sábado, 24 de septiembre de 2016

La señora de la Clineja.

Al otro lado del colegio San Vicente, en la esquina de la avenida 14A con calle 69, y en la esquina subyacente del recordado Abasto de “Menena”, estaba una modesta casita de tejas y bahareque, bordeada de una cerca de alambre con púas sostenida con estantillos de madera, hábilmente disimulada con arbustos de Carmelitas de flores amarillas, que mejoraba la vista al transeúnte del aspecto exterior de la humilde vivienda.

En esa casita vivía una señora blanca, de avanzada edad pero muy alta y fornida, de negros e intensos y largos cabellos, sujetados con una peineta detrás de su cabeza haciendo un moño; la señora presurosa caminaba con destreza muy a pesar de su aparente importunado cuerpo, además vestía con la apariencia típica de las abuelas de antes, con su bata de cuello blanco adornado con encajes y grandes botones forrados de tela al frente, siempre de color que llamaban de medio luto.

Algunos de ustedes recuerdan un particular y muy característico personaje de Popeye, que tenía por nombre “Alicia La Goon”, pues bien, la señora cada vez que la veía en mi mente de infante me hacia identificarla con ese comic de la televisión de esos días, hasta en su forma de caminar y corpulencia, salvo la florecilla que era sustituida por su moño acoplado por la peineta que le sujetaba su pelo.

Un buen día, buscando a mí señora en el colegio San Vicente, donde por 25 años trabajó como docente, baje de mi carro a un improvisado kiosco a la sombra de un frondoso árbol de Níspero situado en el frente de la casa que fuera de la señora de la clineja, a tomarme un refresco para aliviar el calor del mediodía, el señor muy amable me dijo con su hermoso y marcado acento marabino -metete pa´dentro o te queréis cocinar con el Sol ahí fuera-, me coloco una rustica banqueta de madera y a la sombra del árbol, en el kiosko el señor también vendía pastelitos y tequeños, ademas tenia un cartel que decía "Almuerzo ejecutivo" le pedí entonces el tentempié respectivo para digerirlo con mi refresco al señor que lo atendía y mientras tomaba mi bebida gaseosa y degustando los ricos tequeños le referí, que hace años atrás vivía en esa casa una señora así y asao, sorprendido quede cuando me dijo -yo soy el hijo de esa señora, mi mamá murió en al año 1980 y mi hermano y yo nos quedamos solos en esta casa, el tiene su mujer y yo mi concubina, ella es colombiana, de lunes a viernes atendemos este kiosko y mi mujer prepara comida en la cocina para su venta al mediodía, viene mucha gente, unos comen en el comedor de la casa, otros se llevan su comida, los sábados hacemos también para vender Mondongo o Sancochos de Gallina, Res, Pescado, cuando queráis vení por aquí y probais nuestro buen Mondongo, ese lo limpio y preparo yo, los domingos que es  mi descanso nos reunimos un grupo de viejos amigos a la sombra de este Níspero, echamos varias partidas de Dominó tomándonos los palitos, vos sabéis, mientras mi mujer nos hace un sabroso sancocho de hueso rojo-, yo le repliqué... -de hueso rojo ¿Como es eso?- me dijo... -muchacho... ¿Vos no habéis probao un sancocho de hueso rojo? Eso es una ricura hermano y proteínico, le pides al carnicero que te venda un kilo de hueso rojo, también tenéis el hueso blanco, ese tiene tuta (médula osea) cuando te la pongan de tropezón no dejéis de chupatela la tuta del hueso eso es pura fuerza pa´vos-. 

Seguimos la conversa, me contó que durante su juventud al cumplir los 18 años fue reclutado y prestó su servicio militar durante el gobierno de Raúl Leoni, y al regresar se sacó una muchacha pero no tuvo hijos, trabajó durante años como vigilante su último empleo fue en el Banco Comercial de Maracaibo donde se jubiló, le pregunté si conocía a Marcos Sergio Montiel Hernández, un primo mío que se desempeñó como cajero de taquilla en la referida entidad bancaria, me dijo   –Marcos… clarines y tambores que lo conocí, él era del sindicato de empleados, cuando cerró el banco el salió machete con su liquidación claro está como el era del sindicato, a mí me arreglaron mal, con los realitos que me dieron compré la enfriadora de refrescos, la vitrina exhibidora y chucherías, y aquí me veis, en mi negocito, todos los fines de semana me la pego con mis amigos y mi mujer me lava, plancha y hace la comida, y ella cocina de maravilla que más necesito, nada, solo salud que me la da Diosito Santo-.

Entre el señor Emilio, como se llamaba y yo surgió una buena amistad, cada vez que iba por mi señora Mercedes mientras salía de su clase en el colegio, la esperaba hasta su salida de clases a las 12 del mediodía, mientras sentados sobre banquetas de madera bajo la sombra del Níspero, mis hijos Carmencita, Elías, Ezequiel y yo nos entreteníamos comiendo chucherías y para el calor el respectivo refresco o malta. 

Pero de la noche a la mañana, aquel año de regreso de vacaciones escolares, la casa y el terreno estaba abandonado, le pregunté a Luis el portero del colegio y me enteré que sus dueños vendieron el terreno, los árboles de la casa habían sido talados y la cerca rodeada de latones, se proyectaba una construcción, actualmente se levanta en esa esquina un moderno y estructural mini centro comercial con sus locales, dispuestos a ambos lados de la calle 69 y avenida 14A, frente al colegio San Vicente, del hijo de la señora de la clineja no tengo noticias, por el sector se dice que se fue con su concubina a vivir en Barranquilla, Colombia, y que ese no vuelve más nunca a Maracaibo.

Cosas que pasan, como pasaron los tiempos en su andar ligero de la señora de la clineja, como olvidarla, si ese día que la vi por vez primera, venia yo tomado de la mano de mamá caminando desde el Abasto de la señora Menena hacía nuestra casa, y aquella noche de aquel día eran vísperas de navidad y año nuevo, y el aire tornaba sus brisas frescas de diciembre, la señora de la clineja a quién los socarrones de la cuadra le tiraban al tejado de su casita petardos encendidos mientras patinaban en la calle, lanzándole además los llamados tumbaranchos y recamaras que en su explosión causaban la furiosa reacción de la aterrada señora de la clineja, con su escoba en mano salía paleando y amenazando a los facinerosos muchachones y éstos reían airosos la canallada infame que hacían con la indefensa señora, yo deliraba de la rabia y la impotencia. 

A veces bajando a mi lugar de trabajo, paso por el frente de la casa de la señora de la clineja, miro el moderno comercio que ahora sobre el sitio se levanta, en el lugar mi pensamiento trasciende otro tiempo, y veo salir a la señora de la clineja desde su portón de madera, caminando por la cuadra rededor de su casita que esta cercada con jardines de Carmelitas de flores amarillas, ella está solita y afanada, espantando palo de escoba en mano a los muchachos vocingleros que molestan y aturden su vejez, sus hijos ausentes están lejos de casa… ¿Quién le dará su sopita? ¿Quién la defenderá de la chanza de los muchachos? Ella se deshace en su senectud y en su soledad, es que acaso su fantasma aún desanda entre las calles del lugar, persiguiendo a sus verduguillos y pérfidos vecinos, ella viuda, insustancial e incorpórea y persistente en su afán, huraña y triste, ceñidos sus cabellos con su peineta y su clineja.

JLReyesM



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