Hay historias bonitas, vivencias de una época luminosa y de progreso, cuando el lago aún era un espejo de su pueblo, las palmeras adornaban sus cuencas, y sus ríos tributarios despeñaban agua pura desde sus manantiales, los peces chapoteaban dentro de las Chalanas, de un estuario lleno de vida y prosperidad.
Cuéntese entonces de un ferrocarril, el famoso ferrocarril del Táchira, cuya preciada carga aromática y estimulante, de cuyos granos secos, tostados y molidos, se obtiene una infusión que tomada en su taza acompañada de alguna menudencia pastelera o galleta hace las delicias del comensal tertuliante, animado por sus efectos al buen paladar.
El café, cotizada bebida de las
principales plazas europeas, abrió establecimientos de sándwiches y confitería
exclusivos para sorber el tropical brebaje, junto con nuestro chocolate
energizante pasta obtenida del Cacao, no existe un boulevard que se precie en
el cual no exista unos veladores con sus sillas dispuestas para el huésped que
desee restaurar energías y compartir una agradable conversación a la sombra de
un buen árbol o bajo los ligeros rayos del sol de París, Madrid, Londres, Roma,
entre otras ciudades que saben apreciar el gusto y aroma del mejor café del
mundo.
Aquel ferrocarril, era parte del
paisaje entre las estribaciones de los Andes Tachirenses y nuestro poderoso Sur
del Lago de Maracaibo, y hasta el Puerto de La Ceiba, era el medio de
transporte para embarcar en Vapores y Piraguas
el preciado grano hasta el Puerto de Maracaibo, donde era embarcado para su
exportación a las principales radas europeas.
Como toda empresa, el ferrocarril
tenía su administración, responsable de llevar el debe y el haber del flete de
mercaderías y pasajeros, uno de sus empleados fue un personaje, precisamente muy
relacionado con los Montiel Fuenmayor, pues fue casado en nupcias con mi tía
María Espíritu Santo Montiel Fuenmayor, mi madrinita, como siempre le dije con
especial y reverencial cariño.
Su nombre por pertenecer a una
honorable familia Maracaibera lo señalaré bajo el seudónimo de Roberto Canales,
para resguardar su decoro personal; el caso fue, este señor, conoció a mi tía
en uno de esos soleados domingos cuando gentes de Maracaibo, amigos y
visitantes del hato “San Luis” pasaban su día de descanso tomando el aire fresco
y regalándose el paisaje del añoso hato.
Según comentaba mamá, tratase de
un caballero vestido al estilo Rodolfo Valentino, siempre de traje formal
cruzado, su sombrero, sus zapatos lustrados, un cigarrillo infaltable en su
ademán de manos, muy expresivo y elocuente al hablar, al escucharlo paladeaba
cada palabra con la fineza de un cosmopolita, sin embargo, a decir de papá Luis
–este sujeto no me engaña- siempre desconfió del marabino caballero con la
certeza de su intuición como buen hombre del campo.
Mi tía Espíritu, fue una de las
hijas preferidas de papá “Luis” y su confidente, sin embargo, nunca llegó a
oponerse a los sentimientos y amores de su hija, a la cual respetó sus deseos,
posiblemente por ser su preferida, prefería quizás evitarle un disgusto muy a
su pesar.
Mamá y tía Espíritu eran las dos
hijas solteras remanentes de “San Luis” pero por orden secular y tradición
tocaba casarse primero a mi tía Espíritu pues esa era la costumbre en esos
tiempos, la de mayor edad debía prevalecer en matrimonio a la subsecuente,
total por San Luis desfilaron jóvenes amigos y vecinos de la familia, pero
ninguno logró conquistar a mi tía Espíritu, llamada cariñosamente por mis otros
tíos “La Negra” por ser la mas morena entre las hijas de papa Luis y mamá
Carmela.
Entre aquellos amigos
casamenteros, estaba Horacio Ríos, no se pelaba un domingo en “San Luis” según
mamá a tía Espíritu le gustaba darles esperanzas de amores a sus admiradores y
éste joven era uno de sus principales, pues llegaba mucho mas cerca que todos
los demás, el día cuando se enteró de la boda de tía Negra con Roberto Canales,
le dio tremenda disentería, que casi lo manda a la tumba.
El día de la boda, algo extraño
aconteció, pese a la presencia de familiares y amigos de mi tía Negra, de la
familia de Don Roberto Canales nadie asistió, solo el novio hizo acto de
presencia con su típica elocuencia y elegancia personal, engalanado con una
levita negra y sombrero de copa.
Don Roberto Canales, se domicilió
para hacer vida marital con mi tía Negra, en una casa de su posesión por las
adyacencias de la calle Ciencias, en Maracaibo, como decían los que residían un
poco mas allá de “El Control” (estación de servicio ubicada en la esquina de
5de julio y la avenida Delicias) los meses transcurrieron y la vida en el hato
“San Luis” pasaba con la rutinaria laboriosidad de las familias campesinas.
Hasta una aciaga mañana, cuando
un marchante vendedor de hortalizas y
frutas, del Mercado Principal de Maracaibo, conocido de papa Luis, le entregó
una carta de mi tía Negra, donde denunciaba a su esposo, como inseguro y
desconfiado y no la dejaba salir ni siquiera a visitarlos en su casa del hato, manteniéndola
encerrada en su propia casa, en efecto, el marchante
pasaba todas las mañanas por la calle ciencias, vendiendo desde su carretilla
sus verduras, y madrinita aprovechó para entregarle la carta apoyada en el
pollo y desde el postigo de la ventana de la sala, pues toda la casa permanecía
cerrada.
Enterados papá Luis y sus hijos,
del acontecimiento, se enrolaron a buscar a la afligida tía Negra, mi madrinita
tía Espíritu, quién se encontraba encerrada por voluntad e imposición de su
vanidoso esposo, Don Roberto Canales, llegaron muy temprano en la mañana, de un
puntapiés abrieron la puerta principal, quién conoce de nuestras casas del
centro de Maracaibo, saben que se trata de una alta puerta a dos alas de
madera, muy fuerte, asegurada por dentro con un pasador de hierro, al cual se
le podía colgar un candado entre dos aros o argollas
de hierro fuertemente enclavados en la madera.
Al retumbar del aventón de la
puerta, y entre las airadas voces de los tíos Aurelio, Dimas, Julian,
Nicomedes, y de ñapa mamá, reclamando a mi tía Negra, -¿Dónde está “La Negra” capullo?- le
reclamaban al aparente gentil caballero, éste ante la afrenta se fue de orines
y llamando a su esposa mi tía Espíritu le imploraba –Negrita! Negrita! no me
vais a dejar matar, mi Negrita!- total,
sacaron a mi tía Espíritu rescatándola del oprobió de su encerramiento.
Recuerdo claramente a mi tía
Negra, muchos años después, cuando aún se hacía apellidar María Espíritu Santo
Montiel de Canales, con el enseño y el orgullo propio de sus seniles años,
porque como en todos los amores, mas duele el olvido y la indiferencia, que el
látigo y la vileza del amor incomprendido, entre la pasión y el romance, éste
nunca se olvida. Bendición Madrinita.
Sobre los rieles del tiempo
se fue tu amor un día,
en el ferrocarril del café
vagones de aromas y añoranzas.
Tras el vapor humeante,
van corriendo dos muchachos
tomados de las manos,
despojando alas de mariposas multicolores.
Tu vida, una larga espera
en el andén del tren,
cual Penélope sentada en su banca
esperando el amor de su vida,
Al amor que nunca regresó,
un amor insepulto y triste,
como tu mirada al recordarlo.
Sumergiendo los secretos
de tu corazón en el olvido,
en océanos profundos de melancolía.
José Luis Reyes Montiel.
2 comentarios:
Yo no conocía ese cuento de tía Espíritu ! La recuerdo mucho sobre todo al final de su vida cuando la iba a visitar con mis padres en la casita en donde vivía . A miles de kilómetros acá estoy pegada a tu blog leyendo las historias de la familia. maria Carolina Briñez Araujo
Hola estoy buscando poesía venezolana que refleje el hecho tecnológico (como trenes, telégrafos) del siglo XIX y principios del XX. ¿De que año es esa poesía de Jose Luis Reyes Montiel y cuales son sus fechas de nacimiento y muerte?
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