domingo, 7 de febrero de 2016

La Cosa Fea.

Trilla de arena, camino real de paso de arreos de bestias,
hoy avenida Milagro Norte, inclemente urbanizada
en cerradas parcelas residenciales.
Por allá al norte de la vieja Maracaibo, a los bordes de la trilla de arena que conducía de Bella Vista a la carretera hacía Santa Cruz de Mara,, se levantaba un modesto caserío, Santa Rosa de Tierra, así llamada para diferenciarla de Santa Rosa de Agua, situada un poco más antes y en las orillas del que fuera nuestro traslucido Lago.

Aquel caserío, habitado por dignas y honrodas familias, humildes trabajadores, entonces conformado por varios hatos y hatillos, dedicados al cultivo de sus huertos familiares, aves de corral, animales mayores y menores, constituía el epicentro de una comunidad que se abría paso en los albores de la petrolización de nuestra región zuliana.

En ese marco tempore referencial, las casitas de Santa Rosa de Tierra, su Capilla de Nuestra Señora de El Carmen y la Tienda de Robinsón, constituían un autentico vergel que se resistía al auge urbano de la otrora pujante ciudad de Maracaibo. 

Frontis típico de "Villa Carmen "y "Villa Virginia" aledañas
a la Capilla de Nuestra Señora de El Carmen,
aún se encuentra en el mismo sitio
muy remodelada y ampliada.
Todos en el caserío Santa Rosa se conocían y se llamaban por su nombre de pila bautismal, con su típica resonancia provinciana y franca; recuerdo la alegría del encuentro entre viejos vecinos cuando mamá, mi hermana Sara y yo visitamos el lugar en nuestras vacaciones escolares, papá estaba recién fallecido y mamá por nostalgia visitaba “Villa Carmen” el hatillo familiar donde y como tantas veces nos recordaba mamá que fue ahí donde paso los años más felices con nuestro difunto padre; de tal manera que, nuestra presencia era festejada con alegría por los vecinos e iban a nuestro encuentro anunciándose con su típico Carmeeen Domiiitiiiiila! ¿Como estáis? Con su modo cantaito y exagerado, entre esas bondadosas personas recuerdo a a la familia Ferrer, su señora madre y abuela Carmen Ferrer, la ancianita Pauselina Ferrer, especialmente a Nelly Ferrer y su Pléyades de hermanos como una docena, todos dicharacheros y cordialísimos en su trato.

También recuerdo a la señora Graciela Sánchez y su esposo Vitico Fuenmayor, en su hato con su huerta de árboles de achote, mangos y guayabas; la comadre Estreberta, la señora Lucinda y la familia Del Villar y Ana Elisa y Adarceinda primas de Mama, así como conservo y añoro las fiestas de cada 16 de Julio, día de la patrona la Virgen de El Carmen, la procesión los bombazos con mortero y la música religiosa de retreta acompañando el cortejo de piadosos feligreses.

De esa época, les relato un viejo cuento vecinal, trátase de un joven de malas mañas pero de conducta pacifica, algunos decían que le patinaba el coco, es decir, estaba medio loco, pues tenía el hábito de exhibir sus partes intimas a cuanta muchacha incauta hallara en la cubiles de los hatos y el monte que los circundaba, mientras salía corriendo ante la mirada atónita de la expectante victima del destape, quedando todo en la sorpresa y el susto de la muchacha, éstas las preferidas por el exhibicionista sexual, sin mayores daños y perjuicios.

Planicie al norte de Maracaibo, entonces casi despoblada, colindante
con la playas de Brisas del Lago, Las Palmeras y el Club Lago Mar Beach
que le diera nombre a las actuales residencias y sus islas artificiales.
Dícese del sabio popular… -Pueblo chiquito, infierno grande- y así fue la oleada de rumores ante la osada travesura del desequilibrado e impúdico muchacho, ya todas las muchachas lo tenían identificado y los padres de familia y hermanos de las diversas y ocasionales victimas, reclamaron a los padres del infortunado joven su incorrecto comportamiento, éstos se disculpaban y rogaban no denunciarán a su hijo, que ellos se encargarían de reprenderlo; pero, ni modo, pasaban unos meses de tranquilidad para las muchachas y solaz paz vecinal, cuando el impertérrito volvía a sus andanzas, algunos decían que eran los cambios de Luna que alteraban los humores del mancebo y su lujuriosa mala costumbre de mostrar sus genitales.

Uno de esos lunáticos arrebatos se hizo famoso, resulta que una agraciada jovencita de aquellas honorables familias, fue victima del vehemente asedio libidinoso, y llegó con tremendo escándalo a su casa, ante padres y hermanos narró la escabrosa escena que le aconteció entre los raudales del monte adentro y la soledad del paisaje, de un salto el locuaz exhibicionista se lanzó al sendero y sacando su inclemente miembro viril erecto se lo mostró a la cándida doncella lanzando ésta un pavoroso grito que llegó hasta la Tienda de Robinsón, desde la barra del local los presentes salieron al encuentro del lugar desde donde escucharon el estentóreo chillido, logrando capturar en su fugaz huida al asustado indiciado, que paso de victimario a victima, pero de la mea que se echo ante la presencia del vigorozo grupo de caballeros que acudieron en auxilio de la hostigada damisela.

El pánico del indecorozo mozo bastó, para que se dejara definitivamente de sus lascivas escenas; el asunto fue que luego, la alucinada chica contó a su parentela los hechos acontecidos de este modo… -mientras regresaba a casa por el caminito entre las matas salió Fulano con su piripicho afuera del pantalón y se paró frente de mí, yo lo miré y sentí me entraba una cosa fea por las piernas, siendo interrumpida por la inquisitiva pregunta de un hermano  -¿Entonces a vos como que te gustó la vaina?... Anécdotas de vecindad.  


José Luis Reyes Montiel.




       

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