sábado, 17 de septiembre de 2016

¡Tapen eso!

Mi tía María Espíritu Montiel Fuenmayor  
Son las seis de la tarde, sentado en la puerta del corredor de mi casa, escucho desde la habitación de la abuela Mamá Carmela el Santo Rosario en la mustia voz del Padre Olegario Villalobos, todos los días mi tía Espíritu encendía su Radio sintonizando la emisora La Voz de la Fé para que mi abuela apoltronada en su mecedora lo escuchara, yo miraba de vez en cuando las nubes rasgando al cielo y a los árboles de Mango que frente a mí en el patio lateral de la casa se encontraban, y libro en mano estudiaba la tarea asignada del colegio entre salve y salve tratando de memorizar la lección.

En el ambiente se circunscribe el olor de las flores, las hojas, raíces y la tierra humedecida, mamá regaba sus plantas y mi tía Negra (Espíritu Santo) servía la mesa para la cena del día, al terminar el Santo Rosario, la mesa servida era rodeada por la abuela, mi tia Negra, mamá, Sara y yo, comiendo el pan nuestro de cada día perfectamente tostado por mi madrina (tía Negra) previamente untado con mantequilla, otra veces y si había, con queso o Nata; inolvidable escena mirar a la abuela y su verruguita en el ojo derecho que sobresalía en sus cerrados parpados, cuando con sus propias manos  llevaba el pan a su boca impregnado de café con leche desde su taza, habilidad que con el paso de los años perdió y tuve la suerte de sostener entre mis brazos en su ancianidad a la eterna abuela, ayudando a mi tía Negra a darle su alimento de desayuno, almuerzo y cena, noble tarea esta que compartía con las primas Lisbeth, Janeth y Judith, ya en tiempos de la casa de mi tío Dimas “El Cristo”.

Mamá Carmela tomando su baño de Sol.
Luego fue mi tarea acudir ayudar a la prima de mis tíos, Adarceinda del Villar enfermera de profesión, a suministrarle el suero con suplementos alimenticios para la abuela Mamá Carmela, cada sábado tempranito en la mañana, salía desde mi casa en la 69A con mi bicicleta hasta “El Cristo” para atender a mi abuela en su indispensable requerimiento de existencia, como era de comprender a sus 101 años de edad, tarea que orgullosamente realicé hasta su muerte cumplidos sus 103 años.

Se me nublan los ojos en este instante, no puede evitar verter lagrimas, me detengo un momento, me incorporo nuevamente y sobrepuesto recompongo mi ritmo cardiaco y continuo… mi abuela aquel día se fue quedando dormida, pulsando con su boca el aire que apenas entraba en su envejecido pecho, como un pajarito languideciendo entre mis brazos, sostenida en su hamaca y rodeada por mi Ti Negra, Carmen Romelia y mamá, llegaba el instante de su despedida al cielo, era su destino seguro, pues el amor y la ternura de esa viejecita nunca faltó entre varias generaciones de los Montiel Fuenmayor y para quienes tuvimos la suerte de conocerla.

Solo nos quedó como continuación de su presencia, la querencia y el afecto de los tíos (sus Hijos) como prolongación de su amor y de su ternura, pues éstos como ella, brotaban a caudales su simpatía, buen humor y cariño, quién no reía con un chiste de tío Dimas, degustaba el sabor y gusto de un guisado de mi tía Negra, de su arroz perfecto o se extasiaba en su voz sosegada y triste; quién no mantenía una amena conversación con tío Julián o con mi tía Trina; quién no compartía con tío Aurelio una mano de cerveza escuchando sus historias del hato “San Luis”, gratos momentos de existencia plena al lado de mis querendones familiares.

Tía Espíritu, tía Trina, mamá y tío Dimas, rodeados de primos
le cantan los cien años a Mamá Carmela.
Ahora son las seis de este día y la fresca brisa invernal de septiembre, me trae las imágenes y sensaciones de aquella tarde, sentado en el umbral de la puerta del corredor de mi casa y mi abuela escuchando el Santo Rosario, y como ayer también rezo, ahora por mi hijos, por mi nieta y por mi esposa, por mi salud, y la paz y salud de todos mis familiares, por el descanso eterno de mis fieles difuntos y un hálito sobrecogedor me embarga ante la inexorable finitud de la vida.

Porque aún así y con toda su carga existencial la vida es tan bella, muy a pesar de que alguien alguna vez dijo: “Nacer no pedimos, vivir no sabemos y morir no queremos” en honor a la verdad, nadie busca nacer, venimos al mundo producto del azar en el coito de nuestros padres, muchos no saben vivir y aún los que asumimos vivir lo mejor posible conforme a una vida cristiana sufrimos por tonterías que desde otro punto de vista seria absurdo preocuparse o amargarse por situaciones o vivencias que de otra manera pudieron resolverse, y finalmente nadie en absoluto, a menos que sea un suicida, desea morir.

Por eso ante el tema de la finitud de la existencia y de la vida porque para vivir debemos saber existir, recuerdo una charada de la abuela Mamá Carmela, cuando comentaban algo referente al tema de la muerte, decía con desparpajo – ¡tapen eso!- como quién tapa una olla supongo ahora, como para ponerle punto final, dejando atrás y en el olvido el indeseable asunto de la pelona. 

JLReyesMontiel.

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