sábado, 11 de marzo de 2017

La Ley Natural.

Mi acuario plantado.
Hace mucho, mucho tiempo, un niño soñaba con peces que caían del cielo dentro de pequeñas nubecillas, en su menudo globo encerados junto con un Grillo y un arbolito acuático, desde ese momento descubrió una misteriosa fascinación por todo lo acuático en su instintiva meditación contemplativa.

Recurrentes sueños de escenas acuáticas, con visiones oníricas que reflejaban verdes jardines donde flotaban en sincronizado nado peces de colores junto a pájaros y ninfas aladas, hasta él podía percibir la brisa y sus olores, aquel niño que una vez fue, despertaba gozoso cada mañana; hasta aquella noche, cuando un feo sapo en medio de una alberca enverdecida ensombreció sus sueños, donde el siniestro anuro abrió su boca desafiante.

El niño lloró al despertar, entonces impresionado trataba de no volver a soñar, sentía miedo de encontrarse con el sospechoso anfibio, entonces le contó a su mamá el funesto sueño, y su mamá le contó un cuento, no se si antes se lo contaron a ustedes, pero el cuento no era ni del gato de la cabeza de trapo y las patas al revés, menos el cuento del Gallo Pelón, aquel cuento trataba de un pececito de colores y una niña que se lo había encontrado en un pozo, y la niña le cantaba esta canción –pececito llora los ríos de Matunga la ley natural- de lo demás se los cuento después.

Una día la mamá para alejar la impresión alucinada del huraño niño, lo llevó a visitar en una de sus caminatas por el centro de la ciudad donde vivían, una plaza comercial donde vendían mascotas, entre ellas y en sus peceras, peces de colores, con sus arbolitos verdes y nadando contentos en su traslucido embace, a cada lado burbujeantes esferas de aire agitaban el agua de abajo arriba, desde ese momento solo pensaba en las peceras y comprarse una para tenerla en casa.

Llegó el invierno, era Octubre y el niño fue con su familia al campo de visita a sus parientes, yendo por esos montes en las inmediaciones y entre la arboleda de los caminos en una inmensa posa con agua de lluvia, un primo del niño le comentó que esas cacimbas habían peces, incrédulo el niño el primo metió un pote y de un tirón sacó unos grises pececitos, la gente que pasaba decía que eran sapitos pero en efecto eran pececitos, proles de especies comunes hallados en ríos y afluentes que rebosados por el intenso invierno se dejaban llegar de las caídas de agua arriba, llenando los estanques aguas abajo y resultando el milagro primoroso del feliz hallazgo en el simple hábitat de una charca del camino.

Aquellos peces fueron el inicio de un juego para el niño, al llegar a casa se construyó una pequeña alberca con ladrillos y argamasa, donde metió los silvestres pececillos, al cabo de un tiempo se multiplicaron de tal forma adquiriendo tonalidades negras y amarillas en su color plata refulgente, en el estanque proliferó un verde cieno por la luz solar y los peces, conservando el agua fresca y un ecosistema equilibrado y perfecto donde solo bastaba completar el agua que por evaporación faltara, entusiasmado el niño se sentaba todas las tardes después de hacer sus tareas escolares a contemplar su microcosmos acuático.

Fue tanta la afición a sus peces que cuando el niño cumplió sus 9 años su mamá de regalo le compró una pecera con todo su equipo completo, plantas plásticas y bombita de aire, en ella vertió los peces de su estanque, pero su mundo natural ya no era el mismo, otros peces de colores fueron sustituyendo en su nueva pecera a los humildes alevines hasta no quedar uno solo, ahora eran peces dorados, betas, y más sofisticados que ameritaban un cuidado muy especial y riguroso sino morían.

Pasaron los años el niño se hizo hombre y aún conserva, al menos, el pedestal de la vieja y original pecera que le regaló su mamá, pero con toda la experiencia de tantos años alimentando peces que decidió convertir su acuario en uno plantado, sin aireador artificial, sino tratando de mantener un pH natural de oxigenación del agua mediante los procesos naturales de la fotosíntesis de las plantas y el carbono producido por los peces desde sus branquias, resultando todo un éxito la experiencia.

Y colorín colorado este cuento que le he contado, recordando el cuento de la mamá de aquel niño, para quitarle la fea impresión de su sueño con el horrible sapo en su posa, cuando le contó entonces el cuento de una niña y su pececito de colores que se lo había encontrado en un pozo, y la niña que le cantaba la canción cada mañana  –pececito llora los ríos de Matunga la ley natural- para que él se asomara entre las aguas del pozo; pero el pez creció y se hizo tan grande que el papá de la niña lo pescó para el almuerzo de ese día y se lo comieron, y la niña lo supo, entonces lloro y lloraba en el pozo cantándole su canción al pececito de colores  –pececito llora los ríos de Matunga la ley natural- y fue tanta su aflicción, que la niña acabó cayendo en el pozo y cuentan que en las tardes cuando el Sol declina, se deja escuchar en los alrededores del pozo viejo la antigua canción –pececito llora los ríos de Matunga la ley natural- y su eco se pierde por entre los recobecos del camino que la va a la vieja estancia familiar. ¿Quien sabe o supo donde está Matunga?


JLReyesMontiel.







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