sábado, 17 de noviembre de 2018

El Olor de la Abuela.

María del Carmen de los Ángeles
Fuenmayor Cárdenas.
La primera vez, aquel solemne momento cuando conocí a mi abuela, en mi primer recuerdo de ella y cuando tuve noción de mi realidad, tal cual el aforismo del pensador Rene Descartes: -Primero pienso luego existo. 

Mi abuela sentada sobre su Hamaca, desde el marco de la puerta de su habitación, para abrirse paso, mamá batió con sus manos una de sus alas, ella mi madre, tomado de sus manos me llevó a conocerla, a su mamá, a mi abuela; Sara mi hermana le decía "Mela" por la terminación de Carmela, aunque la abuela se llamaba de pila bautismal María del Carmen de los Ángeles, y toda la familia, nietos, bisnietos y tataranietos le llamaban "Mamá Carmela" pero yo me acostumbré a llamarla como le decía mi hermana Sara "Mela".

Esa tarde, de algún día de mi infancia, unos años antes de morir papá, conocí a mi abuela: -Mela. Entré acompañado de mamá a la penumbra de su habitación, sentada Mela sobre su Hamaca y debajo de ella custodiada por un melenudo León con sus fauces abiertas y amenazantes, colorido y fornido sus facciones, ilustrado sobre un tapiz primorozo elaborado de finas esterillas hiladas, al lado del León estaba su Bacinilla y acompañando la Hamaca su sillón de brazos.

Había en la habitación diversidad de olores, como suspendidos en la penumbra de su ambiente, 
aromas de hierbas y esencias de perfumes de Cómoda abierta, como quién abre un Escaparate o un Closet, y esos olores al cerrar mis ojos, aún los percibo con el delirio inagotable de aquella primera impresión de mi alma inquieta, lúcido de cada nueva sensación experimentada, en cada uno de mis vivencias de niño, cuando todo era nuevo y alucinante, reconociendo la luz fulgurante de existir.

Más luego, al preguntarle, mamá me contó que Mela solía bañarse con hojas de Ratón, un árbol medicinal refrescante y cicatrisante de la piel, que en Maracaibo le damos el nombre de árbol de Ratón, y las esencias aromáticas eran de Agua de Colonia para el cuerpo, Alcoholado Glacial para los dolores y Tricófero de Barrí para el cabello.

Recuerdo cuando acompañaba a mamá para ayudar a madrinita, mi tía Espíritu, a bañar a Mela, desde la cocina dentro de una olla hirviendo, el sumo humeante de hojas de Ratón, desprendía sus aromas vitales por toda la casa y luego desde una Ponchera de Peltre, una vez entibiados la aromático esencia, escuchaba cuando se lo vertían sobre el cuerpo de la abuela, después de asearla en su baño.

Una vez trasladada a su sillón de brazos, ya vestida y perfumada con agua de colonia, mamá peinaba sus largos y canos cabellos, mientras, madrinita mi tía Espíritu dejaba caer sobre el trenzado, el rojizo líquido contenido  en el frasco de tricófero, para peinarla y hacerle su trenzado y respectivo moño, sujetado con su inseparable Peineta coronando sus cabellos.

Al final tocaba aplicar sobre sus pies, manos y brazos el alcoholado Glacial, para sentarla a esperar la hora del almuerzo familiar que presidía, ya más luego en su avanzada vejez se prefirió despacharla en su habitación sentada en su Hamaca.

Una vez sentada la abuela en su sillón, transcurrían las horas frugales, decantando los segundos al ritmo de su quijada, espantando animales de corral en sus alucinaciones y cantando viejas y olvidadas canciones en sus cien años de vida; la abuela tiempo después pasó de su sillón para quedarse sentada en su Hamaca, otro tiempo y la abuela se acostó, no se mantuvo por si misma sentada, había que sostenerla entre sus brazos para darle sus comidas, muchas veces, esa fue mi tarea y la de las primas Judith, Janeth o Lisbeth.

Y a las seis de la tarde, la cita mística con el Santo Rosario, desde la Radio de la abuela encendido sobre una mesita de noche, la emisora “La Voz de la Fé” trasmitía al padre Olegario Villalobos en su rezo cotidiano, día tras día, terminando el tiempo, los espacios existenciales propios y de la abuela, una vida y otra vida, emisor y receptora, la abuela se fue extinguiendo como una llamita de vela, mientras la voz del padre Olegario también se apagaba en su alocución misionera, a veces se quedaba callado en pleno rosario, olvidaba su rezo y las viejas beatas que le asistían le susurraban al oído la parte del rezo que olvidaba.

Mamá Carmela se fue un 16 de Julio del año 1976, día de su onomástico Nuestra Señora del Carmen, había nacido en 1875, yo tenía 16 años de edad cuando la cargué entre mis brazos para acostarla dentro de su ataúd. No sin antes respirar desde sus cabellos el último aliento de sus olores propios de Agua de Colonia, Alcoholado Glacial y Tricófero de Barrí.


JLReyesMontiel.  






     

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