sábado, 6 de agosto de 2016

El maestro De La Rosa.



Hace unos cuantos años atrás, en el aula de clase sección “B” del colegio San Vicente de Paúl, entonces tenía once años, al entrar a clases despues de entonar el himno nacional y realizar la oración de la mañana, permanecemos de pie al lado del pupitre, nuestro maestro el Licenciado Mario de la Rosa, andino de nacimiento, nativo de aquella templada geografía regada por las aguas del fronterizo Torbes, sentado y desde su escritorio en el estrado del salón de clases, mientras se arremangaba las mangas largas de su camisa blanca, su tradicional corbata perfectamente entorchado al cuello, hacían marco a su rostro, con su frente fruncida nos otorgaba su permiso para sentarnos… -siéntense muchachitos- nos decía… para aquel tiempo, año 1970, la muchachada aunque siempre guachafitera y alegre, conserva aún su debido respeto y consideración hacia la egregia persona de sus preceptores.

Aquel noble maestro, nos enseñó matemáticas, ciencias naturales, ciencias sociales, castellano, geografía de Venezuela, entre otras materias, con la mística de los filósofos del ágora griega, por eso pienso como influyó sobre nuestra personalidad aquellas sonoras palabras hechas eco en su aula de clases y en las caminatas por los jardines del colegio y la cancha de futbol buscando gusanos de tierra, machorros, iguanas, tomando mariposas e insectos, mirando los pájaros y en sus descripciones de la vida en la naturaleza, sus observaciones ante el microscopio, los experimentos de los procesos de la fotosíntesis entre el hombre y la vegetación, la estructura de las flores, de las hojas, de los árboles, sus observaciones ante el terrario que elaboramos en clase con una batea, piedras, plantas acuáticas y pececitos que nosotros mismos pescamos en una cañada aledaña al círculo militar; todo aquello quedó grabado en mi corazón y le doy gracias a Dios por haber tenido la suerte de haberlo vivido y a mi maestro por haberme mostrado la vida entre sus manos.

Pasaron algunos años después, y el maestro me dio otra lección, esta vez de vida; resulta que ya casado con mi señora Mercedes, yo era muy “celoso” en amores, apenas recién casados y aún no habían nacido nuestros hijos; durante unas jornadas de actualización docente, Mercedes por disposición del Ministerio de Educación, asistiría a dicho foro a realizarse en las instalaciones del INCE sede de Bella Vista, esa mañana bien temprano, como de costumbre, la deje frente al instituto educativo, yo di la vuelta en el carro y me regresé, para chequear a mi esposa, con quién hablaba y trataba,  donde se sentaba y al lado de quién? Tremendo papelote estaba haciendo… que tal?

Estacioné y me hice el sapo rabudo como si fuera otro profesor, en información pregunté el sitio donde dictarían las charlas, al llegar al salón de reuniones y desde la hendija de la puerta, como telescopio de submarino, fisgoneaba donde estaba Mercedes, en ese instante una sonora voz se acumulaba en mis oídos, recordando vividos episodios… -Reyes… Que hace aquí?-  sobresaltado miré a mi viejo maestro Mario, en sus ojos se reflejaba la reprimenda propia de sus tiempos en el salón de clases, lo saludé con el respeto y el fervor del discípulo agradecido y solo me quedó decirle… -Mi maestro como esta UD.?- en su conversación quedó entendido el locuaz encuentro tras la puerta.

Desde aquel aleccionador incidente no volví a celar más a mi mujer, pues esa aptitud es como quien corre detrás del viento, en amores nadie nace aprendido y sus vicisitudes solo el tiempo es testigo de la existencia y de su verdad, veintipico de años de casado ya me dieron la respuesta que buscaba desde mi juventud sobre el amor de mi vida; el maestro Mario me dio esa lección aprendida muy especial pero que transformó mi inapropiada conducta, templando mi carácter como el forjador al fuego y ante el Yunque, el acero. A mi Maestro Mario.

JLReyesM.


 

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