sábado, 23 de agosto de 2014

Un café en el Villa Inés.

De la Maracaibo de las décadas prodigiosas 60, 70 y 80 quedan solo algunos vestigios de su extroversión, la ciudad ha crecido, pero hacia dentro de sí misma en islotes enconchados, entre murallas fortificadas y galpones gigantescos, a unos les llaman pomposamente “Villas” y a otros “Mall” son ahora las casas y  centros comerciales con acondicionadores de aire para crear una temperatura agradable, con rejas cual  “La Rotunda”    las unas y los otros, lo suficientemente seguros y protegidos de las calles y  avenidas principales, con un solo acceso con su respectiva garita y paso restringido con “Jirafa” cual cuartel nazi, pequeños satélites dentro de la acéfala urbe, aisladas con elevados muros electrificados, iluminados con reflectores y coronados con agudos alambres con púas tipo hojilla; paradójica y anacrónica contradicción en pleno siglo XXI superadas como fueron la cortina de hierro y el fatídico muro de Berlín.

Mientras alrededor de aquel monstruoso e inhumano escenario, crece en sus márgenes la otra ciudad, la ciudad bullanguera, la del buhonero extranjero (90%) y nativo (10%) ligera encuesta personal y presencial en la plaza Baralt, nada científica ni mucho menos académica, esa es la Maracaibo del Vallenato y sus barriadas que han invadido el área protectora de la ciudad de Maracaibo, sino hagan un paseíto más allá de San Isidro o de Okinawa, carretera adentro y trilla adentro y hacía el aeropuerto, o hacia El Marite, Dios Santo! Aquello es para párasele el pelo a quién le duela nuestra ciudad, es hasta una cuestión de seguridad y soberanía nacional, lo que está pasando en nuestra Maracaibo marginada por un real, la de este pueblo noble y en penumbras, la misma de Aguirre en su gaita.

C.C. Villa Inés debe ser declarado
patrimonio de la ciudad, evitar desaparezca
como tantos otros sitios emblemáticos de la ciudad.
Me desvié del cuento original, quede en la ciudad introvertida, hacia dentro, pues esta mañana, ayer sábado, para los que lean esto el domingo, me di un gustazo tomándome un café con mi señora y mi hija, en el centro comercial Villa Inés, último bastión de la ciudad extrovertida, es decir de aquella Maracaibo hacía fuera, la de sus casas con sus jardines y patios, la de los condominios y sus veredas, las de los centros comerciales abiertos como el “Don Matías” ahora cercado, ahí mismo en la esquina de  Bella Vista y la calle 76, la otrora estación de servicio “American Bar”, el Café “América”, el Café “Kabuki”, “Cinelandia”,  (desaparecidos), Fuente de soda “Indio Mara” (enrejado), “El Raspadito” y la Pizzería “Pic Nic” de Las Mercedes y su abierta estación de servicios, solo queda en su fondo los cepillados “El Manguito”.

El Café "América" sitio de encuentro
de los hermanos Román, Pascual y Carlos Luis Reyes Albornoz
en la esquina de Bella vista con 5 de julio Maracaibo de los 50 y mediados de los 60.
Todo hoy es muy bonito de última generación pero entre rejas y hacía dentro entre muros y paredes de concreto y ahora más que nunca no solo de espaldas sino, como decía Cantinflas, -ni ignorando- al Lago, rompimos cualquier cordón vital con nuestro estuario lacustre, el único es Lago Mall, pero un solo local, todos los demás hacia dentro, claro está la inseguridad no permite otra cosa, hay que asumirla como realidad,…me vuelvo a desviar, bueno aquella ciudad, ah! sí.


Es el “Villa Inés” un lindo ejemplo de la ciudad bucólica y gentil, humana y extrovertida, con sus abiertas cominerías que dan al estacionamiento central rodeado de locales comerciales en forma de herradura, captando toda la brisa norte y la concentra en la entrada central y su escalera que baja hasta su gran plaza central donde unos veladores invitan al comensal a sentarse y disfrutar de la fresca brisa marabina que nos llega desde las riberas del Coquivacoa, sus pisos de granito  y una estructura hecha para perdurar en el tiempo, no es un galpón como los Sambil, cual carpa de circo microcosmo encerrado emporio de mercaderías sin valor humano ni dignificante, todo lo contrario es el ambiente del “Villa Inés” que se puede mejorar sin duda, especialmente sus jardines y su fuente central, convertirla en un espléndido jardín, pero eso toca al condominio de los locales comerciales, pero el “Villa Inés” es un modelo de arquitectura comercial, dignificante y edificante, estimulante a caminar entre sus comercios, con el tamaño perfecto que no cansa y distrae; además cuenta con un teatro antes Teatro Roxy, en aparente abandono, muy aprovechable en una ciudad limitada en sus alternativas líricas, donde más de una vez la muchachada marabina se daba cita para ver la película del momento, chicles Adams, pastillas Pentron o Salvavidas en el bolsillo por si el encuentro de un fugaz beso sorprendía el momento.

José Luis Reyes Montiel.






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