sábado, 14 de abril de 2018

La Veda.

Mamá, Sara y yo
tal cual por esos años (1965)
detrás está el carrito de mi primo hermano
José Julian Montiel Agudelo
Al lado de mi casa estaba un local comercial de mi difunto padre Pascual Reyes Albornoz, situado en la calle Venezuela y al fondo de la Basílica de San Juan de Dios, templo escogido por la patrona de Maracaibo y el Zulia Nuestra Señora de Chiquinquirá como lugar para su devoción cristiana.

Por muchos años ese local estuvo arrendado a un señor italiano de nombre Mario, quién era el encargado del mantenimiento y servicios de la sacristía y capellanía de la catedral de Maracaibo, el italiano Mario compartía sus tareas laborales en la catedral durante el día y en las noches atendía el negocio de refresquería y venta de perros calientes en dicho local.

La refresquería tenía por nombre María Luisa nombre éste que correspondía a su pareja una señora de nacionalidad colombiana con quién había tenido dos hijas muy buenas mozas, éstas muchachas y su señora madre colaboraban con Mario en atender el prospero negocio y la gente tanto propios y visitantes de El Saladillo disfrutaban del buen gusto y calidad de los perros calientes preparados por el afamado italiano, quien se hizo celebre por sus perros calientes.

Recuerdo claramente dichos perros calientes, la calidad del pan y su contenido y como estaban preparados, Mario les colocaba salchicha y huevo, lechuga romana y tomate, salsa de tomate y una salsa a base de mayonesa aderezada por su ingenio culinario que no tenía competencia en toda Maracaibo,  ese era el secreto del italiano Mario que guardaba celosamente y del cual dependían sus ventas.

Mi hermana Sara aún adolescente y niño como era yo, en esos bonitos años de vivencias, degustamos prolijamente los perros calientes de Mario y de que manera; de noche antes de ir a dormir y después de ver televisión, enfilábamos el rumbo al vecino local de Mario, y éste con esmero nos preparaba especialmente para mi y mi hermana sendos y buenos perros calientes acompañados por refresco de colita, como toda refresquería además de gaseosas, suerte que muchacho no me gustaba por su efecto efervescente, la refresquería ofrecía además refrescos de tamarindo, parchita y colita dispuestos en un aparato o maquina en cuyos envases traslucidos se hacía girar y mantener refrigerado los jugosos líquidos.

Tal era el apetito por los ricos panes, que Papá había acordado con su arrendatario descontarse los consumos de las especies degustadas por nosotros sus hijos, Sara y yo, a tal punto que en un mes habíamos consumido todo la pensión de alquiler del referido local comercial, hecho este por el cual papá nos amonestó y tuvimos que dejar nuestra ronda comilona nocturna.

Buenos  tiempos aquellos, aún las calles de Maracaibo aledañas al fondo de la Basílica y sus alrededores guardaban el añejo fulgor de sus vecindades enmarcadas por sus enlosados y los frontis coloridos de sus casas con sus ventanales,  sus gárgolas asomadas que espetaban las aguas de los techos en tiempo de invierno, y los techos humedecidos adquirían aquellos olores de caña brava, varas y mangles  durante el resto del año, que uno percibía apenas ingresabas a alguna de aquellas viejas casa marabinas, llenas de historia familiares, alegrías y desencantos también, pero que aún así con todo lo bueno y lo malo de todo tiempo y de todas las épocas, Maracaibo era entonces floreciente y vivida, sentida y querida.

Ejemplo a seguir, también podríamos concluir, la de aquel señor de origen italiano emigrante europeo amigo de mi padre, que dedicado a su trabajo en la catedral  de Maracaibo durante el día, en sus noches vendía refrescos y perros calientes, mucha de esa gente se consustanció con los maracaiberos arraigados, formó parte de su perfil humano, junto al portugués, al español, en fin a toda aquella pléyade de emigrantes llegados al Zulia en búsqueda de una mejor existencia que en sus tierras les era negada por las circunstancias del momento, y que como hoy les es vedada a sus hijos en nuestra propia tierra.


JLReyesMontiel.

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