sábado, 22 de octubre de 2016

La Mesa de Planchar.

En casa había una vieja mesa de largas patas y de forma rectangular, tenía una de sus gavetas dispuestas de tal manera que comunicaba por su parte superior y desde su tabla con unas ranuras de varios tamaños al modo de una alcancía, la otra era paar guardar los billetes, resulta que esa mesa era la caja para depositar el dinero producto de las ventas de la Molienda “La India” de  mi padre Pascual Reyes Albornoz, situada en la esquina de la calle Casanova en  plena barriada Empedraera; todavía su frontis se levanta erguido y orgulloso a los ojos del transeúnte dando su cara al Sol cada mañana frente a la placita de dicho sector marabino, resistiendo al tiempo. En esa  bella y vieja época de Moliendas, maíz pilado, café en grano recién molido y fideos cabello de ángel; el ambiente de la ciudad de Maracaibo con sus calles estrechas, altas casas y su gente cordial y amable, atenta siempre hacerte favores aunado al dialecto nuestro y nativo de estas tierras, castellano enrevesado y antiguo, circunscrito y aislado como estuvo por centurias del resto de la geografía nacional, caracterizó a nuestra región y la perfilo durante años como cuna de cultura y hombres creativos, artesanos y trabajadores.

Mi padre hombre trabajador desde niño, me contaba mamá que le conversaba papá sobre su infancia en Santa Lucía junto a sus 10 hermanos, y tal como me indicó mi linda sobrina Mharta de los tíos eran Román, Nectario, Reynaldo, José del Carmen, Pascual (Papá) y Carlos Luis y de las tías eran Lucia, María Jesús, Sara y Victoria “Toya” la tía alegre y querendona que conocí y a tío Román y Carlos Luis en sus tradicionales rondas domingueras con mi padre Pascual, rodeados del compadre Hermogenes Ortigoza, el compadre José Bravo (El último moliendero) y el compadre Manuel Emiro Vasquez; por cierto y no podía dejar de hacer mención que en una ocasión estuvo en casa dando una serenata (Contratado por los tíos y echandose los tragos con ellos) el Cantor de todos los Tiempos Don Armando Molero con su guitarra y tuve la grata experiencia de conocerle y escucharle en su potente y diáfano canto.

Llegose entonces Papá y sus hermanos, desde su natal pueblo Mirandino de Los Puertos de Altagracia a aquella antañona barriada Empedraera a la edad de ocho años, si papá el nació en 1904 sería un poco más o menos por el año 1908 cuando se establecieron en la casa de su tía “Pancha” (Francisca Albornoz) junto a su señora madre (mi abuela) Sara Albornoz de Reyes, penoso y doloroso traslado a nuestra ciudad de Maracaibo, resultado de la trágica muerte del abuelo Ezequiel Reyes, quién había sido vilmente asesinado por manos criminales de unos reos apresados por el abuelo, quién para entonces fungía como jefe civil de aquella población costera al otro extremo de nuestro lago y de esta ribera Maracaibera. 

El asunto que yo les contaba, fue que la abuela Sara viuda como estaba se mudó a Maracaibo, buscando el apoyo de su hermana residenciada en una casa de Santa Lucia, y entre la tía “Pancha” y la abuela, levantaron aquella carrantanga de muchachos, para lo cual las hermanas Albornoz preparaban para la venta Mandocas y Empanadas, y los tíos aún muchachones azafate al ristre partian al Mercado Principal de Maracaibo para vender las tradicionales tentempiés zulianos para el desayuno de su clientela. 

Papá, tío Román y tío Carlos Luis, echándose los tragos recordaban los trabajos que tuvieron que asumir desde infantes para mantenerse y apoyar a su señora  madre, hermanas y a la querida tía “Pancha” tanto así que ésta sobrevivió a la abuela Sara y hasta último momento de su longeva existencia todos los tíos mantuvieron su ancianidad y lloraron como a su propia madre a la tía “Pancha” aún residente hasta su acaecida muerte en el Empedrao.

De tal manera, que volviendo al tema de la alta mesa de la Molienda de papá, sus ranuras de la tabla de su parte superior permitían el deposito clasificado por sus diversos tamaños, de las diversas denominaciones de monedas por su valor, desde los famosos Cachetes grandes monedas de plata que años antes a principios del siglo XX eran de oro, llamados así pues abarcaban adosados prácticamente la mejilla de una persona, luego venían las monedas de a 2 Bolívares, la de 1 Bolívar el real, el medio, la locha y los cobritos, éstos últimos así llamados porque eran de metal de cobre puro por ser los céntimos del Bolívar como nuestro signo monetario. 

Por la altura de la mesa y su fornida madera, mama la empleaba como mesa para planchar la ropa, colocaba sobre ella un aplique de fique y sobre éste una tela gruesa de lona blanca; recuerdo claramente como desde una bombilla de luz destinada sobre la mesa desde el Horcón del techo del comedor de casa, mamá enchufaba la plancha desde un aplique múltiple de material de baquelita color marrón de donde se sostenía la bombilla, hiendo y viniendo girando y destellando su luz sobre las paredes y el piso, sonando la cadenita contra la bombilla que colgaba sobre el sostén de la luz para encenderla y apagarla. 

Mamá de ese mismo modo nos planchaba, además de la almidonada ropa nuestro uniforme escolar durante la temporada de clases, pero cada viernes y los fines de semana eran míos, pues después del mediodía del sábado y una vez cumplidos a cabalidad mis deberes de estudiante, de lo contrario estaba dispuesto por mamá y colgando de un clavo detrás de la puerta de la cocina un trozo de la manguera de regar las matas y para templar como el acero mi carácter, primero el deber luego la diversión, al terminas mis tareas me sentía libre y despejado a correr ese patio de casa, a jugar entre las matas y los árboles, al aire fresco de mi querido patio de la casa.


Uno de mis juegos infantiles era el combate con mis soldaditos de plástico sobre la mesa de planchar, hasta que una navidad mi sobrina Elizabeth Morillo Reyes de Rodriguez me regaló una bella colección de carros de plomo marca Matchbox, colocaba sobre la mesa el lienzo que mamá utilizaba para planchar, y sobre el desplazaba los carritos para allá y para acá, imaginando carreteras sobre el cobertor de la mesa de planchar.

Un dato de como el tiempo y la justicia Divina se encarga de todo, resulta que el asesino del abuelo Ezequiel Reyes, años despues papá y sus hermanos se lo encontraron pordiosero en pleno Mercado Principal de Maracaibo, y entre los tíos planean vengarse propinándole una paliza en descargo de la muerte del abuelo Ezequiel, a lo que lo supo la abuela Sara les conmino a no hacerlo, pues tal cual como les dijo a sus hijos -no ven como ese desgraciado está pagando la muerte de su padre-.


Rancia mesa de planchar de la casa, situada como siempre entre el corredor y la cocina  para gozarte sentado en el taburete de papá jugando todo el día a la guerra o haciendo ciudades imaginarias para correr mis carritos de plomo; desde un recodo del patio te veo asomando tus largas patas a través del marco de la puerta, entre los árboles y a lo lejos desde mi banqueta del solar del anchuroso patio, desde donde se ocultan miles de pensamientos lanzados al tiempo, ideales puros de crédula inocencia afligida con los aires alegres propios e inolvidables de mi cándido espacio, en el recorrido del tiempo en una furtiva peregrinación de recuerdos te recuerdo, con mis libros y cuadernos estudiando bajo las sombras de la Mandarina China, de los Mangos, en el fresco Caucho entre sus bejucos o la Acacia florida en sus rojos carmines de Octubre a Febrero, correteando persiguiendo iguanas y machorros, con mi perro “Duque” como único amigo, mirando el vivaz cielo azul con sus nubes navegando el horizonte regocijado de mi brisa pura.

JLReyesM.

No hay comentarios: