jueves, 17 de julio de 2025

Del Liceo al Café Imperial.

Por aquellos años de 1976-1987, residí en la calle 103 paralela a la 102 que es la vía principal de la popular barriada de La Pomona, llegué estudiante de los dos últimos años del ciclo diversificado de bachillerato, específicamente Humanidades, en el otrora Liceo Octavio Hernández cuando estaba situado en el edificio del antiguo Seminario Mayor de Maracaibo, instalaciones de unas características propias del orden arquitectónico dedicado a ese tipo de enseñanza académica de los futuros sacerdotes, por demás acogedoras, con sus jardines centrales rodeados de pilares y pasillos interiores, dándole ese carisma, que invitaba al cotidiano compartir la temática de aprendizaje con profesores y compañeros.

Otrora Liceo Octavio Hernández,
Avenida Bella Vista de Maracaibo.

En ese entonces y en mis tiempos libres, solía recorrerme por mero gusto los lugares más apartados del viejo edificio, como buscando el encuentro fantasmal entre sus escaleras, pasillos y rincones, muy de vez en cuando se me erizaba la piel, como si algún espíritu taciturno hiciera de su presencia para alejarme del lugar.

Luego llegó 1980, con los famosos Estudios Generales de LUZ, para ese tiempo nuestra principal universidad marabina poseía un enorme número de estudiantes, llenando todos sus espacios de alegre muchachada y gente mayorcita también, quienes entre las bibliotecas de sus facultades, las aulas de clases y los pasillos de las edificaciones humanísticas, otorgaban un especial aire académico inolvidable.

Así viví mis años en el popular sector de La Pomona, sin dejar de mencionar el amargo trago de ciertos personajes nefastos, como el disque médico y tuerto, porque tenía un ojo blanco, que se dedicó a reunir a los asiduos vagos del callejón de los miaos, de la esquina donde tenía su nido encaramado como agorera lechuza, con todo el ruido de su equipo de música arrabalera de mal gusto, tiempo después, ya abogado, me encontré con ese carajo, cobarde, se ahuyentó con la vergüenza que da el haber sido un malísimo vecino

Muy a pesar de ese detalle de mal gusto, todo lo demás fue muy bonito, la residencia de mi casa en aquel vecindario, donde conocí buenas familias y nobles amistades de quienes por años celebro su estima y cariño, así como la de viejos amigos e incluso compañeros de estudios como los amigos Villegas y Camacho, y los amores en aquel Barrio de mis Andanzas, como canta la gaita del bardo Cepeda, siempre en mi nostálgica memoria.

Uno de esos recuerdos bonitos a mis sentidos, es el aroma del Café tostado que emanaba de la empresa “Café Imperial” situada en toda la avenida 102, entre ésta y el conocido callejón “La Cañonera” que venía desde la avenida Sabaneta, subía por detrás del IVSS, pasando frente a la popular venta de Cerveza del señor Sánchez, no recuerdo su nombre vernáculo, cuyo amplio abastos visité en varias oportunidades.

El olor a Café desgranado en su proceso de tostado y moler, era nuestro permanente visitante, entre las 9 a 11 de la mañana, y entre las 2 a 4 de la tarde,  mi madre en sus tareas diarias y yo entre mis libros de estudiante, saboreamos diariamente el aroma estimulante, llenando todos los espacios del lugar de hogareñas añoranzas.

JLReyesMontiel.