Por aquellos años de 1976-1987, residí en la calle 103 paralela a la 102
que es la vía principal de la popular barriada de La Pomona, llegué estudiante
de los dos últimos años del ciclo diversificado de bachillerato, específicamente
Humanidades, en el otrora Liceo Octavio Hernández cuando estaba situado en el
edificio del antiguo Seminario Mayor de Maracaibo, instalaciones de unas
características propias del orden arquitectónico dedicado a ese tipo de
enseñanza académica de los futuros sacerdotes, por demás acogedoras, con sus
jardines centrales rodeados de pilares y pasillos interiores, dándole ese
carisma, que invitaba al cotidiano compartir la temática de aprendizaje con
profesores y compañeros.
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Otrora Liceo Octavio Hernández, Avenida Bella Vista de Maracaibo. |
En ese entonces y en mis tiempos libres, solía recorrerme por mero gusto los lugares más apartados del viejo edificio, como buscando el encuentro fantasmal entre sus escaleras, pasillos y rincones, muy de vez en cuando se me erizaba la piel, como si algún espíritu taciturno hiciera de su presencia para alejarme del lugar.
Luego llegó 1980, con los famosos Estudios Generales de LUZ, para ese
tiempo nuestra principal universidad
marabina poseía un enorme número de estudiantes, llenando todos sus espacios de
alegre muchachada y gente mayorcita también, quienes entre las bibliotecas de
sus facultades, las aulas de clases y los pasillos de las edificaciones humanísticas,
otorgaban un especial aire académico inolvidable.
Así viví mis años en el popular sector de La Pomona, sin dejar de mencionar
el amargo trago de ciertos personajes nefastos, como el disque médico y tuerto,
porque tenía un ojo blanco, que se dedicó a reunir a los asiduos vagos del
callejón de los miaos, de la esquina donde tenía su nido encaramado como
agorera lechuza, con todo el ruido de su equipo de música arrabalera de mal
gusto, tiempo después, ya abogado, me encontré con ese carajo, cobarde, se ahuyentó
con la vergüenza que da el haber sido un malísimo vecino
Muy a pesar de ese detalle de mal gusto, todo lo demás fue muy bonito, la
residencia de mi casa en aquel vecindario, donde conocí buenas familias y nobles amistades de quienes por años celebro su estima y cariño, así como
la de viejos amigos e incluso compañeros de estudios como los amigos Villegas y
Camacho, y los amores en aquel Barrio de mis Andanzas, como canta la gaita del
bardo Cepeda, siempre en mi nostálgica memoria.
Uno de esos recuerdos bonitos a mis sentidos, es el aroma del Café tostado
que emanaba de la empresa “Café Imperial” situada en toda la avenida 102, entre
ésta y el conocido callejón “La Cañonera” que venía desde la avenida Sabaneta, subía
por detrás del IVSS, pasando frente a la popular venta de Cerveza del señor Sánchez,
no recuerdo su nombre vernáculo, cuyo amplio abastos visité en varias
oportunidades.
El olor a Café desgranado en su proceso de tostado y moler, era nuestro
permanente visitante, entre las 9 a 11 de la mañana, y entre las 2 a 4 de la
tarde, mi madre en sus tareas diarias y
yo entre mis libros de estudiante, saboreamos diariamente el aroma estimulante, llenando todos los espacios del lugar de hogareñas añoranzas.