y de gozo, experimenta sensaciones abstractas y sutiles, figuraciones e imágenes llenas de fantasías y alegóricamente dibujadas en sus tonalidades más románticas y sublimes, ve la presencia eminente de Dios ante el, con la fascinante visión de la sutilidad, en un haz de luz felizmente filtrada a través de su ventana, y esa visión espectral le basta y le fascina, para el es un milagro, es un mensaje de paz y de amor, de esperanza, es la presencia de Dios en su destierro.

JLReyesMontiel.






      

1 comentario:

Manuel Gutierrez dijo...

Excelente hermano y la alegoría lacerante!!!